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Martes, 15 de abril de 2014

CINE › HERNáN GUERSCHUNY PRESENTA SU PELíCULA EL CRíTICO, CON RAFAEL SPREGELBURD

“Eludir el estereotipo era una obsesión”

Formado como realizador pero director de la revista Haciendo Cine desde hace dos décadas, Guerschuny se anima en su primer film a jugar con la comedia romántica, con un personaje al que conoce de cerca. “Quería escaparle a la caricatura”, dice.

 Por Oscar Ranzani

Curioso caso el de Hernán Guerschuny. Estudió realización en el Centro de Investigación Cinematográfica y Ciencias de la Comunicación en la UBA. Sus primeros pasos los dio en el periodismo especializado y hoy está afirmado en la profesión, ya que es uno de los directores de la revista Haciendo Cine. Sin embargo, Guerschuny nunca había hecho cine. Y ahora lo concretó con su ópera prima, que se titula nada más y nada menos que El crítico y que encierra buena parte de ese mundo que Guerschuny conoce con detalle. ¿Cómo nació la idea de hacer una película después de veinte años dedicados al periodismo especializado en cine y por qué esta película? “Había una suerte de trauma no resuelto y la película encierra todas estas contradicciones”, reconoce Guerschuny.

El crítico –que se estrena este jueves– tiene como protagonista a Víctor Téllez (Rafael Spregelburd), un hombre tremendamente severo a la hora de firmar una crítica. Además, Téllez es cínico, malhumorado y sus pensamientos interiores (en francés) esconden sus actitudes en las relaciones humanas que establece. Es que Téllez no juzga solamente las películas, sino también a las personas. Es un hombre seco, antipático, pero algo empieza a cambiar cuando conoce casualmente a Sofía (Dolores Fonzi), una bella mujer cuya personalidad está a años luz de la de Téllez. Y ese género que Téllez detesta tanto, la comedia romántica, comenzará a experimentarlo en la realidad, y a amoldarlo a sus sentimientos.

–¿La película es un homenaje en tono un tanto paródico a ciertas comedias románticas?

–Evidentemente visita el tema de las comedias románticas pero, más que parodiarlas, yo creo que parodio cierta visión que tiene la intelectualidad sobre las comedias románticas, cierta crítica o cierta postura biempensante sobre éstas. Por supuesto que hay comedias románticas malísimas y otras brillantes, pero es un género que desde el vamos es considerado menor. Y la comedia en general también. Me pasó de viajar mucho por festivales y la película era muy bien recibida, era aplaudida, al público le gustaba, pero a la hora de las premiaciones uno siempre tiene la sensación de que si hace una comedia está condenado a recibir pocos premios. Hay pocas comedias que ganan Oscar. Es un género subestimado.

–¿Con qué grado de acercamiento al estereotipo del crítico creó al personaje?

–El tema del estereotipo era una obsesión. Quería escaparle a la caricatura, lo cual es difícil en el caso de los críticos. Creo que también pasa en otros ámbitos: si uno va a la Facultad de Diseño Gráfico, a Exactas o a un club de fútbol, siempre hay estereotipos en los ámbitos que uno habita. Y los críticos no escapan a eso. De todas maneras, para mí era muy importante porque yo habité ese mundo. Yo mismo fui a muchas privadas de prensa y muchos colegas son amigos míos. No es que lo visitaba desde afuera, sino que yo viví ese ambiente. Era muy importante que, a pesar de que tenga muchos elementos que a alguien de afuera le puedan parecer patéticos o darle risa, tenía que ser alguien muy inteligente. Son personajes que en su propia lógica te convencen de que son súper válidas sus posiciones.

–Además de ser severo con sus críticas, Téllez es sarcástico y cínico, algo que demuestra con sus pensamientos en off. ¿Por qué lo imaginó así?

