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Martes, 22 de abril de 2014

CINE › GASTóN PAULS COPROTAGONIZA FERMíN JUNTO A HéCTOR ALTERIO

“Me atrae un personaje que está en el mundo para aprender”

En el film de Hernán Findling y Oliver Kolker, el actor encarna a un psiquiatra que se relaciona con un paciente que sólo habla recitando letras de tango. “Es un hombre con ganas de conocer un poco del otro”, dice sobre su rol.

 Por Oscar Ranzani

Si bien sus primeros pasos los dio en la televisión, en la actualidad Gastón Pauls está enteramente dedicado al cine. Y no sólo en su faceta actoral: próximamente debutará como director de una ficción sobre el padre Carlos Mugica, que lo tiene día y noche trabajando. Como actor, su cara volverá a verse en la pantalla grande a partir de este jueves, cuando se estrene Fermín, largometraje dirigido a cuatro manos por Hernán Findling y Oliver Kolker, que marca el retorno del gran Héctor Alterio al cine argentino. Pauls compone al joven psiquiatra Ezequiel Kaufman, quien comienza a trabajar en un neuropsiquiátrico público. Entre sus pacientes, hay uno que le llama poderosamente la atención: Fermín Turdera (Alterio), quien sólo tiene a su nieta Eva Turdera (Antonella Costa) como único familiar. Lo llamativo de Fermín es algo que los profesionales no comprenden de este paciente, pero que Kaufman sabe descubrir: Fermín se expresa únicamente a través de frases de tangos. A partir de este descubrimiento y de una estrecha relación entre el psiquiatra y su paciente, Fermín revelará la época del Buenos Aires de los ‘40 y con ella su vida particular y su pasado.

Generalmente, cuando a Gastón Pauls le ofrecen participar de un proyecto, se juntan dos o tres razones en su cabeza para aceptar. En este caso, uno de los motivos por los que dio el sí estuvo vinculado a que en la historia había algo del tango. “Había algo de la relación con mis abuelos y mis viejos, que me hicieron escuchar tango de chico de una Buenos Aires que lentamente empieza a irse”, dice el actor. Otra de los razones por las que Pauls se sintió a gusto con Fermín fue tener al lado a un peso pesado de la actuación como Héctor Alterio. “Es la segunda vez: trabajé con Héctor en El último tren, una película uruguaya con Federico Luppi, Pepe Soriano, él y yo. Y me enamoré del viejo. Primero, Héctor es un tipo increíble, hermoso como persona. Y después es un compañero delicioso, tiene muy buena onda constantemente, es generoso, tranquilo y está lejos de cualquier demagogia, egocentrismo y vanidad... algo que en este medio es bastante común”, comenta.

Para Pauls no fue complejo construir el personaje del médico psiquiatra. “Es un hombre con ganas de conocer un poco del otro. Va a un psiquiátrico donde no les dan mucha bola a los pacientes, se los trata como locos y para los especialistas no hay ninguna particularidad en ellos. A mi personaje le interesa ver qué es lo que le está pasando al otro. Además, me parecía atractivo que es un tipo que quiere conocer, pero no sólo quiere conocer al que está enfrente. Está en este mundo para aprender y eso me atrajo”, admite.

–También es un psiquiatra que tiene una mirada humanista sobre los enfermos y una postura antiverticalista de las instituciones. ¿Coincide ideológicamente con el personaje?

–Sí, en ese sentido me encanta. Este personaje es como que dice: “Entiendo que acá las reglas sean éstas, pero intentemos si probando por otro lado, saliendo un poco de eso, logramos mejores resultados”. Vengo de hacer una peli llamada La educación prohibida, que habla un poco de poner en duda la educación tal como la recibimos. Y hablo a nivel mundial.

–Con relación a si coincide ideológicamente, ¿alguna vez le pasó que un personaje le haya generado un conflicto interior?

–Sí. Igual, me parece que eso pasa con todos. En un punto, la idea es que te generen por lo menos duda. Que tengas que preguntarte: “¿Y para dónde voy? ¿Cómo lo hago? ¿Y cómo es? ¿Y por qué es así?”. Con alguno te puede pasar eso más cuando está muy distanciado ideológicamente o emocionalmente de lo que sos. Pero aun si más o menos estás cerca, para poder representarlo entrás a evaluar y a juzgar un montón: “A ver si lo que creo es tan así y lo que este personaje cree es tan así o también él tiene dudas, a pesar de decir lo que dice”.

–Si tuviera que elegir un personaje con el que lo identifique la gente, ¿cuál sería?

–Hay dos, sobre todo por lo que me dicen: el de Nueve Reinas, con relación a lo que ocurre en la historia, pero del que más me hablan es del de Iluminados por el fuego. En realidad, la gente me habla más de Iluminados... después de diez años que de otras. Evidentemente, es una peli que debe haber tocado algo acá. Fue una de las primeras que tocaba el tema de la guerra de Malvinas tan profundamente.

