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Miércoles, 14 de septiembre de 2011

CINE › PAULA DE LUQUE, OSMAR NúñEZ Y JULIETA DíAZ HABLAN DE JUAN Y EVA

“No es una película maniquea, son seres con muchos matices”

Para relatar el comienzo de la historia conjunta de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, la realizadora y la pareja protagónica se abrieron de perspectivas conocidas y evitaron caer en la trampa de plantear un juego entre peronismo y antiperonismo.

 Por Oscar Ranzani

El gusto por narrar historias de amor a través de la cámara siempre estuvo presente en la mente de la cineasta Paula de Luque. Basta mencionar que el año pasado realizó un ciclo por Canal Encuentro sobre las relaciones afectivas de grandes personajes de la historia política argentina: desde San Martín, pasando por Mariano Moreno, hasta figuras del siglo XX. Pero este ciclo tenía un formato periodístico que no es el que De Luque despliega en Juan y Eva. El film que se estrena mañana enfoca en la historia de amor que construyeron el entonces secretario de Trabajo y Previsión Social, Juan Domingo Perón, y la actriz de radioteatros María Eva Duarte. La trama presenta a Perón (Osmar Núñez) y a Eva (Julieta Díaz) desde el momento en que se conocen en enero de 1944, tras el terremoto de San Juan, cuando Perón organizó una colecta para ayudar a las víctimas (de la cual Eva participó) y llega hasta el 17 de octubre de 1945, día en que la historia indica que nació el peronismo, con una movilización obrera y sindical que exigía la liberación del futuro líder. El rasgo más distintivo de Juan y Eva es que indaga en cómo se fue construyendo y consolidando esa relación afectiva, cuando ambos no eran todavía las figuras políticas que luego ocuparon en la historia argentina. Alejarse del bronce parece haber sido la premisa de la directora, con la intención de situarse en la antesala de todo lo que después sucedió en la vida pública del país y que ya fue abordado por el cine argentino.

“Yo quería que la película transitara el momento en el cual ellos se van construyendo a sí mismos”, cuenta De Luque en la entrevista con Página/12, en la que también participan los protagonistas Núñez y Díaz. “Yo creo que cada uno de nosotros es una construcción. No es que cuando nacemos tenemos un destino preestablecido, si bien hay ciertas cosas que están en los genes que después nos conducen hacia un lado u otro. Pero las personas somos la construcción de lo que nos va pasando, con quién nos vamos topando, de las circunstancias que vivimos. Y todo eso va conformando una personalidad, una circunstancia”, agrega la directora, sobre la elección de narrar la parte menos conocida: la historia de amor de Perón y Eva. “No la conoce nadie. Ni yo. Es ficcional”, admite De Luque.

–¿Y cómo fue el trabajo de investigación?

Paula de Luque: –Leí muchísimo. Me inspiré en textos escritos, en documentales; sobre esa investigación histórica ficcioné la historia de amor. Porque si bien hay mucho material de archivo de ellos, ese material siempre está mediatizado por un fotógrafo. Entonces, ella seguramente estaba peinada para la fotografía y se la puede ver muy contenta posando y haciendo que no posa, como todo el mundo cuando alguien le saca una foto. Pero lo que yo quise hacer fue sacar al fotógrafo de entre el público y ellos y escucharlos respirar, que es lo que se ve y se escucha en la película. Puse la cámara donde sucede la intimidad y conté la coyuntura política desde la intimidad de ellos.

–¿Contar la historia del Perón y Eva íntimos antes que la dimensión pública?

P. de L.: –Exactamente. Pero también ese entramado, donde está la vida privada de ellos, en el doble sentido de la palabra: privado porque es propio, pero también privado de la privacidad. Porque también la vida pública va interactuando con la privada y ellos se van construyendo en quiénes son y quiénes fueron después. La idea que me resulta súper interesante en términos dramáticos y narrativos es la de que ellos en ese momento no sabían cómo iban a terminar. Bueno, nadie sabe cómo va a terminar, pero ellos ni se imaginaban en ese momento que iban a terminar siendo dos mitos. Y me resulta muy interesante la dialéctica entre el hecho de que el público que está viendo la película sabe cómo terminó, pero ellos, los personajes, no.

