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Domingo, 24 de mayo de 2009

CINE › ISABEL COIXET, GASPAR NOE Y RAYA MARTIN, EN EL TRAMO FINAL DEL FESTIVAL

Una decepcionante travesía a Tokio

Maps of the Sound of Tokio, de la directora catalana, y Enter the Void, del argentino radicado en Francia, propusieron un melodrama presuntuoso y un moroso viaje lisérgico; se lució, en cambio, el filipino Martin con su film Independencia.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Cannes

Hoy se anuncian los premios y el final se siente en el aire. Y en la Croisette, que siempre el día anterior a la clausura del festival se ve invadida por el desfile de autos de lujo –Ferrari, Lamborghini Ghia, Porsche Carrera– que llegan el sábado a la tarde desde la vecina Mónaco para dar una vuelta del perro por Cannes, antes del Grand Prix del domingo. El ritual mundano, que contribuye a una feria de vanidades que no conoce la palabra “crisis”, coincidió ayer con las últimas proyecciones de la competencia oficial, que no fueron precisamente las mejores. La catalana Isabel Coixet –quien jamás trabaja en su propio idioma, o ni siquiera en español– trajo Maps of the Sound of Tokio, un presuntuoso melodrama rodado íntegramente en la capital japonesa y que terminó abucheado en la función de prensa, por el uso descomedido que la directora hace de rasgos de estilo que a esta altura ya son una marca de fábrica del cine de Wong Kar-wai, o de Hou Hsiao-hsien, de quien incluso parece “tomar prestado” el tema del sonido de la ciudad, que ya estaba en la extraordinaria Café Lumière (2003).

Otro director que patinó aún peor en Tokio fue el argentino (largamente radicado en Francia) Gaspar Noé. Favorito de Cannes desde que en 1991 estrenó en la Semaine de la Critique su corto Carne, germen de su primer largo, Solo contra todos (1998), premiado en la misma sección, Noé luego pasó a ser el protegido de la competencia oficial, donde Irreversible (2002) no ganó ningún premio del jurado pero consiguió el escándalo del año, por aquella interminable secuencia en tiempo real de la feroz paliza y peor violación de la hermosa actriz italiana Monica Bellucci. Con el mismo ánimo de crear controversia, ahora Noé –hijo del pintor Luis Felipe– le propuso al concurso oficial Enter the Void, especie de viaje lisérgico por Tokio de casi tres horas de duración que ya comenzó a ser encumbrada en los pasillos del Palais des Festivals y en los cafés de la Croisette como “la peor película que se haya exhibido jamás en Cannes”.

Elemental en su dramaturgia y autocomplaciente en su estética, que confunde forma con mero virtuosismo técnico (la cámara se la pasa volando por encima de la cabeza de los personajes como si fuera un globo a merced del viento), Enter the Void también está a la altura de la fama de misoginia que Noé ya se había ganado con Irreversible. Con la excusa de describir un infierno en la Tierra –que el director se permite mirar desde arriba como si fuera Dios–, las mujeres son las que salen peor paradas de la película, especialmente Linda, una stripper casi adolescente, que después de la muerte de su hermano mayor en un asunto de drogas parece atravesar los siete círculos del Averno, descriptos con delectación por el film, que incluye no sólo una minuciosa descripción de un aborto sino también un plano detalle del pequeño feto bañado en sangre que queda en la bandeja quirúrgica, antes de ir a la basura.

Si se recuerda que ya en otras de las películas de la competencia hubo por ejemplo, una mujer secuestrada, violada y descuartizada (en Kinatay, del filipino Brillante Mendoza), u otra tan desquiciada y violenta que parece la neta encarnación del Mal (Charlotte Gainsbourg en Antichrist, de Lars Von Trier), se diría que la tendencia de este Cannes ’09 no tiene precisamente una visión favorable del género femenino.

Para encontrar un film mucho más noble, original y visionario que éstos, basta con acercarse a ver Independencia, del joven director filipino Raya Martin (Manila, 1984), seleccionado en la sección oficial Un Certain Regard. Bien conocido en el Bafici, donde se exhibió casi toda su obra previa, Martin es un cineasta que parece haber encontrado ya su propia voz y que, al mismo tiempo, no cesa de buscar nuevos caminos. En Independencia, por ejemplo, profundiza y perfecciona el concepto que ya había detrás de A Short Film About the Indio National (2005), la primera parte de lo que Martin imagina será una trilogía sobre la resistencia a las tres potencias invasoras que se disputaron el territorio filipino: España, Estados Unidos y Japón.

Filmada en un parpadeante y maravilloso blanco y negro, que evoca al mejor cine mudo, Independencia transcurre en lo más profundo de la selva filipina, a comienzos del siglo XX. Allí se refugian una madre anciana y su hijo, sobrevivientes de una familia que –con la aparición de una mujer también en fuga– volverá a constituirse como un núcleo en la espesura de la jungla, lejos de la influencia del ejército invasor. Sin embargo, una terrible tormenta tropical traerá, como una oscura premonición, ecos de la marcha del ejército estadounidense...

En los antípodas del mero panfleto, el film de Raya Martin articula su discurso político a partir de un proyecto cinematográfico tan inteligente como bello y audaz. Ante la inexistencia de un cine que hubiera podido dar cuenta de la historia de su país, Martin se dedica a suplir esa carencia, a refundarlo desde sus inicios, a sentar las bases y los mitos de origen que él interpreta le faltan a su cultura. Sus modelos cinematográficos entonces son David Wark Griffith y Friedrich W. Murnau, pero a diferencia de lo que sucedía, por caso, en Huérfanas de la tempestad o Tabú, aquí las fuerzas desatadas de la naturaleza expresan no sólo el concepto romántico de la tragedia del alma sino, en todo caso, la noción moderna de tragedia política.

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Independencia, del joven director filipino Raya Martin, fue seleccionada para la sección oficial Un Certain Regard.
 
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