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Miércoles, 5 de septiembre de 2012

CINE › GASTóN SOLNICKI PRESENTA SU DOCUMENTAL PAPIROSEN

“Es un exorcismo familiar”

El realizador de Süden estrena este viernes su película más reciente, ganadora de la Competencia Argentina del último Bafici. “La idea fue la reorganización de viejos traumas familiares. O dicho de otra manera: de exorcismos”, afirma.

 Por Oscar Ranzani

Nada menos que once años demoró Gastón Solnicki en concretar su segunda película, Papirosen, tras un debut exitoso con Süden, documental nada convencional sobre Mauricio Kagel, uno de los grandes compositores del siglo XX. Pero si en Süden podía percibirse esa vulneración del género, en su nuevo documental, que estrenará este viernes, el realizador salta aún más la barrera de los convencionalismos y de las clasificaciones estrictas. Es que Solnicki pone el foco sobre cuatro generaciones de su propia familia –una típica familia argentina judía–, a la que registró a lo largo de más de una década en casi doscientas horas de material, al que se sumaron otros registros en Super 8 que encontró en el baúl de los recuerdos de su abuelo paterno. Si hay algo a resaltar en este largometraje es que si bien podría haber derivado a un mero video familiar, el cineasta logra trascender la geografía de su hogar para dar una idea de los vínculos familiares a niveles mayores. Esa intimidad con la que su cámara se detiene desde el nacimiento de su sobrino hasta el registro de su abuela –sobreviviente del Holocausto– se hace pública en la pantalla e invita a los espectadores a reflexionar sobre sus propias relaciones interpersonales. Y lo hace desde las situaciones más cotidianas en la vida de su familia hasta los grandes acontecimientos, incluyendo momentos alegres y tristes, tensos e intrascendentes. Como la vida misma.

Papirosen viene con un pergamino importante: ganó la Competencia Argentina del 14º Bafici. Sin embargo, el propio realizador se queja de la falta de respuestas en torno de la premiación. “El premio del Bafici viene muy trabado. Parecería que son patadas en el culo las que me están dando”, grafica Solnicki. Cobrar los 150 mil pesos que otorga el Fondo Metropolitano al ganador “es una burocracia muy compleja y yo no sé cómo voy a hacer para rendir porque es un premio lleno de contradicciones. En vez de ser un premio con el que uno se podría desendeudar, uno tiene que ponerse a trabajar para inventar vericuetos absurdos, con lo cual es algo que me inquieta”, denuncia el cineasta, quien también se queja de lo que atañe al resto del galardón. “El Hoyts, que entrega uno de los premios centrales del Bafici (el estreno durante una semana), nos viene directamente ignorando, no nos contesta los mails”, señala el director. Más allá de esta situación, Solnicki sabe que el Bafici “significó la consagración de la película en muchos planos. Y tuvo incidencias catárticas muy fuertes en mi familia”. El film podrá verse los viernes a las 20 en el Malba (Figueroa Alcorta 3415) y los domingos a las 19.30 en el Centro Cultural San Martín (Paraná y Sarmiento).

“Nació en distintos momentos de mi vida y, de alguna manera, hay distintas películas dentro de ella que, a su vez, no es solamente una película, sino también una experiencia terapéutico-exorcística personal y familiar muy importante”, analiza Solnicki. “Durante muchos años era un proyecto con el que estaba involucrado sin tener muy claro a dónde iba. Hay muchos documentales que no se hacen de una forma muy calculada o predeterminada, pero éste no se parece mucho a cómo se suelen hacer las películas en el sentido de que se filmó durante un lapso muy amplio”, agrega el director.

–Dijo que le demoró once años realizar esta película. En ese lapso, los personajes cambiaron sus fisonomías y se incorporaron nuevos integrantes. ¿Cambió mucho, entonces, la idea inicial a lo largo de todo el proceso?

–No hubo una idea inicial. Comencé a hacer esta película en el año 2000, cuando tenía 20 años. En principio, fue una forma de navegar ciertas situaciones familiares. Sea familia judía o no, hay ciertos lazos que te enredan. En general, cuando uno vive en la ciudad madre, los vínculos interfamiliares son muy condicionantes, son constitutivos. Cuando uno viaja, está liberado de estas tensiones. Por eso creo que viajar es una experiencia tan interesante y tan fértil. Cuando uno está en la ciudad donde nació y sobre todo en una ciudad como Buenos Aires, con los inmigrantes y esta cosa tan familiera y endogámica, es muy difícil. Y no solamente porque es algo muy traumático que hay que cortar, sino porque son muchas cosas opuestas a la vez. En ese sentido, hoy, viendo para atrás, empecé a hacer esta película como una manera de poder transitar esas situaciones. Esta película no nació de una idea clara: se fue constituyendo en el proceso de montaje con Andrea Kleinman y con el productor ejecutivo, Pablo Chernov, que fue fundamental.

–¿Tuvo que despegarse de su rol familiar para filmar a los demás miembros?

–Sí, ésa es la esquizofrenia de pensar a tu familia en términos narrativos. Te sentís raro porque una cosa es hacer una terapia, soñar, pero estar filmando y que el material sea el registro directo de situaciones familiares, a veces muy íntimas o muy tensas, es un acto de esquizofrenia pura. Diría que solo tiene un sentido en la medida en que sople a favor de una idea de reorganización de traumas familiares. O dicho de otra manera: de exorcismos. Sería muy distinto si hubiera filmado esto para hacer un tipo de reality show o algo más comercial.

–Si bien el film aborda la historia de una familia judía argentina, ¿cree que puede representar a otras familias, que tiene elementos como para universalizarse?

–Absolutamente. Si hay una idea en la película, es ésa. Así como Süden no está dirigida a músicos o eruditos de la música contemporánea clásica, Papirosen no está pensada para la sensibilidad judía. De hecho, prácticamente todos los festivales judíos del mundo la han rechazado. Esa es otra cosa extraña de la película. No solo entró en un circuito de festivales que no eran de documentales, sino que además escapó ampliamente a ese nicho que la podría haber absorbido con facilidad: el de los festivales judíos. Creo que es indiscutible que las familias judías en todo el mundo –y sobre todo en la Argentina– se sienten reflejadas porque es una huella, un calco realmente idéntico. Y se sorprenden. Que uno pueda ver escenas muy íntimas y propias reflejadas y significadas en una pantalla y en un registro que además es real, evidentemente es algo que toca muy de cerca, al nivel de una catarsis muy interesante, a las familias judías locales. Por otro lado, hay un montón de otras personas que no son judías y que les pasa algo muy parecido con la película porque la familia es una institución universal.

–¿Sus familiares se sintieron muy expuestos?

–Sí, bastante, pero también hay un placer, un goce en esa exposición, porque a cualquier persona le acaricia cierto narcisismo sentir que su propia historia, su propia vida, su propia cara tienen significación universal. Sobre ese material yo puedo hacer las películas que hago por esa situación de saber que con la cámara uno tiene acceso a ciertas zonas que todavía no sé cómo serían de una forma ficcional estricta.

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“Comencé a hacer esta película en el año 2000, cuando tenía 20 años”, cuenta Solnicki.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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