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Martes, 3 de septiembre de 2013

CINE › RICARDO DARíN Y BELéN RUEDA HABLAN DE SU TRABAJO EN SéPTIMO

“En el cine el trabajo en equipo es lo único que rinde”

El thriller del director español Patxi Amezcua, rodado en Buenos Aires, enfrenta a una pareja separada con una situación extrema. “Los dos están de acuerdo y van a la par en poder encontrar a sus hijos lo antes posible”, afirman Darín y Rueda.

 Por Oscar Ranzani

Si es cierto que el cine no conoce fronteras, la química que, a veces, entablan actores de distintas geografías también logra traspasar la barrera de la idiosincrasia de cada país. Esa es la sensación que queda flotando cuando Ricardo Darín y la actriz española Belén Rueda hablan acerca de cómo compartieron vivencias en el rodaje de Séptimo, el más reciente film del español Patxi Amezcua, que se estrena este jueves. “Me pareció que era la oportunidad de hacer un ejercicio distinto de lo que venía haciendo y cuando empecé a interesarme por el proyecto, me resultó muy bueno el libro y me gustó el enfoque que pretendían darle. Y en ese momento surgió la idea de que probablemente estuviera Belén, así que dije: ‘¡Ah, bueno!’. Ahí me negué por completo”, bromea Darín sobre su compañera de rodaje, a la que, sin embargo, trata con la simpatía propia de su carisma. Un poco más seria, Rueda señala a su lado: “Después de que me dieron el guión, me habían dicho fechas y, en ese momento, no podía. Parece ser que cuando Ricardo entró en el proyecto cambiaron las fechas y aparte de que podía, sabía que iba a estar él y fue perfecto. A veces, parece que los proyectos se van a quedar en un sitio y, de repente, se mueven. Y se mueven para bien”, cuenta la actriz que, tras una larga trayectoria como presentadora de programas de televisión y como intérprete de series, pegó el salto a la pantalla grande cuando Alejandro Amenábar la convocó para debutar en una película muy comprometida, como fue Mar adentro (2004), que abrió una discusión pública sobre la eutanasia.

¿Y Séptimo? Si bien su director es español, transcurre en Buenos Aires con actores argentinos (además de Darín, participan Osvaldo Santoro, Luis Ziembrowski, Guillermo Arengo y Jorge D’Elía), con la excepción de Rueda. Sebastián (Darín) es un abogado que está separado de Delia (Rueda), con la que tuvo dos hijos que todavía son pequeños: Luca y Luna. Cada día, Sebastián va a buscarlos para llevarlos al colegio y siempre son partícipes de un juego: el padre baja por el ascensor desde el séptimo piso –donde los chicos viven con su madre– y los niños por la escalera. Es una manera divertida de empezar la mañana. Hasta que sucede lo inesperado: un día, haciendo el juego, Sebastián llega a la planta baja, pero sus hijos no. Cuando la sorpresa comienza a transformarse en de-sesperación, Sebastián se pone tan nervioso como cualquier padre y empieza a subir corriendo los pisos para ver si se trata de una broma de sus hijos. Pero no aparecen. Entonces, la paranoia se despierta y, paralelamente al problema de faltar a un juicio (con todo lo que eso implica), Sebastián empieza a desconfiar de todos, ya sean vecinos, el comisario que le dice que puede tratarse de un secuestro, o el portero. Séptimo es un thriller que no da tregua al espectador y, desde el aspecto comercial, seguramente llegue a marcar un record: la segunda película policial interpretada por Darín en el mismo año que puede alcanzar el millón de espectadores, luego de Tesis sobre un homicidio.

–¿Cómo se trabaja la química actoral cuando no debe haberla entre los personajes?

Belén Rueda: –Se trata de una química que había muerto hace tiempo, pero eso no quiere decir que no haya química. Eso es quizá una parte maravillosa de la historia que, además, discutimos bastante antes de empezar a rodar. Y es que dentro de lo alejados que están los personajes en ese tiempo de sus vidas, hay un momento en que parece que reaparecen todos esos años que han estado juntos cuando se querían. Puede haber una reconciliación porque hay algo que quedó. Y los dos están de acuerdo y van a la par en poder encontrar a sus hijos lo antes posible. Es curioso porque es un hacer y un deshacer. Y como actores tuvimos que trabajar una cotidianidad, porque es posible que los ex no tengan muchas cosas en común, pero se conocen mucho más que, a lo mejor, cuando estaban juntos, porque cada uno va examinando lo que hace el otro, sobre todo cuando tienen hijos.

–¿El ser padres les hizo ver esta historia de otra manera cuando la leyeron?

R. D.: –Sí, seguro, pero eso es difícil de separar de distinguir ahora. Es probable porque hay algo de la reacción irracional que hay frente a la posibilidad de que un hijo esté sufriendo una situación extrema que va más allá de todo análisis. Y si atravesaste la situación de tener hijos, la identificación es inmediata. No hay mucho para investigar.

–Y les puede suceder lo mismo a los espectadores que tienen hijos, ¿no?