–Y son dos personajes totalmente antagónicos...

–Le preguntaban mucho a Bielinsky si él había querido hacer una radiografía del argentino; esto de que todo el tiempo el pez más grande se come al chico y que siempre hay un pez más grande por comerte. Y Fabián decía: “No, fue una historia chiquita que se me ocurrió. No estoy sacando ninguna radiografía ni haciendo un análisis sociológico del porteño”. En cambio, Iluminados por el fuego sí era una radiografía, o por lo menos una fotografía personal de Edgardo Esteban y de Tristán Bauer sobre lo que había pasado en las islas Malvinas, en el continente durante la guerra y en el continente poscombate.

–¿Y qué pasa cuando el actor admira al personaje que tiene que interpretar?

–Una de las opciones es que uno se deje obnubilar, seducir, enamorar por el personaje. Es como que uno dice: “Que tome posesión de mí, que me lleve”. Pero creo que igual es peligroso porque pierde objetividad, detalles y contradicciones que puede tener el personaje. A mí me atraen los personajes cuando son contradictorios; cuando tienen una contradicción, a veces, visible y, a veces, muy sutil y casi imperceptible, pero que está ahí. Cuando un actor me gusta es porque muestra, pero también porque está escondiendo algo. Uno ve que hay algo más ahí. En realidad, por ahí es solamente el conflicto, el pensamiento de ese personaje. Podés dejarte enamorar y que gobierne el personaje, pero en un punto es casi imposible porque más allá de que el personaje gobierna, el que sigue manejando los hilos es uno.

–¿Alguna ficción en la que participó le hizo ver la vida de otra manera?

–La película Che, el argentino, de Steven Soderbergh, en la que actué con Benicio del Toro. Algo hablé con Benicio, Soderbergh y con Matt Damon cuando estábamos en rodaje. Yo tenía que interpretar a Ciro Bustos que, para muchos, fue el entregador del Che. Pero hablé con Ciro Bustos, tuve mucha comunicación vía mail y él contaba otra historia. Y eso también me parece atractivo: la historia oficial mediáticamente popularizada frente a la de los verdaderos protagonistas que, en realidad, es completamente diferente a eso que se cuenta. Tenía que interpretar a un hombre que en la película era uno de los traidores, pero me había enterado de que no lo era. No podía cambiar el guión, pero sí traté de llevarlo más a lo que yo realmente creía que había pasado: un hombre obligado y que aun así había intentado confundir a los bolivianos.

–¿Y cuál fue el personaje que más quiso?

–De cada uno tengo algo. Pero si tuviera que elegir uno, podría ser Marcelo, un personaje que hice para Nueces para el amor, de Alberto Lecchi, porque fue mi primer protagónico con mucho desafío. Tenía que componer a un hombre a lo largo de veinte años y me costaba mucho. Era un personaje que compartía con mi hermano Nicolás. El lo arrancaba y yo lo terminaba. Me enamoré de la película, de Lecchi, y me encantó trabajar con mi hermano, con Ariadna Gil y Malena Solda.

–¿Cómo fue su decisión de ser actor en el seno de una familia dedicada al cine?

–El psiquiatra que compongo en esta película podría analizar por qué uno termina haciendo esto. No lo tengo muy claro. En realidad, no tenía ganas de hacer algo que tuviera que ver con el arte. Quería ir por otro lado. No me interesaba mucho. Pero evidentemente hay algo medio genético en la familia. O es ya una costumbre y lo que uno mama de niño termina llevándolo hacia ahí. Mis abuelos paternos eran bailarines; mi abuelo materno era pintor y mi abuela fue actriz de comerciales. Mi vieja es dibujante, mi viejo era productor y actor. En relación con mis hermanos, Nico es músico, Alan es escritor, Cristian es director, Ana es música. Mis sobrinos ya son actores. Es loquísimo porque no hay una bajada de línea.

–¿Y qué le dijeron sus padres cuando decidió ser actor?

–Antes de querer ser actor había querido ser futbolista y me llevaron a jugar a Ferro. Y cuando les dije que quería ser actor, me dijeron lo mismo que cuando les había dicho que quería ser jugador de fútbol: “Bueno, dale, hacelo”. Está buenísimo.

–¿Era de inventar personajes cuando era niño?

–Cuando estaba solo. No me animaba a hacerlo en público. No era el típico niño que amenizaba las reuniones familiares. Al contrario: si tenía que hacerlo en público, me moría.

–¿Y recuerda alguno?

–Había uno que era el que más me divertía: un tímido total, un inseguro. Con algunas cosas de eso, jugaba en Todos contra Juan. En el personaje principal, Juan Perugia, había algunas cosas que le incorporé del personaje que hacía de niño. Era alguien inseguro que no sabía bien dónde poner las manos, cómo caminar.

