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Martes, 25 de mayo de 2010

CINE › ENTREVISTA A JOSUé MéNDEZ, DIRECTOR DE DIOSES, QUE SE ESTRENA EL JUEVES

Dilemas de elite en clave de sátira

El cineasta es parte de una camada a la que ya se denomina Nuevo Cine Peruano. Su segunda película hace foco en una familia de clase alta y aislada en la que los hijos no encajan en los moldes que el padre imaginaba para ellos.

 Por Oscar Ranzani

Así como aquí surgió hace aproximadamente quince años el Nuevo Cine Argentino, que presentó en sociedad a jóvenes directores de la talla de Lucrecia Martel, Daniel Burman, Adrián Caetano y Pablo Trapero, en Perú está floreciendo algo similar. Y algunos críticos ya se animan a hablar del Nuevo Cine Peruano. Algunos datos permiten corroborarlo: La teta asustada, de Claudia Llosa, ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín 2009 y fue una de las cinco candidatas al Oscar a la Mejor Película Extranjera (que finalmente conquistó El secreto de sus ojos). El año pasado también compitió una película peruana en la selección oficial del Festival de Venecia (Paraíso, ópera prima de Héctor Gálvez), y Octubre, de Daniel y Diego Vega, participó en la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes que finalizó el domingo pasado. En medio de todos estos sucesos, surgió un joven director que marcó una impronta en el cine de su país con su ópera prima, Días de Santiago, en la que abordó la historia de un ex combatiente y su necesidad por reinsertarse en la sociedad. El cineasta se llama Josué Méndez y su segundo largometraje de ficción, Dioses, se estrena el jueves en Buenos Aires. “Estamos viviendo uno de los mejores momentos del cine peruano y no es para nada por mí”, confiesa Méndez en la entrevista telefónica con Página/12. Esta ola de películas peruanas en festivales la atribuye a la nueva generación: “Se trata de óperas primas o segundas películas. Claramente es una renovación”, admite. En Dioses, Méndez focaliza sobre la vida frívola, lujosa y superficial de la clase alta peruana, a través del relato de una familia perteneciente a esa elite que decide pasar el verano en una casa de playa (el equivalente de los countries argentinos), alejada de Lima. El padre, Agustín, un acaudalado empresario, desea un futuro “ideal” para sus hijos: que Andrea se case y tenga hijos, y que Diego asuma los negocios de la familia. Pero no todo sucede según las intenciones del jefe de familia, que trae a su casa a su nueva pareja, Elisa, veinte años menor que él y de una condición económica más humilde, pero con ansias de adquirir status. Con el correr de la trama, Diego termina enamorándose (con culpa) de su hermana y busca acercarse lo más posible a su cuerpo, mientras que Andrea reparte sus días entre las fiestas electrónicas, borracheras y diversas relaciones con hombres. Eso sí, Méndez no se anima a señalar a Dioses como una película crítica sobre la clase alta peruana: “Es una especie de sátira, de mirada con humor sobre cómo es ese medio, de las cosas que hablan, de los miedos e inseguridades que tienen –explica–. Es una crónica de una familia en ese medio social. No diría ‘crítica’ porque esa palabra suena a algo serio y siento que Dioses intenta ponerle un poco de humor al asunto”, agrega.

–¿Cuán reales son los conflictos de la elite peruana que narra la película?

–Hay cosas que pasan en la realidad que son inverosímiles. Siempre digo que la realidad de la clase alta es peor. La película toma anécdotas de alguna manera divertidas porque la situación real es mucho más seria y es terrible. Pero el film lo hace de una manera un poco más accesible.

–¿Qué significa la felicidad en la vida frívola de esta familia? ¿Cree que es algo desconocido?

–No, creo que hay una búsqueda de una perfección, de que todo caiga en un cierto molde: que todos los hijos salgan siguiendo un cierto molde. Y los padres intentan imponerles ese molde a los hijos y a las personas que conocen y con las que comparten sus vidas. Cuando eso se da, creo que hay una felicidad. Cuando se logra que todos los hijos encajen perfectamente en el molde y hagan lo que los padres quieren, sería como un ideal en ese medio social. El punto de la película es que precisamente presenta personajes que no quieren entrar en ese molde, que huyen, que le escapan al molde. Y eso es lo que presenta el conflicto.