B. R.: –El público se va a sentir muy afín a los personajes porque, aunque no tengas hijos, tienes algún sobrino pequeño por el que siempre sientes ese instinto de protección que, en cuanto de-saparece, aunque sean dos segundos en un parque, te entra una angustia brutal. Y creo que desde el principio, el público va a estar bastante conectado con los personajes.

R. D.: –No creo que sea una condición ser padre, pero es un agregado.

–Ricardo, su personaje, Sebastián, es el cuarto abogado u hombre que trabaja en el ámbito de la Justicia que interpreta en poco tiempo, después de Carancho, El secreto de sus ojos y Tesis sobre un homicidio. ¿Cree que éste es el que tiene el costado más humano en el sentido de que su búsqueda es como padre antes que como profesional?

R. D.: –Bueno, es al que le toca una cuestión personal, a diferencia de los otros. Aparte de tener características diferentes, me parece que eso es primordial. Acá lo que le tocan en cuestión son sus hijos, que desaparecieron. Y el oficio o la profesión, si bien es importante por algunas características, podría llegar a ser secundario. Cualquiera sea la profesión que tengas, si te ves enfrentado a una situación como ésta no sé si varían mucho las posibilidades de reacción. Yo creo que todos nos volvemos locos, todos empezamos a correr y a caminar por las paredes, sin saber exactamente qué hacer. La verdad es que yo creo que si fuera arquitecto pasaría lo mismo.

–Pero igual la profesión lo ayuda, de algún modo, a pensar...

R. D.: –Más o menos, porque no deja cagada por hacer: sospecha de todo el mundo, se vuelve loco, se descontrola a un nivel que es infrecuente ver a un tipo de estas características que, se supone, tiene todo más frío. Si te tocan los hijos, es difícil conservar la frialdad de pensamiento.

–Belén, ¿qué le aportó su extensa trayectoria en televisión, tanto como presentadora como en las series en las que trabajó cuando dio el paso para ser actriz de cine?

B. R.: –Todo, porque tuve la oportunidad de aprender trabajando. Por aquella época teníamos dos canales de televisión solamente. Yo empecé en el año ’90, cuando había unos poquitos más: cinco canales. Y realmente tuve la oportunidad de crecer (no solamente como presentadora en ese momento o como actriz) junto con todos. Es que los cameraman tampoco tenían mucha idea de cómo era el oficio. Lo mismo sucedía con los sonidistas y los iluminadores. Quiero decir, el trabajo en televisión con una persona como Emilio Aragón me enseñó y me dejó un sello muy importante después para la interpretación: la naturalidad después de haber trabajado mucho.

–Usted trabajó en películas de terror como El orfanato y Los ojos de Julia. ¿Cree que hay un renacimiento de este género en el cine español?

B. R.: –Sí, porque realmente están surgiendo directores jóvenes con una idea sobre el género muy diferente. De alguna manera, en tu primera película vuelcas bastante de tus miedos, de tus ansiedades, y entonces, las películas de género son maravillosas para esto. Pero el otro día estaba viendo una cosa maravillosa: antes, el cine de género sólo era para adolescentes y, sin embargo, desde hace unos años, se ha conseguido dar un giro y no es solamente para ellos sino que está enganchando a otro tipo de público porque hablan de miedos que no son tangibles, que no puedes tocar, pero que realmente existen en tu cabeza. Es una forma diferente de contar cómo se vive la vida desde el interior o desde tus ojos.

–Hay gente que en la Argentina va al cine a ver “la nueva película de Darín”. ¿Disfruta del reconocimiento o por momentos le resulta una carga?

R. D.: –Es una mezcla de las dos cosas. Por supuesto que un poco te halaga en un mínimo sentido. Primero, es una gran injusticia. Concretamente hablando es una injusticia.

–¿Por qué?

R. D.: –Porque en el cine no hay nada que se haga solo, mucho menos un actor. Yo entiendo que eso se debe a una cuestión de dinámica de trabajo o para decirlo de una forma que no suene de manera rimbombante y, sabiendo que estoy cometiendo un error al mismo tiempo, me parece que, en la medida en que no defraudás demasiado, se genera como una especie de tendencia. Y a la hora de elegir dirán: “Puedo coincidir con el gusto de este tipo” y te siguen acompañando. Pero el cine es un caso paradigmático de que el trabajo en equipo es lo único que rinde. Si ella no quiere que yo esté bien en la próxima escena, yo no voy a estar bien. Y viceversa. Es un trabajo mancomunado. Y siempre nos olvidamos de los técnicos, de los que están detrás de cámaras y de los que hacen que nosotros estemos bien. Por eso digo que es una mezcla porque, por un lado, me halaga y digo: “Qué lindo”. Y por otro lado, yo nací en esto y, entonces, lo vivo básicamente como una injusticia en un punto. Es una injusticia a dos puntas porque, primero, me parece que es una sobrecarga de responsabilidad y, además, es injusto porque, como decía recién, nos estamos olvidando de los que hacen el cine.

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Imagen: Pablo Piovano
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