–Usted dijo que no es una película que ponga el foco en el peronismo. Si hubiera que catalogarla, ¿sería una historia de amor atravesada por la política?

P. de L.: –Es una historia de amor atravesada por una coyuntura política y social y mundial, porque también está el tema de la guerra. Si la tengo que definir en una línea es una historia de amor atravesada por circunstancias políticas y sociales muy complejas.

–¿Y cómo analiza esa relación afectiva atravesada por la política? ¿Cree que vivieron el amor de una manera diferente a como puede vivirlo una pareja común y corriente?

P. de L.: –Uno va siendo la interacción entre lo que uno es y la realidad que se le presenta. No es que vivieron la historia de amor con la puerta cerrada más allá de todo lo que pasaba o con la puerta abierta y todo lo que pasaba lo dejaban entrar. Fueron buscando el modo. Y en ese sentido, todo ese entramado de amor y de odio, de clima revolucionario, tiene que ver con eso. No es que el odio se les mete por lo que genera el peronismo en ciertas clases sociales o en ciertos intereses, sino que es el odio que también se les mete en la casa, porque ellos también empiezan a ver cortocircuitos en esa pareja. Y al ser la historia de un amor adulto no es la historia de “bueno, te doy un besito y te quiero mucho”, y que eso signifique amar. A veces, amar es poner el cuerpo.

–¿Cómo cree que puede recibir esta película alguien que no es peronista?

P. de L.: –Es que no es una película para peronistas ni para no peronistas. Yo creo que es para todo el público. Por lo menos, mi intención no fue hacer una película maniquea, en el sentido de que los peronistas son buenos y los antiperonistas son malos.

–No establece juicios de valor.

P. de L.: –No, yo no establezco juicios de valor. De hecho, hay varias escenas donde a Perón lo muestran bastante recio y a Eva insegura, dubitativa. En lo general, se los conoce como seres sin matices. Y a mí esto me resulta profundamente aburrido. Un muñeco puede ser, pero un ser humano tiene millones de matices y millones de circunstancias. Y no es lo mismo hablar con un colega militar que con tu mujer. No es lo mismo plantarte frente a las masas que como hablás en la intimidad de una cama. Y esos matices los fuimos trabajando muchísimo.

–Osmar y Julieta, ¿qué significa como artistas abordar figuras de tanto peso histórico?

Osmar Núñez: –A mí me atraen particularmente los personajes históricos. En cine no tenía la experiencia. Si bien hice un momento histórico desagradable del país en La mirada invisible, éste es un personajazo más que un personaje, de una presencia y de una vigencia tan fuerte que da mucho más vértigo que en el caso de La mirada..., porque es un personaje que, si bien existió, es emblemático. Este es un personaje de carne y hueso presente en el imaginario popular. Digo, en la gente Perón está todo el tiempo. Significó una investigación más ardua, mucho más a fondo que cualquier otro personaje que me haya tocado abordar y que no sea de la realidad. Pero me encantan los personajes históricos. En teatro tuve la oportunidad de hacer más, pero en cine es la primera vez.

Julieta Díaz: –En un primer momento, cuando tenía que abordar el personaje sentí mucho miedo, pero sabía que no estaba sola, que había un guión muy sólido, tenía una directora que sabía lo que quería. Conozco su trabajo y me gusta. Y yo pude entregarme a ella, y ella confió en mí. Después, con Osmar, a quien ya conocía, fue un trabajo muy en equipo. Y creo que más allá de lo histórico se contó esta historia en particular. Y eso estuvo bueno también, no dejarse comer por eso y trabajar puntualmente. Más allá de la información y de lo que emocionalmente se puede mover, en la fantasía hay algo concreto del trabajo que fue muy natural. No sentí tanto ese peso cuando empezamos a trabajar.

–Usted interpretó a Norma Arrostito en Gaby, la montonera, de César D’Angiolillo, y ahora a María Eva Duarte. ¿Hay una necesidad extra desde el punto de vista actoral cuando se tienen que interpretar personajes que existieron, a diferencia de los completamente ficcionales?

