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Martes, 26 de noviembre de 2013

CINE › CARLOS BELLOSO HABLA DE SU PERSONAJE EN OMISIóN, DE MARCELO PAEZ CUBELLS

“Lo veo como un juego de máscaras”

En la película que se estrena este jueves, el actor compone a un psiquiatra convertido en asesino serial, que desafía a su cura confesor. “Me hizo acordar a la rivalidad de los magos entre Peter Lorre y Vincent Price en El cuervo”, dice.

 Por Oscar Ranzani

La relación entre ciencia y religión siempre se ha visto como antagónica, pero en Omisión, largometraje dirigido Marcelo Paez Cubells –que se estrena este jueves–, ambas pueden tener alguna lejana coincidencia. El protagonista de esta historia es Santiago Murray (Gonzalo Heredia), un sacerdote que regresa a la Argentina, después de haber estado diez años viviendo en Europa. Allí logró dejar una vida turbulenta y encontró la vocación a la que le dedica toda su energía. Instalado en Buenos Aires, elige dar misa en la parroquia del barrio de su infancia y se dedica a ayudar a aquellas personas que son consideradas “marginales” y que se encuentran en situación de vulnerabilidad social. A pesar de que el pasado lo persigue en su mente, el padre Santiago logra consolidar su vínculo con la comunidad. Hasta que un día llega al confesionario Patricio Branca (Carlos Belloso), un psiquiatra en crisis que siente que no puede ayudar a la gente que lo necesita y, entonces, se dedica a matar a aquellos que, según él, “merecen morir para limpiar la sociedad”. Branca confiesa sus asesinatos y le dice a Santiago que cometerá más crímenes. Y, entonces, surge la encrucijada del sacerdote (muy similar a la que carcomía a Montgomery Clift en Mi secreto me condena, de Alfred Hitchcock): si elige contar lo que escuchó, corre el riesgo de ser excomulgado por violar el secreto de confesión y si no lo hace pecará por omisión, con la consecuencia de que habrá más víctimas de Branca. En medio de esa situación, la asistente del fiscal encargada de investigar los crímenes es Clara Aguirre (Eleonora Wexler), que había sido novia de Santiago, antes de que él decidiera partir raudamente al viejo continente. “El texto tiene bases muy superficiales y bases muy profundas”, dice Carlos Belloso, en diálogo con Página/12. “Lo superficial es un thriller que es un mecanismo en el que uno se puede embarcar para que la historia le sea un poco más ligera. Es un mecanismo donde hay un asesino, hay alguien que lo persigue, pero hay una cosa más profunda que me llamó la atención. Hay como una médula espinal que los une y que los enfrenta al mismo tiempo. No solamente los enfrenta como algo histórico (en el sentido de que en un momento la Iglesia oficiaba como depurador de las almas y las conciencias), sino que ahora el psiquiatra o el psicólogo ofician de la misma manera”, entiende el actor.

–Mientras componía el personaje, ¿se puso a pensar entonces en ese opuesto que se genera siempre entre ciencia y religión? ¿Encontró similitudes?

–Es muy evidente cuando el sacerdote viene a consultar a mi personaje en su consultorio. Eso es una rivalidad. Me hizo a acordar a la rivalidad de los magos entre Peter Lorre y Vincent Price en El cuervo: allí se sientan los dos y hacen como líneas de magia. Me parece que tenía el mismo sentido. Uno tiraba una línea que tenía que ver con la mística y otro tiraba otra línea que tenía que ver con la ciencia. Y los dos con la salvación de las almas o el hablar de esta sociedad en esos términos. Y era un duelo en el buen sentido que después se fue diversificando en otras cosas. También lo veo como un juego de máscaras: mi personaje disfrazado de psiquiatra con una barba candado (el típico estereotipo de psiquiatra) y él disfrazado de cura. Y son disfraces, en realidad.

–¿Cómo trabajó la psicología de Branca, que tiene la dualidad de ser un psiquiatra y un asesino serial?

–Primero, esta cosa de la máscara. Y segundo, como mi personaje tenía que ser neutro pura y exclusivamente para que se entienda lo que pensaba, le vino muy bien al personaje. Una neutralidad que está más allá del bien y del mal. Entonces, yo no lo justifico al personaje, pero tampoco lo acuso de nada. La neutralidad, entonces, ayudó mucho para eso. Uno no puede juzgar a su personaje porque si no, no puede seguir en la película y tiene que tener resortes para seguir, terminarlo y darla carnadura. Si uno juzga a un personaje no puede darle carnadura porque uno se pone del otro lado. Creo que la mejor acusación para un personaje es encararlo de la mejor manera y hacerlo más humano, porque la verdad, sinceramente, lo que lo hace más cruel es que es un ser humano.

–¿En la historia el dogmatismo religioso está llevado al extremo o cree que la culpa actúa de esa manera en ciertos religiosos?

–El pecado de omisión es el mecanismo por el cual un cura no puede decir determinadas cosas. Y es, en sí mismo, un pecado que se contempla dentro de los que justamente juzgan ese pecado. La hipocresía llega a ese punto porque eso nació hipócrita. Puede ser que la hipocresía llegue al extremo que alguien diga: “Yo soy inocente, soy un cura, hice todo bien y no soy responsable de nada” o gente que diga: “Estoy haciendo algo tan contradictorio que no puede seguir con esto”. Algunos renuncian y otros se conflictúan tanto que se dan latigazos solos.

–¿Cómo funciona el tema de la justicia en la historia, ya que ambos personajes la persiguen?

–La justicia en sí está repartida. Hay varias justicias. Está la justicia de los hombres, está la religiosa y está la personal que tiene que ver con retorcimiento mental de parte de este psiquiatra. Lo que veo es que una fragmentación de todas las justicias posibles: justicia por mano propia, justicia divina, justicia de la Bonaerense y de la Capital. Hay varios puntos de justicia. Creo que en ese remolino todas las justicias se hacen presentes.

–¿Cuál es su visión de la religión?

–Es el opio de los pueblos (risas). No, es un horror. Realmente tiene que hacer unos cambios fundamentales, diametralmente opuestos a lo que la institución Iglesia viene haciendo desde hace mucho tiempo. Si bien yo fui a un colegio religioso, no comparto nada los mecanismos de la religión y me empariento más con otras filosofías. La religión está sometiendo a todos a vivir deplorablemente en este mundo porque hay otro mejor. Eso no me gusta.

–¿Se siente más cómodo encarnando personajes oscuros?

–Sí, pero al mismo tiempo no solamente hago personajes oscuros. Hace poco se estrenó Pies en la tierra, una película hermosa, donde componía a un tipo de corazón amplio, que ayudaba a la gente. Es un personaje que quiere ayudar y que le pone voluntad a la vida. Y me encantó. También me gustan los personajes que dan vida, que transmiten vida.

–Nació en el teatro, se crió en la TV y hace varios años el cine le abrió las puertas. ¿Cambia la manera de componer un personaje en los distintos formatos?

–Sí. El cine tiene que atrapar lo que piensa el personaje, más que lo que hace. Por eso cuando hago cine pienso más de lo que hago. El cine tiene que atrapar lo que piensa el personaje, más que lo que hace. Por eso cuando hago cine pienso más de lo que hago. Y el teatro es todo lo contrario: es la vida, es movimiento, movimiento, movimiento, y todo lo que se transmite es acción. Y la televisión tiene que ver con generar mecanismos de entretenimiento que me gusta mucho hacer. Tengo mi misión en la vida, que es también entretener a la gente.

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Imagen: Pablo Piovano
 
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