–La profesión le dio grandes satisfacciones, pero el hecho de haber empezado desde tan joven, ¿le quitó algo en su vida?

–Siento que me dio más de lo que me quitó. Quizá me quitó algunas cosas que son casi inevitables, como la privacidad en ciertos aspectos. Aunque después uno también aprende a cuidarlo lo máximo posible, a pesar de todo. Pero creo que es lo único que te quita esta profesión. Después, todo lo demás para mí son agregados bienvenidos.

–¿Cómo observa la televisión actual?

–No miro, y es literal. Ahora estoy usando la compu para mirar películas. No es que tenga una actitud y una posición crítica ahora porque no estoy. Cuando estaba, tampoco miraba televisión. A veces, ni siquiera miraba lo que yo hacía. Era mi laburo, iba y lo hacía. Algunas cosas ni siquiera las veía al aire. A Todos contra Juan la veía mientras la editaba y la armábamos. Entonces, no es que ahora no miro TV porque no me gusta. La verdad es que siento que hay otras cosas que me van a alimentar más.

–¿Para qué sirven y para qué deberían servir los medios de comunicación?

–Para no ser miedos de comunicación. Hoy más que nunca no son medios de comunicación. Tampoco hablo de un lugar u otro, de que unos son los buenos y otros son los malos. Es una responsabilidad común de todos los que trabajamos en los medios de que no sean espacios para poner en la mira y desde ese lugar apuntar y disparar. Tampoco para provocar. Me parece que hoy justamente tienen que estar en el medio para comunicar. Cuando digo comunicar, me refiero a comunicar a unos con otros. Tienen que ser puntos de encuentro, estar en el medio de la comunicación entre dos personas. Y me parece que eso no se está logrando. No es solamente un tema argentino: basta ver lo que es CNN y las grandes cadenas de incomunicación que lo que están generando es que cada vez haya menos comunicación entre las personas y que cada vez haya más dependencia de lo que aparece en un papel, en una pantalla o en una radio. Es literal: para saber si hace frío o calor, la gente enciende la televisión y no sale a la calle un segundo.

–¿De dónde surge su interés por las causas sociales?

–Es intentar desde el lugar que uno tiene tener los ojos abiertos. Después, uno vive con las contradicciones propias, con la contradicción del otro y con la del mundo. Pero lo seguiré haciendo. Hace nueve años que tengo una fundación y, en realidad, la armé justo en el momento en que terminaba de hacer Ser urbano. O sea que dije: “Estoy viéndolo y estoy poniéndolo en pantalla, pero necesito hacer algo más”. Y armé la Casa de la Cultura de la Calle, que ya lleva nueve años.

–¿Cuáles son las injusticias que más le indignan?

–A esta altura, la mala utilización del poder que, en general, es muy complejo. O la errónea interpretación de lo que es el poder. Hay una frase de Hélder Câmara, que fue un líder del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo: “Hay que ascender a la clase pobre”, decía hace cincuenta años. En general, el poder está entendido como: “Empiezo a mirar a todos desde arriba”. Y no estoy de acuerdo con eso. Tampoco sé cuál es el camino, no tengo respuesta, pero por lo menos me lo planteo. Pensar “hoy tengo un programa de televisión dos horas por día y destrozo a quien se me ocurra” o “tengo un diario o una radio y desde ahí porque soy capanga y me siguen tres millones de personas digo lo que se me ocurre” es para mí una mala interpretación del poder. Es una falta de responsabilidad enorme.

–¿Cómo se lleva con la fama? ¿Qué diferencias encuentra con el éxito?

–Voy a responder con una idea que la expusimos en Todos contra Juan porque es mi posición con respecto a eso. A mí lo que más me va a importar en esta vida (de hecho, es lo que más me importa) es que sobre el final de mis días, así sea en uno o cien años, porque uno no sabe cuánto va a vivir, haya cinco personas en el teatro que me aplaudan: mi mujer, mis padres si están, mis hermanos y mis hijos. No me interesaría tener el teatro lleno. Para mí, ése es el éxito: que los cinco que saben quién soy, que literalmente saben quién soy, me aplaudan. Para la fama, no respondería yo, sino que les diría que lean la letra de la canción de Alejandro Lerner “Canción de fama para no dormirse”. Es genial. Es sobre un hombre que un día se encontró una fama y que la fama empieza a crecer, crecer y crecer hasta que un día se da cuenta de que la fama le devora todo y termina saliendo tempranito a la mañana con la fama durmiendo. Sale sin la fama a caminar. Y ésa es la vida.

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Fermín es la segunda película en la que trabajan juntos Héctor Alterio y Gastón Pauls.
 
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