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Sábado, 10 de septiembre de 2011

CINE › EL CINEASTA ALEMáN PRESENTó INTO THE ABYSS, SU NUEVA PELíCULA

Herzog vs. la pena de muerte

Como un Truman Capote munido de cámara, Herzog se interesó y filmó la historia de dos asesinos condenados a la ejecución: supo jugar el contrapunto de estar en contra de la pena de muerte, pero no necesariamente a favor de los convictos.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Toronto

“Podría ser el título de cualquiera de mis otras películas”, fue lo primero que dijo Werner Herzog cuando anoche presentó, en estreno mundial en el Toronto International Film Festival, su nuevo documental, Into the Abyss (Hacia el abismo). Al director de Lecciones de oscuridad y Fitzcarraldo siempre le atrajeron las situaciones extremas: internarse en los límites, buscar en los confines es una constante en la obra del gran director alemán. Desde hace años radicado en los Estados Unidos, aquí vuelve a hacerlo una vez más, con un tema que define el grado de violencia de esa sociedad: la pena de muerte.

Como en A sangre fría, como si Herzog hubiera decidido jugar a ser un nuevo Truman Capote, el director consigue entrevistar a dos jóvenes convictos –Michael Perry, condenado a muerte; Jason Burkett a cadena perpetua– por el triple asesinato a mansalva de toda una familia de un pequeño pueblo del estado de Texas, ocurrida diez años atrás. Como en la obra maestra de Capote, también inspirada en un caso real, aquí la motivación del crimen es oscura, si no banal: los muchachos, todavía adolescentes cuando cometieron sus crímenes, estaban un poco borrachos y querían llevarse un Camaro rojo que estaba guardado en el garaje. Para eso mataron a escopetazos a la madre –que estaba en la cocina preparando las clásicas cookies familiares– y a sus dos hijos, también adolescentes. Y después salieron a buscar chicas por las cervecerías de la zona con su nuevo Camaro.

Ya al comienzo del film, cuando Herzog se enfrenta cara a cara con Perry –apenas ocho días antes de su ejecución, a los 28 años, después de más de una década en cautiverio– le explica su postura, antes de empezar a hablar: “El hecho de que yo esté ahora acá, con la cámara, no implica que te tenga simpatía, pero estoy en contra de la pena de muerte”. Y, por si cabía alguna duda, frente al público de Toronto, Herzog lo volvió a decir anoche una vez más, con ese inglés cargado de un fuerte acento alemán que siempre enfatiza la gravedad de sus palabras: “Me opongo a la pena de muerte, pero no tengo una razón para explicarlo. En todo caso, tengo una historia. Yo nací durante el nazismo, que condenaba a muerte a los débiles y a los enfermos mentales. Y que después cometió el peor genocidio del siglo XX: asesinó a seis millones de judíos. Nadie de mi generación puede estar a favor de la pena de muerte”.

La estructura de Into the Abyss, realizada a base de entrevistas (“Conversaciones –corrige Herzog–, yo nunca llevo preparadas las preguntas”) puede hacer pensar en un documental convencional, pensado para la televisión, para la que fue producido. Pero en verdad la película está concebida y articulada como una novela, con un prólogo, cinco capítulos y un epílogo, una suerte de relato coral en el cual, a través de infinidad de personajes (los convictos, los familiares de las víctimas, el sheriff que investigó el asesinato) se va narrando no tanto el caso como ofreciendo un fresco acerca de la ética y la estética de esa comunidad, una suerte de pintura del gótico americano.

Para el prólogo, por caso, Herzog consiguió “emboscar” (según su propia expresión) al capellán que acompaña a los condenados hasta la cámara en la que serán ejecutados. Lo filma de urgencia, en el cementerio que está detrás de ese presidio texano, donde se encuentran alineadas decenas de cruces sin nombre, apenas identificadas por un número. “Son los ejecutados que no son reclamados por sus familiares”, explica el religioso, a quien no le cuesta que se le llenen los ojos de lágrimas. El capellán empieza a hablar de Dios todo misericordioso y de que la vida es preciosa, hasta que Herzog, con delicadeza, lo interrumpe y le pregunta, por qué entonces Dios permite la pena de muerte. “No tengo una respuesta”, dice con sinceridad el capellán. Pero Herzog no ha terminado aún con su presa: el sacerdote intenta explicar lo inexplicable con un recuerdo personal, que eleva a la categoría de alegoría: el momento en el que estuvo por atropellar a una ardilla que se cruzó delante de su auto. Y Herzog, en vez de regresarlo al tema por el cual lo convocó, lo anima: “Descríbame ese encuentro espiritual con una ardilla...”

De una manera similar, Herzog conduce también su conversación con el ex verdugo de la prisión, un hombre de aspecto amable y bonachón, de esos que uno imagina tomando pacíficamente una cerveza frente al televisor de su casa. Sucede que ese hombre ejecutó a 126 personas. “Algunas veces hice hasta dos ejecuciones por semana. Era agotador”, afirma antes de explicar que después de haber tenido que ejecutar a una mujer decidió renunciar, aun a costa de perder el derecho a su pensión. Ahora, dice, disfruta de la vida y se dedica “a observar el vuelo de los pájaros”.

A diferencia de otros de sus documentales, como su primera experiencia en 3D Cave of Forgo-tten Dreams, que presentó el año pasado aquí mismo en Toronto y que luego se vio en el Bafici, en Into the Abyss Herzog no aparece nunca delante de cámara, apenas si se escucha su voz. Pero esa voz oscura, ominosa, no exenta de cierta irónica solemnidad, es suficiente para sentir el peso constante de su presencia. Y como en muchos de sus últimos films, en Hacia el abismo también hay humor, incluso cuando Herzog y el convicto Perry descubren que para que un condenado pueda finalmente ser ejecutado, antes un médico debe declararlo “apto”, físicamente sano para llegar al cadalso.

“El humor es necesario, nos saca siempre algún peso de encima”, explicó Herzog frente al inmenso auditorio de la Universidad Ryerson donde estrenó su película. “El humor es parte de la vida, nos da calidez. Y Perry también tenía humor. Ni Perry ni Burkett son monstruos. Sus crímenes son monstruosos, pero ellos son seres humanos.”

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Los condenados asesinaron a toda una familia en un pueblito de Texas, sólo para robar un auto.
 
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