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Miércoles, 25 de enero de 2012

CINE › MURIó EL DIRECTOR GRIEGO THEO ANGELOPOULOS

Trágico fin de un cineasta

El autor de La mirada de Ulises y La eternidad y un día fue atropellado por una motocicleta cuando buscaba locaciones para su próxima película, en las cercanías del puerto del Pireo. Su obra supo conjugar la épica histórica con la conciencia individual.

 Por Luciano Monteagudo

Sacudida cotidiamente por una crisis económica y social que parece no tener fin, Grecia sufrió ayer un nuevo golpe con la noticia de la muerte, en un accidente de tránsito, de Theo Angelopoulos, el mayor cineasta del país y uno de los más singulares realizadores europeos del último cuarto de siglo, ganador del León de Plata de la Mostra de Venecia y de la Palma de Oro del Festival de Cannes. El director de La mirada de Ulises y La eternidad y un día fue atropellado por una motocicleta al cruzar una avenida, cuando buscaba locaciones para su próxima película, El otro mar, en las proximidades del puerto del Pireo. Tenía 76 años y toda una obra aún por delante.

Nacido en el seno de una familia de clase media de Atenas, en 1935, Angelopoulos vivió su primera infancia bajo la dictadura de Metaxas, luego sufrió la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, la guerra civil de 1944-1949 y la tristemente célebre “dictadura de los coroneles”, a fines de los años ’60. Las cicatrices, en todo caso, parecen haber quedado en su cine, que ya desde su primer largo, Reconstrucción de un crimen (1970), donde asomaba la sombra trágica de Agamenón, aprendió a prescindir de las palabras para eludir el largo brazo de la censura. Siempre fueron célebres sus largos planos-secuencia sin diálogos, donde todo el discurso queda a cargo de la imagen. “En la tormenta de las palabras muchas veces se pierde el sentido”, le dijo el director a Página/12 en un reportaje de 2002, realizado en la ciudad de Tesalónica, escenario de varios de sus films.

En 1975, cuando Grecia ya había recuperado la democracia, saltó a la fama internacional con O Thiasos, también conocida como El viaje de los comediantes, un film de cuatro horas de duración que, tras su estreno en Francia, le valió el aplauso de la crítica y varios premios internacionales. En las décadas de 1980 y 1990, ya consolidado, comenzó a trabajar en coproducciones con otros países europeos, sin perder nunca su identidad griega, a pesar de convocar a grandes estrellas de fama internacional como Marcello Mastroianni, Jeanne Moreau, Omero Antonutti, Harvey Keitel, Willem Dafoe y Bruno Ganz. En esa época incorporó a su equipo a los guionistas Petros Márkaris (famoso luego por sus novelas negras protagonizadas por el comisario Kostas Jaritos), y con el italiano Tonino Guerra, junto a quienes firmó Megalexandros, Viaje a Cythera, El vuelo suspendido de la cigüeña, Paisaje en la niebla, La mirada de Ulises y La eternidad y un día, entre otros.

Esta última película, premiada en 1998 con la Palma de Oro del Festival de Cannes, marcó un giro en la obra de Angelopoulos, la posibilidad de un cine más íntimo, menos épico. A diferencia de La mirada de Ulises y sobre todo de Megalexandros, sus dos únicos films estrenados previamente en Argentina, aquí el director se olvidaba en parte de los grandes procesos históricos que siempre fueron su preocupación para concentrarse en cambio en el repaso de la vida de un hombre antes de su muerte. El estilo de Angelopoulos, sin embargo, seguía siendo un poco el mismo, porque aun en la esfera de lo individual siguen resonando ecos colectivos, universales. Allí estaban entonces, una vez más, sus infinitos planos-secuencia, atravesados por la figura de su agonista, un escritor que buscaba “palabras perdidas, olvidadas en el silencio”. En una misma toma sin cortes, Angelopoulos era capaz de unir el melancólico presente del personaje, algún recuerdo luminoso como una mañana de verano y también alguna fantasía oscura, como ese viaje a la frontera –las fronteras siempre fueron una obsesión del director griego, empeñado en derribarlas– en el que vislumbraba la tragedia de los Balcanes.

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Angelopoulos fue el mayor director del país y uno de los más singulares realizadores europeos.
 
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