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Viernes, 18 de abril de 2014

CINE › FRANCES HA, DE NOAH BAUMBACH, CON GRETA GERWIG Y MICKEY SUMNER

Una alegre historia de amor

Lo propio de Baumbach es su afinidad con lo desajustado, lo distinto, lo que no calza del todo. Pero nunca desde la marginalidad, sino desde el núcleo mismo de la normalidad cotidiana. Como en esta historia de “amigovias” que no son pareja.

 Por Horacio Bernades

Está visto que Noah Baumbach no tiene, en algunos mercados, la misma suerte que su amigo Wes Anderson, con quien coescribió los guiones de La vida acuática y El fantástico señor Zorro. Nacido en Nueva York en 1969, además de sus colaboraciones con Anderson, Baumbach lleva realizadas seis películas por su cuenta, no precisamente de escaso interés. De las seis, en Argentina se estrenó sólo una, The Squid and the Whale, lanzada aquí en 2006 con el título Historias de familia. Su ópera prima, Kicking and Screaming (1995), se editó en VHS con el título Pateando el tablero, mientras que las dos siguientes a The Squid..., Margot y la boda (2007) y Greenberg (2010), salieron en DVD. La segunda película de su carrera, Mr. Jealousy (1997), no se conoció por ninguna vía, y otro tanto sucede ahora con su film más reciente, Frances Ha, que ni siquiera se vio en el Bafici o Mar del Plata. Lo cual es realmente raro, no sólo porque es una película “de festivales” –los recorrió casi todos, a partir de su presentación, en septiembre de 2012, en Telluride, Toronto y Nueva York–, sino porque es de las que tienen bien ganado cada centímetro del recorrido. Por suerte, la nunca bien ponderada Internet permite verla, subtítulos incluidos y bajada por medio.

Lo propio de Baumbach es su afinidad con lo desajustado, lo distinto, lo que no calza del todo. Pero nunca desde la marginalidad, sino desde el núcleo mismo de la “normalidad” cotidiana. Esto ya era advertible en Historias de familia, film según dicen de fuerte peso autobiográfico, donde un matrimonio de intelectuales neoyorquinos se divorciaba no exactamente de la más civilizada de las maneras. En Margot y la boda, dos hermanas adultas se amaban tanto como lo que se odiaban. Por las dudas, por allí andaba un Jack Black que no daba para nada la impresión de ser el candidato ideal para la menor de ellas (Jennifer Jason Leigh, esposa de Baumbach en la vida real). En Greenberg, Ben Stiller volvía al mundo, recién salido de un centro de rehabilitación psiquiátrica, pero definitivamente no repuesto del todo.

Allí, Stiller se babeaba con una chica rubia, que por su sensibilidad, delicadeza e inteligencia no respondía en lo más mínimo al prototipo de la rubia yanqui, hipersexualizada y/o descerebrada. La interpretaba Greta Gerwig, uno de los nombres claves del indie contemporáneo, no sólo como actriz, sino también como coguionista de más de una película. Ambos roles desempeña Gerwig en Frances Ha, el film más indie de Baumbach. El más indie, porque de los suyos es el de menor presupuesto, el producido más al margen de la industria, el de look más “casero” y también el más afín a la corriente, si se quiere, más tradicional del cine independiente: la que va de la Nouvelle Vague al mumblecore contemporáneo.

Filmada en un digital blanco y negro de baja definición –que hace pensar inmediatamente en los 16 mm de los primeros films de la nueva ola francesa, o en los actuales de Andrew Bujalski y otros campeones del cine made-in-casa– Frances Ha es una historia de amor. De amor entre Frances (Gerwig) y Sophie (Mickey Sumner), su amiga del alma. ¿Novias? Para nada. Pero se quieren más que a nadie en el mundo. Están todo el día juntas, eventualmente duermen juntas (aunque de sexo, nada) y son capaces de interrumpir una cita para chusmear por teléfono, o de quedarse mirándose extasiadas. Sobre todo, Frances a Sophie. Pero pareja no son. Eso es lo raro, lo desconcertante, lo que no encaja del todo. Bienvenidos al planeta Baumbach.

“Me dijeron que parecemos una pareja de lesbianas que ya no se encama”, le comenta Sophie a Frances, y se ríen. “Sos ilevantable”, le dirá más tarde un amigo a Frances. Y ella también se ríe. Como cuando la cargan porque camina como un hombre. Pero tampoco es que sea machona. Es, sí, bastante asexuada. Lo cual genera otra fuente de perturbación, ya que Gerwig es una chica preciosa, de esas en las que uno se fija. ¿Será que lo asexuado tiene que ver con su “crecimiento detenido”, para citar el título de una gran comedia televisiva? Por ese lado parecería venir la cosa. Como el Greenberg de Stiller, Frances parece agarrada con alfileres de lo cotidiano. Es bailarina, pero a los treinta y pico no pasa de suplente en su grupo de baile. Tampoco tiene fuente de ingresos, ni pareja, ni proyecto de cualquiera de esas cosas. O de cualquier otra cosa.

Por eso, cuando de pronto Sophie le anuncia que se muda con una amiga, su vida se convierte en un tembladeral, saltando de un lado a otro en busca de techo, compañía y, en el fondo, cabría suponer, de sí misma. De allí que la película entera esté jalonada por carteles que indican las distintas direcciones en las que ella se detiene por un tiempo, en esta suerte de road movie que no parece tal. Frances Ha parece muchas cosas que no es, y es muchas cosas que no parece. Podría imaginársela como drama de identidad muy serio y circunspecto, y desborda sin embargo la liviandad, la energía juvenil, la velocidad e irresponsabilidad de la comedia muda. O de las primeras de Truffaut y Godard. No por nada la banda de sonido está llena de pedacitos musicales de esas películas, tan hábilmente recortados que no se los identifica como tales.

Parecería una novela de aprendizaje, y sin embargo en su transcurso Frances no aprende nada. Salvo al final, donde parecería madurar en dos o tres planos silentes, brevísimos y sucesivos. En tren de preguntarse, ¿qué clase de relación tienen en verdad Frances y Sophie? Pensando ya no en términos sexuales, sino de mera paridad amistosa: a Sophie nunca se la ve tan copada como a su amiga. Hasta el punto de que, más que historia de amor, Frances Ha (el plano final, que revela por qué la película se llama como se llama, es uno de los más lindos en siglos) podría o debería ser vista como historia de separación. O como la historia de las sucesivas fugas, o partidas, de Sophie. O la historia de las circunvoluciones de Frances, que incluyen regreso a casa de los padres y vuelta a irse.

Pero el de Frances a Sacramento (de allí es Gerwig) no es un regreso al estilo “vuelvo vencido a la casita de mis viejos”. Para nada: la convivencia de la rubia con los suyos da lugar a una de las secuencias más alegres de este film infinitamente alegre. Y triste, y melancólico, y celebratorio, y lúdico, y adolescentón en el mejor sentido de la palabra. Imprevisible, arrebatadora, niña-mujer nunca del todo transparente, podría jurarse que Gerwig es lo más Karina o Moreau que haya aparecido en pantalla de los ’60 para acá. Si algo está claro en esta fuente de la más feliz desorientación es que Frances Ha inaugura el género “amigovias”. Al que, en correspondencia con esas películas de “romance” entre pares varones a las que se llama bromance, podría llamarse sismance. Género ligeramente sísmico, en verdad.

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Frances Ha fue realizada deliberadamente en un digital blanco y negro de baja definición.
 
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