J. D.: –Y claro. Hay una necesidad y también está buenísimo porque tenés cosas concretas que le pasaron al personaje. Hay lugares comunes, pero también hay distintas maneras de contar esos lugares comunes o esas cosas concretas que pasaron. Es interesante por toda la investigación que podés hacer, pero a la hora de interpretar es reinterpretar una historia o un personaje. Siempre van a aparecer diferentes Juanes y Evas.

–A la hora de interpretarlos, ¿los pensaron como personajes ficcionales o reales? ¿Cómo fue el trabajo de elaboración?

O. N.: –Son las dos cosas. Lo real está presente justamente por esa documentación a la que recurrí, pero por otro lado está lo más subjetivo e interesante que está relacionado al arte: construir un personaje, ponerle tu voz, tu cuerpo, tu corazón, tu cabeza. Entonces, ya ahí, de la realidad va a quedar menos, por suerte. Hablo de aquella realidad, no de ese personaje real. Va a transformarse con la actriz que me acompaña, con la directora... Va tomando otra forma, otro color más interesante que, incluso, aquel que imaginaste.

–Tanto Perón como Evita son considerados mitos. ¿Esta película intenta humanizarlos más, hacerlos más cercanos al común de la gente?

P. de L.: –El problema con las maquetas, con los lugares comunes, con los clichés, es que no se soportan más de diez o quince minutos y, en general, dan risa, porque son como una deformación de la verdadera realidad. Es un poco lo que plantea la película Copia certificada de Abbas Kiarostami: ¿Qué es más válido: el original o la copia? En ese sentido, nosotros dejamos totalmente de lado esa discusión. Nunca nos propusimos que ellos se parecieran físicamente o en el modo de hablar. El lenguaje de la película no es ni de la época ni completamente actual. En eso trabajamos muchísimo también: en la forma de hablar, en el tono actoral. Lograr verdad o verosimilitud no es una abstracción, es un trabajo que tiene toda una base de acción para lograr esa verdad. ¿Cómo se logra esa verdad? Bueno, ablandando los diálogos, no imitando, no caracterizando a los actores, no obligarlos a que se parezcan porque sí. Si no, es como una especie de pirueta del virtuosismo que a mí no me resultaba atractiva. Lo que me resultaba atractivo era que ellos pudieran desandar todos los prejuicios, todas las maquetas, todas las caricaturas que se ven y circulan de Perón y de Eva y que pudieran desde su capacidad actoral (que la tienen por demás) componer personajes verosímiles de una actriz que en ese momento se enamora de un general. Y durante el rodaje, tuvimos una especie de dualidad, donde, de pronto, éramos completamente conscientes de que se trataba de Perón y de Eva, y de pronto éramos completamente inconscientes y los olvidábamos.

–De todo lo que leyeron para la película, ¿hubo ideas que modificaron en torno a lo que ustedes creían de Perón y Eva?

O. N.: –No, ideas no. A mí siempre me atrajo de Perón esta modalidad o moralidad de respetar a ultranza lo que amaba, lo que quería, lo que necesitaba. Ese luchar a brazo partido para lograr lo que él quería, en este caso estar con Eva. Eso me atrajo siempre, porque siempre lo supe. Y en el guión está muy trabajado y marcado. Me atrae muchísimo ese respeto por su propia intimidad.

J. D.: –Mientras investigaba, leía sobre la vida de Eva. Me encantó la biografía de Marisa Navarro, porque es una española que cuenta la historia y todo el tiempo está aclarando: “Pasó esto. Los peronistas decían ‘esto’ y los antiperonistas ‘esto otro’”. Pero te contaba lo que había pasado realmente. Y eso me ayudó un montón. Y leyendo esa biografía y otras cosas, me pasaba que, por momentos, la amaba por cosas que hacía, sentía que la entendía, y por momentos me enojaba. Y decía: “¿Por qué tan complicado todo?”. Como espectadora de su vida, sentía que la entendía profundamente y sentía mucha piedad, me daba mucha pena, mucho respeto y mucho orgullo, y por momentos, leía y decía: “Qué complicada, qué retorcida”. Ella tenía un sentido del humor bastante ácido. Me gustaba lo que me pasaba con respecto a eso, no como actriz sino como persona.

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“Es una historia de amor atravesada por circunstancias políticas y sociales muy complejas”, detalla la directora.
Imagen: Pablo Piovano
 
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