–¿La inclusión del personaje de Elisa busca mostrar, además del contraste de clase, la seducción por la riqueza?

–Más que por la riqueza, diría por el status, por pertenecer a un mundo social más “exquisito” que, obviamente, es visto como un progreso. Para mí, el tema no pasaba precisamente por el dinero, porque el dinero se puede conseguir de muchas maneras. El tema era por ingresar a este mundo. Ya vivir en una casa de playa así es un status casi increíble. Son comunidades muy cerradas. Eso ya representaba un progreso enorme para el personaje.

–¿Cuál fue el fundamento de la introducción del elemento incestuoso?

–Cuando yo era chico, todos los amigos del colegio estaban siempre con personas muy cercanas a ellos; es decir, salían con la vecina, con la hermana o la prima del amigo. Y entre todos siempre intercambiaban las novias. Es un mundo muy endogámico. Como la película es una sátira, quería llevarla al extremo: ni siquiera sales de tu casa para buscar lo que quieres. Está bajo tu propio techo. Entonces, el extremo era que el joven se enamore de su propia hermana. Son personas que no buscan la diferencia en la pareja. No buscan una persona distinta sino alguien que se parezca a ellos. De ahí, salió la idea de que el hermano está enamorado de su hermana.

–¿Diego vive con culpa la atracción por su hermana debido a que es su hermana o por miedo a la reacción de su padre?

–Es algo muy psicológico que en la película no se ve, pero para mí el hecho de que se enamore de su hermana es una reacción contra su padre. Al ser obligado por el padre a seguir un tipo de vida, una manera de reaccionar para herir al padre o hacer algo que el padre nunca toleraría, es enamorarse de su propia hermana. Esto le genera una culpa que lo tortura en toda la película.

–¿Por qué Diego busca conocer otras realidades sociales como, por ejemplo, cuando pasa unos días en el barrio popular de la empleada doméstica?

–No sé si las busca, pero siempre vi el personaje de Diego como un tipo frágil, que no se sentía a gusto en el medio en el que creció, donde hay gente con personalidades muy fuertes y avasalladoras. Entonces, me pareció interesante la posibilidad que se abría al final de que escape un poco a eso, pero solo para darse cuenta de que tampoco pertenece al afuera. No tiene nada que hacer en otro medio. Y tiene que seguir viviendo en el medio en el que creció pero tomando ciertos compromisos. Es un poco lo que hacemos todos.

–Sin establecer una denuncia específica, ¿con esta película quiso señalar que esta clase se aisló desde diversos puntos de vista de los problemas sociales y económicos de su país?

–Esa fue una intención original en la película. Es un grupo que se aísla y no es sólo que no haga nada por los problemas, sino que físicamente estableció sus casas lejos. Esto no es algo que en la película esté tan explicado, pero para el medio peruano es muy claro que estas casas de playa se construyeron a una hora de Lima precisamente para no estar en Lima, para no tener que convivir juntos, sino para tener un lugar en el que los hijos puedan crecer y jugar “tranquilos”. Y eso es lo que ellos mismos dicen. Ese aislamiento fue una de las ideas originales: estas personas se han separado complemente del resto de la sociedad. Uno va ahí y está en cualquier otro planeta.

–Usted ganó una beca que le permitió contar con el asesoramiento de Stephen Frears. ¿Cómo fue esa experiencia?

–Es un programa que tiene Rolex en distintas disciplinas. Una de ellas es cine. Básicamente, Frears vino a Perú y conversamos sobre el guión. Lo llevamos a que viera las locaciones que estábamos buscando. Realicé un trabajo de guión con él. Después, volvimos a vernos en la edición. Con Frears hicimos un primer corte de la película. Básicamente, fue como una especie de taller intensivo con su asesoramiento y opinión.

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Gracias a una beca, en Dioses Josué Méndez contó con el asesoramiento de Stephen Frears.
 
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