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Miércoles, 13 de febrero de 2013

CINE › MARTíN OESTERHELD Y LA MULTITUD, SU PRIMER LARGOMETRAJE

“Me interesa la manera en que las sociedades deciden olvidar”

Su documental muestra paisajes en ruinas, restos de lo que fueron proyectos faraónicos –la Ciudad Deportiva de La Boca e Interama– de dos dictaduras. Y contrasta esa promesa con el estado actual de sus alrededores, hoy ocupados por asentamientos.

 Por Facundo Gari

En un aguafuerte, Roberto Arlt dice: “No he visto jamás ruinas tan delicadas ni siniestras”. La línea podría pertenecer a una reseña del primer largometraje de Martín Oesterheld, La multitud, que se estrena mañana en salas comerciales. Los paisajes en bancarrota, restos de la grandeza panfletaria de dos dictaduras, son la Ciudad Deportiva de La Boca (de la de Onganía) y el parque de diversiones Interama (de la de Videla). Ninguna se queda en lo obsoleto sino que son reelaborados, acaso de modo inconsciente, por los habitantes de Barrio Rodrigo Bueno y Villa 20 como límites presentes de un futuro imperfecto, como coordenadas de su marginación al “lado B de Buenos Aires”, al decir del director frente a Página/12. “Estos espacios en desuso fueron proyectados como símbolos de una ciudad que avanzaba inexorable hacia el progreso –describe–. El documental intenta contrastar esa promesa con el estado actual de los alrededores, hoy ocupados por enormes asentamientos y habitados en su mayoría por inmigrantes que construyen su presente inestable sobre ruinas.”

No son de personas, no obstante, los roles protagónicos –con excepción de cuatro figuras que sirven al recorrido geográfico–, sino de espacios, concatenados con una sensibilidad que al nieto del guionista de El Eternauta se le podría rastrear, por romanticismo, en el ADN, pero que tiene sobre todo que ver con su formación en artes visuales. Sutileza compositiva que exprime de la arquitectura lo que tiene de poesía, sin voz relatora en una hora de imágenes.

–¿El silencio del narrador, responde a alguna tradición documental?

–La multitud es un documental de creación que intenta capturar una experiencia más que un relato. Busqué conectar con la fibra emocional por medio del estado actual de estos espacios. No quería explicarlos. Intento que el espectador se sienta empujado a generar una respuesta interna frente a las imágenes y a su recuerdo, que se establezca una relación de intimidad. Hay una idea del psicoanálisis interesante que habla del estado de desorientación que se genera cuando el lugar familiar se transforma en extraño.

–¿Y en cuanto al cine de ciudades?

–Me gustan las películas que se ocupan de la ciudad de una manera inesperada: Los Angeles plays itself, de Thom Andersen; Of time and the city, de Terence Davies; y algunas docuficciones norteamericanas de los ’60, como The exiles, de Kent Mackenzie; y On the bowery, de Lionel Rogosin. También los recorridos de In public, de Jia Zhangke, y Grand Littoral, de Valérie Jouve; además de las experiencias documentales o archivistas de artistas como Hito Steyerl y Pedro G. Romero.

–Habla de una reacción emocional del espectador frente a los espacios. ¿Qué trasuntan en La multitud la Ciudad Deportiva e Interama?

–Me resultan interesantes los temas que se relacionan con la experiencia vivida, el recuerdo imperfecto y el olvido. Más con lo que se deja de lado que con lo que se salva. A la vez, tengo una expectación muy fuerte con respecto a la ciudad: la veo como una protagonista a la que le puedo hacer preguntas. Es una sensación muy personal que tiene que ver con mi pasado, con mi condición de hijo de desaparecidos, con la situación de hablar con gente que tiene recuerdos míos y yo ninguno de ellos. El armado de mi relato personal está por lo general plagado de personas que son desconocidas. Me pasa algo parecido con la ciudad.

–Que sería la pata pública de ese relato.

–Interama y la Ciudad Deportiva son lugares proyectados por las dictaduras como símbolo de desa-rrollo. Ahora, a la distancia, componen una idea de futuro exuberante. En ese entonces, el futuro se contaba como una torre con restaurante giratorio. Me interesa la manera en que las sociedades deciden olvidar. Hay una memoria instituida que hay que defender, pero también una idea de olvido negativizada. Cuando Néstor Kirchner bajó los cuadros de los dictadores, uno de los momentos más significativos de la historia reciente del país, realizó también un gesto vinculado al olvido. Hay algo de retroalimentación en la secuencia olvido/recuerdo. La zona sur, Soldati, Lugano y todos los asentamientos cercanos tienen un poco esa condición. Lo que queda a la vista es un tipo de arquitectura futurista que produce extrañamiento.

–Por lo anacrónico, por su aura a isla de Lost.

–Es un escenario de distopía.

–El haber seleccionado esos espacios erigidos por la dictadura y mostrar su ruina, ¿guarda algo de rencor, de orgullo, de reivindicación?

–No, para nada. La ruina me genera fascinación antropológica. No es una bajada. Pienso que hay muchos temas interesantes alrededor de esa secuencia. Me sorprende un poco que en una sociedad en la que la memoria está tan institucionalizada, no se activen nuevas miradas.

–El documental centra su atención en espacios de temporalidad trunca. Personas, por fuera de los furtivos personajes, aparecen sólo a lo lejos, en los asentamientos y en construcciones de Puerto Madero. ¿Por qué La multitud?

–Lo que no muestra la película está atrapado en el título. La multitud que no está, la multitud invisibilizada. Es una palabra espaciosa. Sin embargo, es un documental solitario que se propone seguir a estos caminantes en su recorrido por predios desolados. Un poco como un cazador.

–¿Diría que le interesan, en definitiva, las transformaciones, sean introspectivas, del paisaje o las de esos aspectos en contacto?

–Es posible. Estos espacios están claramente transformados por el olvido y el amontonamiento, por miles de personas que construyen su presente en la inestabilidad, sin garantías. Poco tiempo después de que filmara, ocurrió lo del Indoamericano: una crisis habitacional frente a la defensa de lo que llamaban descaradamente “espacio público” y que en realidad era un descampado intransitable.

–En ocasión del pasado Bafici, donde presentó el film, afirmó que El Eternauta no había influido en su película, que había utilizado una noción propia de ciencia ficción. ¿En qué consiste?

–Me parece muy interesante el uso político que se puede activar a través de la ciencia ficción. De hecho, estoy trabajando en un proyecto sobre la ciudad como presencia que posiblemente termine en ficción. En el microcentro, un jueves a las dos de la mañana, hay un silencio atroz que uno puede percibir en el cuerpo. En las nuevas construcciones de Puerto Madero también pasa algo parecido: cuando los obreros terminan su jornada de trabajo, queda un espacio tremendamente vacío. La cámara captura eso. Pienso la ciudad como un continuum de experiencias vividas y quiero reactivar algunas preguntas a través de ella. Por ejemplo, cuál fue la herramienta con la que la sociedad civil argentina desactivó el propósito de lucha de la generación que fue desaparecida.

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“La ciudad es una protagonista a la que le puedo hacer preguntas”, plantea Oesterheld.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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