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Sábado, 5 de octubre de 2013

CINE › OPINION

Por la ciudad que añoramos

 Por Mariano Llinás

Más de una vez escribí que para mí Invasión es la patria. Efectivamente, ese extraño torbellino que es el film (en donde Borges se funde misteriosamente con Bresson, en donde la idea de modernidad se funde misteriosamente con la idea de resistencia) aglutina todo lo que es la patria para mí, una patria secreta, entrañable, en donde se dice que “la amistad es una pasión tanto más lucida que el amor” y en donde, a la pregunta “¿A qué morir por gente que no quiere defenderse?”, se responde: “La ciudad es más que la gente”. Invasión es mi épica (una épica triste, melancólica) y sus imágenes me enfervorizan como se enfervorizaría un viejo troyano al escuchar, en el Paraíso, a Homero recitando La Ilíada.

Después conocí a Hugo Santiago, fui uno de sus tantos acólitos, luego su camarada, más tarde su cómplice. La idea de que volviera a filmar a Buenos Aires era un viejo sueño para muchos de nosotros. Ahora, finalmente, parece que va a suceder y yo me encuentro embarcado en esta apasionada conjura. Pocas veces (intuyo) le es dado a alguien saberse parte de la Historia. No sin perplejidad, debo decir que ésta es mi sensación ahora: una de las pocas causas a las que, sin dudar un segundo, estoy dispuesto a entregarle mi corazón. Hugo va a filmar en Buenos Aires. No en Aquilea; en Buenos Aires, por primera vez. Y sé que pocas veces Buenos Aires ha tenido para sí a un poeta semejante, y sé que cuando el juego termine, todos sabremos que nadie la había filmado así. Ese es nuestro objetivo: una arrebatada declaración de amor a la ciudad, a esa ciudad que todos intuimos y añoramos y que apenas nos dejan ver los grandes fuegos de artificio de los tramposos y los tirifilos, y que, si los dioses son buenos con nosotros, se revelará como una flor en primavera. A esa primavera estoy consagrado, impaciente, como un guerrero.

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