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Martes, 26 de febrero de 2013

CINE › ANG LEE, OSCAR AL MEJOR DIRECTOR

Premiar el espectáculo

Los miembros de la Academia terminaron eligiendo lo que suelen preferir: la fábula, el carácter aleccionador, el cine “para todos”. Eso que Una aventura extraordinaria es y Lincoln no.

 Por Horacio Bernades

¿Ang Lee es mejor director que Steven Spielberg? No es ésa la pregunta. La Academia no premia trayectorias, sino trabajos concretos en películas concretas. La pregunta es, entonces, si Una aventura extraordinaria, la película por la cual el taiwanés Ang Lee ganó el Oscar al Mejor Director, está mejor dirigida que Lincoln, por la cual Spielberg aparecía como favorito... hasta que se empezó a correr el rumor de que Lee, que venía corriendo de atrás, tenía muchas chances de llegar primero. Obviamente, hay otra pregunta para hacerse, y es por qué Ben Affleck, ganador del Oscar a la Mejor Película por Argo y a la Mejor Dirección en absolutamente todas las entregas previas (desde los Globos de Oro hasta los Bafta, pasando por las asociaciones de actores, directores y productores) no fue nominado a Mejor Dirección. Al respecto, este cronista se hace la pregunta contraria: cómo puede ser que una película tan elemental, burda, patriotera y manipuladora como Argo sea, para todo el mundo, la película del año.

Pero no se trata aquí de la Mejor Película del Año, sino de la estatuilla al Mejor Director. Y Ang Lee (premiado ya por Secreto en la montaña) ahora tiene dos, tantas como Spielberg, por caso. Film de gran espectáculo, Una aventura extraordinaria es una de esas películas que, en términos visuales, dejan boquiabierto. Pocas veces se utilizó tan bien la tecnología visual, trátese del 3D o la digitalización. “Tan bien” quiere decir de modo tan lucido y tan funcional, en beneficio del espectáculo y de lo que se está contando. Lo que se está contando es un cuento que parece salido de Las mil y una noches, en el que un niño pierde al resto de su familia en un naufragio y queda a la deriva en alta mar, en un ínfimo botecito, casi sin provisiones ni instrumentos de ninguna clase... y con la única compañía de un hambriento tigre de bengala. Se trata, en otras palabras, de una fábula, vista a través de los ojos de un niño.

El relato no puede adoptar, entonces, otra forma que no sea la del cuento maravilloso, lleno de colores tan saturados como la capacidad de impresionarse que un niño puede tener, y de circunstancias que, como bien lo marca el título de distribución local (el original es Life of Pi; Pi es el nombre del chico), no pueden sino ser extraordinarias: una tormenta más grande que la vida, un coreográfico cardumen de peces voladores, una ballena como la de Pinocho, una isla de plantas carnívoras. Lee dirige todo esto con destreza y una exuberancia que no es decorativa sino necesaria: el espectador debe ser puesto en modo asombro, para vivir esta aventura extraordinaria desde los ojos del niño. Con la técnica digital a full, el trabajo de edición se llena de cortinillas, sobreimpresiones y movimiento (no es nuevo: en Hulk, Lee había intentado reproducir la dinámica de la historieta por vía del montaje), además de que el medio acuático parece ideal para la condición líquida del formato digital.

Los problemas de Una aventura extraordinaria tienen que ver, en tal caso, con el agradecimiento al “Dios del cine” que hizo Lee al recibir el premio. Cuando Dios empieza a asomar la nariz y el “mensaje” comienza a ganar terreno, el cine, que hasta ese momento había brillado, cede a la “lección de vida”. En Lincoln, Spielberg profundiza la apuesta al clasicismo que había hecho en la previa Caballo de guerra. Pero no se trata esta vez de intentar revivir un retro-naïf en formato de cine familiar, sino de poner en presente un drama de cámara oscuro, austero y riguroso. Tanto, que Spielberg, que nunca fue precisamente de los que descuidan la taquilla, se arriesga a cometer el mayor pecado al que el cine comercial puede atreverse: dejar afuera a demasiados espectadores. Quienes no estén particularmente interesados en ampliar sus conocimientos de historia (en este terreno conviene tener cuidado: el guionista Tony Kushner se ha tomado un par de licencias tan grandes como la Casa Blanca), toparse con una personalidad tan compleja como opaca y enigmática o confirmar que la política nunca fue cuestión de almas bellas, pueden hallar en Lincoln una cuesta demasiado escarpada. Una suerte de The West Wing depre y meditabunda, digamos.

Tal vez sea eso lo que hizo retroceder a los miembros de la Academia, que terminaron eligiendo lo que suelen preferir: la claridad expositiva, la fábula, el carácter aleccionador, el virtuosismo técnico, el cine “para todos”. Todo eso que Una aventura extraordinaria es y Lincoln no.

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El taiwanés Ang Lee le agradeció en su discurso al “Dios del cine”.
Imagen: EFE
 
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