Miércoles, 10 de julio de 2013 | Hoy
CINE › PROYECTARáN HOY FUEGO ETERNO, CORTOMETRAJE SOBRE RAYMUNDO GLEYZER
La película de Cynthia Sabat muestra el regreso a Buenos Aires de Juana Sapire, viuda de Gleyzer, para testimoniar en el juicio por la desaparición de su compañero de vida y militancia. Luego de la proyección habrá un debate con el público.
Por Oscar Ranzani
La periodista y productora televisiva Cynthia Sabat está en pleno proceso de escritura del libro Compañero Raymundo, sobre la vida, militancia y obra del cineasta desaparecido Raymundo Gleyzer. No está sola en el proyecto: es un texto que se está escribiendo a cuatro manos. Las otras dos son de Juana Sapire, la viuda de Gleyzer, quien también fue sonidista durante los años que duró esa experiencia de cine político que Gleyzer fundó y bautizó como Cine de la Base. El libro se publicará en 2014. Para darle forma al trabajo, Sabat viajó a Nueva York, donde Sapire se exilió y vive actualmente junto a Diego, el hijo que tuvieron con Gleyzer. En ese viaje, Sabat pudo conocer más profundamente a Juana y Diego y filmó diversos momentos que pudieran servir de apuntes audiovisuales para recordarlos a la hora de escribir. Pero cuando regresó a Buenos Aires se sentó a observar las imágenes y encontró “que había una película, y que podía transmitir mi experiencia de viajar allá, llegar en ese momento tan fundamental para la vida de la familia Gleyzer y conocerla tan de cerca”, explica Sabat en diálogo con Página/12. Así surgió Fuego eterno, un cortometraje de media hora que Sabat presentará hoy a las 19 en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), luego de la proyección de Me matan si no trabajo y si trabajo me matan, una de las obras fundamentales de Gleyzer. Todo terminará en un debate con el público.
Fuego eterno muestra el regreso de Sapire a Buenos Aires –ciudad que tuvo que dejar en 1976– para testimoniar en el juicio por la de-saparición de su compañero de vida, militancia y proyectos. El film arranca en Nueva York, donde también se encuentra Diego, quien brinda diversas opiniones sobre su particular modo de ver la vida. Sapire y Sabat llegan a Buenos Aires y, entonces, puede verse la imagen de la viuda de Gleyzer en la Radio de las Madres de Plaza de Mayo hablando un día antes de su testimonio en el juicio. Y anticipando lo que va a leer en el recinto judicial: un texto escrito por Diego, dedicado a la memoria de su padre. Fuego eterno es una película que refleja justamente la memoria de Raymundo Gleyzer, pero desde la intimidad de su círculo familiar.
–¿Esto fue una manera de mostrar las secuelas del terrorismo de Estado en la cotidianidad de una familia?
–Claro, eso es lo que surge naturalmente al conocer a la familia. Es, de alguna manera, mostrar también una familia en representación de todas las familias. Algo fundamental que me pasó fue que en la convivencia del día a día era insoslayable el tema. Surgía en la mesa cuando estábamos comiendo, surgía de algo totalmente trivial: encontrar un libro, ir por la calle y ver algo. Siempre surgía la memoria de Raymundo y del exilio.
–En relación con eso, el film muestra también cómo vive hoy la familia de un desaparecido en otro país. ¿Cómo buscó reflejar ese exilio, un hecho que marcó a toda la familia Gleyzer?
–Cuando uno habla de exilio, piensa que se va a tratar de una película de época, de los que volvieron con la democracia o con la historia del que regresa. Sin embargo, Juana y Diego no volvieron. Ellos intentaron volver después de la recuperación de la democracia, con toda la intención de vivir acá porque Juana quería que su hijo conociera a toda su familia, pero tuvieron muchos problemas para adaptarse. Dicen que en ese momento no los miraban a los ojos, que no se hablaba de los desaparecidos. Incluso que los culpaban y también había sentimientos de culpa de quienes no habían vivido eso porque, de alguna manera, habían callado. Tuvieron la mala suerte de que coincidió ese momento con el tema de la revuelta carapintada. Entonces, Juana comentó un episodio en el que Diego estaba en la casa, prendió la tele, vio los tanques y le preguntó: “¿Qué es esto mamá? ¿A dónde volvimos?”. Yo hablé mucho con Diego sobre esa transición democrática. La experiencia de él fue la de ver una democracia en pañales.
–Juana y Diego tienen posturas diferentes en cuanto al perdón. La de Diego no es la típica opinión de un hijo de un desaparecido, ya que él está a favor del perdón a los genocidas. ¿A qué lo atribuye?
–Diego y Juana son muy diferentes. Juana es una persona muy terrenal, muy pragmática. Y tiene su pensamiento, además de que ella misma recorrió ese terror, fue perseguida, tuvo que salvar a su hijo de la persecución. Lo salvó yéndose a Perú y después a Estados Unidos. Perdió todo lo que tenía, tuvo que dejarlo todo. Ella siempre dijo que quería que murieran en la cárcel como ratas y ése fue siempre su pensamiento. Diego, de alguna manera, creció con algunas influencias pasajeras que lo llevaron a tener una vida más espiritual. El habla desde una postura muy espiritual donde se combinan las vidas pasadas con la marihuana como forma de abrir el pensamiento y el alma a otros mundos y otras dimensiones. Cuando habló de eso, lo puse en la película porque me pareció que es parte de su filosofía de vida, que le permitió pensar que el perdón es posible.
–¿Cómo evalúa la obra de Gleyzer en la actualidad? ¿Qué cree que perdura?
–Perdura con una luz inédita. Pocas obras como la de Raymundo Gleyzer tienen vigencia hoy. Cuando una persona, ya sea un adolescente o un señor mayor, se sienta a ver una película de Gleyzer, se queda totalmente conmovido y pensando: “Esta película se podría haber filmado ayer”. Hubo algunos cambios, pero la injusticia, el sometimiento, etcétera, siguen vigentes en nuestra sociedad. Y otra cosa es que él filmó desde un lugar muy visceral, tomando la antorcha y haciéndose cargo de su visión política en cada fotograma. Mi crítica sería que hay muchos directores que no hacen eso, que no logran hacerse cargo de su visión política en cada fotograma.
–¿Por eso trascendieron tanto sus películas?
–Claro. Y también fueron su condena. También lo condenaron por eso. Si uno ve hoy Los traidores y es una película que escandaliza, ¿cómo puede imaginar la potencia de eso en 1974? Está atravesada por el humor, por la sátira, pero ahora uno dice: “¿Cómo alguien pudo haber hecho una película tan brillante sobre la burocracia sindical?”. Sin embargo, eso se hizo en el año ’74. Cómo habrá hecho temblar los cimientos de muchos con eso, ¿no?.
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