–Porque Víctor Téllez es un crítico, pero de la vieja guardia. Es de los que había cuando yo empecé a estudiar cine, que los veíamos como seres inaccesibles, gente que iba a funciones muy exclusivas y que realmente decidían la suerte de una película. Tenían un poder importante. Hoy eso se diversificó mucho con las redes sociales e Internet en general. Entonces era muy importante que este personaje fuese realmente rutilante en sus juicios, que tuviera una escala de juicios estéticos e ideológicos muy firmes. Y todo lo que queda afuera de esa escala, él lo denigra fácilmente. Y eso encierra una contradicción, porque también le da un poder enorme. Y las relaciones que entabla también tienen ese tinte.

–En ese sentido, ¿a qué atribuye el exceso de ego que suele verse en esta profesión? ¿El protagonista es un modelo de este tipo?

–Si uno piensa que la opinión de una persona merece ser impresa y leída por tantos otros de manera que esa opinión sea más válida que la que tienen otras miles de personas al ir a ver una película, eso ya le da un poder importantísimo, sobre todo tratándose de un elemento tan subjetivo como es una película. Hay periodistas que cubren una guerra y te la cuentan desde adentro. Y ahí sí le tenés un respeto, porque el tipo se está exponiendo y está contando algo a lo que nosotros no vamos a poder acceder. En cambio, todos podemos ver una película y tener nuestros juicios. Y uno como periodista va a un asado y todos le preguntan, y está obligado a tener que decir algo sobre todas las películas y tener una posición, no sólo a pensarla con el resto de los comensales. Hay que tener una posición rutilante, definitiva. Y eso es curioso. A un médico uno le pregunta: “¿Cuál es el síntoma de tal enfermedad?”. Y lo que el tipo diga, uno no se lo discute. Y con un crítico sucede lo mismo, pero es raro porque todos podemos llegar a tener una opinión tan válida como ésa.

–¿Cree que ciertos guiños que tiene la película pueden ser entendidos por el medio, pero no tanto por los espectadores?

–Ese era uno de los grandes prejuicios que yo tenía cuando la escribía. Igual me lo permití, porque era mi ópera prima. Sin embargo, después encontré que ese prejuicio se replicaba en mucha gente del medio cuando veía la película, que le gustaba y se reía, pero decía: “No, éste es un chiste nada más que para nosotros”. Y lo que ocurrió fue que al viajar por festivales, y mostrar la película en públicos mucho más amplios, encontré que no, que se reían del chiste de la coproducción, por ejemplo. Y se reían de un montón de guiños que tienen que ver con esto del medio porque me parece que se masificó mucho lo que es hacer una película. Hoy ya todo el mundo ve en los DVD los making-off y sabe lo que es el detrás de escena. Antes, la cámara la tenían cinco tipos en el país. Tenías que alquilarla y recurrir a cinco expertos que sabían lo que era una lente. Hoy, mi hijo de tres años me agarra el iPhone y filma. Ya lo tiene incorporado. Se masificó mucho esta idea de la realización y de lo que se necesita para ver una película. Y en los hechos comprobé que la película es mucho más universal que, incluso, como yo la empecé pensando.

–¿Cuánto influyó su experiencia como periodista especializado en cine al tomar la cámara? ¿Qué cosas jugaron a favor y en contra?

–En contra, que cuando escribía el guión tenía a cinco o seis críticos virtuales (pero reales, con nombre y apellido) mirando la pantalla, que me observaban y yo escuchaba las voces de lo que dirían mientras tipiaba. Entonces era una autocensura criminal. Era muy complicado: escribía una escena y me parecía muy costumbrista, escribía otra y me resultaba muy autoindulgente, o bien otra me parecía del nuevo neorrealismo del Nuevo Cine Argentino. Era muy complicado olvidarme de todo eso y hacer lo que quería hacer. Eso es lo malo. Lo bueno es que encontré una coartada para eso. Encontré una manera de acabar con eso que fue metiendo al crítico dentro de la película. Entonces, muchas de las cosas que yo me criticaba, el mismo personaje las decía en francés y criticaba la misma película que estamos viendo. Ese recurso me salvó, pero además encontré cinematográficamente muy rico ese recurso. Me pareció que empezaba a funcionar desde el humor y que le daba al personaje más capas y lo volvía más interesante.

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“Mi protagonista es un crítico de la vieja guardia, de esos que veíamos como seres inaccesibles.”
Imagen: Jorge Larrosa
 
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