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Miércoles, 10 de noviembre de 2010

CINE › MIGUEL FRíAS, ROBERTO TESTA Y PABLO OSORES, REALIZADORES DE COMO BOLA SIN MANIJA

“Hacemos visible a un hombre invisible”

El documental que se estrena mañana pone el foco en Rubén, un hombre de 77 años que lleva tres décadas sin pisar la calle. Pero el trío advierte que no buscaron “un reality” ni intentan develar un enigma, sino meterse en el universo de un ermitaño querible.

 Por Oscar Ranzani

No hay caso. Ninguno de sus sobrinos logra convencer a Rubén de que salir de su casa y contemplar el mundo a su alrededor tiene sus ventajas, a pesar de los problemas que acarrea vivir en sociedad e interactuar con otras personas. Es que este hombre de 77 años hace por lo menos tres décadas que no pisa el exterior, sin que nadie en su familia pueda conocer cuáles fueron los motivos que lo llevaron al autoencierro. ¿Tal vez fue culpa de Cuero Seco, la mujer que él apodó de esa manera y que fue su amor imposible? ¿Algo tuvo que ver su enfrentamiento con su primo Oscar, al que Rubén lo apoda Manija? Son interrogantes que este ermitaño simpático no quiere develar ante sus sobrinos, ni siquiera frente a Ana, que es psicoanalista –además de tarotista– y que podría comprender plenamente las oscuridades de la mente. Tampoco ante Nora, su otra sobrina, quien intenta una reconciliación con Manija, ni ante su tercer sobrino, Nicolás, un apasionado del fútbol que no logró nunca que Rubén pisara una cancha de fútbol con él. Y mucho menos Rubén se digna a confesar su motivo de aislamiento en el documental Como bola sin manija, que realizaron el crítico de cine Miguel Frías –debutante detrás de cámara–, con los cineastas Roberto Testa y Pablo Osores, directores de Flores de septiembre, documental estrenado hace dos meses que ponía el foco en los efectos de la dictadura en el Colegio Carlos Pellegrini.

La idea del documental –que se estrena este jueves– fue de Frías, ya que conoce a Rubén desde hace quince años: Rubén es el tío de su mujer. “Siempre fue un personaje bastante atípico para la familia y sobre todo para mí”, confiesa Frías, quien llevó hasta la casa de Bernal a Osores y Testa para que conocieran a este personaje enigmático. Y entonces, los tres fueron madurando la idea del film que lo tiene como protagonista. Los realizadores admiten que no querían hacer un película “meramente contemplativa de la vida de un tipo que vive encerrado, sino que fuera un poco más dinámica, más divertida si se quiere”.

–¿Qué les resultó cinematográfico de la vida de Rubén?

Roberto Testa: –Muchas cosas. La primera es que daba maravillosamente bien en cámara. Los gestos, los rasgos, las manos de Rubén tienen una expresividad que es muy poco habitual. Logró olvidarse de la cámara con mucha facilidad y luego recordaba que la cámara estaba ahí. Entonces, la interpelaba.

–Teniendo en cuenta que no parece ser un amante de la exposición pública, ¿tuvieron que convencerlo de que lo iban a filmar?

Miguel Frías: –En realidad, no es que tenga problemas con la exposición pública, sino que su actitud ermitaña es bastante insondable. Pero es muy abierto al diálogo. En general, no hubo problema con eso y estaba la ventaja de que yo lo conocía desde siempre. Con ellos también se encariñó rápidamente. Rubén es totalmente afable. Tal vez era una ventaja y a la vez un problema el humor involuntario que tiene. Cada una de sus intervenciones y sus diálogos están marcados por el humor. Y nosotros quisimos que eso estuviera en la película, que representara su espíritu, pero que no estuviera subrayado. Teníamos miedo de caer en una mirada burlona. En ese sentido, tratamos de tener respeto. Incluso en la historia, tanto en el nudo como en el desenlace, la cámara se retira. Preferimos no intervenir. No quisimos hacer un reality. No quisimos exhibir exactamente cuál es el conflicto que él tiene ni exactamente cómo se resuelve. Preferimos que eso quedara en la mente de cada espectador.

Pablo Osores: –Con respecto a la relación de Rubén con la cámara, creo que más prejuicios teníamos nosotros por el miedo a ver cómo él reaccionaba. Y lo tomó de manera muy natural. Es más, la sensación era que no se daba cuenta. El personaje tiene un carisma muy particular. Nosotros fuimos con la cámara el primer día y montamos rápido, de manera precaria. Y la verdad es que él mismo genera dentro de su mundo algo muy particular. No necesitó de un ablandamiento. El solo abre el juego y es uno el que se tiene que aflojar un poco más.

–¿Cómo buscaron transformar el registro familiar en un registro público para que interese a quienes no conocen al protagonista?

R. T.: –Hay una narración. Miguel había contado que hubo un momento clave a través del cual entendimos que había una posible historia. Y digo posible porque no estaba preguionada. Pero a partir del momento en que hay una narración, más allá de que sea un registro familiar o no, hay algo que permite un transcurrir. Y además, me parece que lo familiar da cuenta de muchas universalidades, porque está cruzado por la historia de una enemistad, una historia de amor fallido, otra de vínculos afectivos que tienen que ver con sus sobrinos... Es decir, son cosas familiares pero, a la vez, universales. Y cualquiera puede encontrar un punto de identificación.

–¿Definirían a Rubén como un pesimista?

R. T.: –No sé si voy a contestar exactamente la pregunta, porque no sabría cómo responderla. Pero creo que Rubén es como una versión extrema de lo que muchos tenemos. Es decir, yo siento que Rubén, en todos los aspectos de su vida, ha decidido encerrarse en el caparazón que es más o menos lo que hacemos todos en distintos aspectos de nuestras vidas ante fracasos, frustraciones, sensación de que no podemos, etcétera. Entonces, no sé si es un pesimista. Pero me parece que el personaje va a tocarle cuerdas íntimas a mucha gente, porque considero que todos nos podemos reconocer en esa actitud de cerrarnos al mundo y decir: “En este plano de mi vida no me expongo más”. El, simplemente, lo ha hecho en todos.

–¿Les costó comprender su personalidad?

R. T.: –Hay algo insondable en Rubén, como dijo Miguel. Muchas veces no sabés si está hablando en serio o en broma. Parece que cae en un abismo pesimista, y de pronto sale con un chiste.

P. O.: –Para mí es también un gran observador de aquellos con los que interactúa.

M. F.: –Me da la sensación de que su escepticismo es una forma de defenderse del mundo. Incluso, ahora frente a un estreno, uno querría quedarse en su casa tranquilo viendo tele sin que nadie opine. Pero noto que Rubén es un hombre con muchas pulsiones. Y eso me parece que lo hace distinto a alguien que no tiene ganas de vivir. Hay una secuencia clave en la película cuando un médico que lo visita le dice: “A usted la gusta la vida, ¿no?”. Y él se queda callado, como queriendo asentir. Me parece que a Rubén le gusta mucho la vida. El intenta ser invisible o inofensivo para los demás, y estar a salvo de los demás. Usted puede decir: “Bueno, esta película lo expone”. Probablemente, una de las rarezas de este film es poder hacer visible a un personaje invisible. Pero repito: es un hombre cargado de pulsiones y de muchas cosas que le gusta hacer.

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“Los gestos, los rasgos, las manos de Rubén tienen una expresividad que es muy poco habitual.”
Imagen: Leandro Teysseire
 
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