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Viernes, 29 de agosto de 2014

CINE › VIVA LA LIBERTÀ, DE ROBERTO ANDÒ, CON EL MULTIPLE TONI SERVILLO

Una farsa italiana de ánimo consensual

El protagonista de La grande belleza encarna aquí no a uno sino a dos personajes: a un político de izquierda descreído que desaparece de escena y a su hermano mellizo, un “loco lindo” y filósofo ítalo-zen que toma alegremente su lugar.

 Por Horacio Bernades

Gran ganadora de la última entrega de los David di Donatello (los Oscar italianos), Viva la libertà empieza como Habemus Papa y sigue como Desde el jardín. Estrenada en su país en enero de 2013, la película coescrita y dirigida por el siciliano Roberto Andò, en base a una novela propia, tiene por protagonista al actor del que todo el mundo habla, dentro y fuera de Italia. En Argentina, Toni Servillo es conocido sobre todo por el protagónico de La grande belleza (también pudo vérselo en Gomorra y Bella adormentata). La que no se vio es Il divo, su papel consagratorio, donde hacía del ex primer ministro Giulio Andreotti. Aquí, el napolitano Servillo cumple dos papeles, como los hermanos mellizos Enrico y Giovanni. Uno es el líder del partido opositor de centroizquierda; al otro, filósofo loco, acaban de darle de alta en un centro de salud mental. A la manera de una comedia clásica pero sin terminar de asumirse como tal, de la confusión de roles surge la fábula política, condición a la que el film de Andò aspira.

Estar levemente “ido” parecería ser la marca de fábrica de Servillo. Como quien ya no soporta el entorno o perdió contacto con su papel, refugiándose en la fuga. Fuga mental, en La grande belleza e Il divo, o lisa y llana, como sucede aquí. Como el pontífice electo de la película de Moretti, Enrico Oliveri, líder de lo que queda de la izquierda italiana, un día no tolera más las acusaciones de haber llevado el partido a su cuasi extinción, percibe tal vez que no está a la altura de las circunstancias, y lisa y llanamente desaparece de escena. El desaparecido voluntario, el renunciante, el que no quiere seguir: figura emblemática de la contemporaneidad. Tanto en términos ficcionales como reales: ver los retiros de Philip Roth o Steven Soderbergh.

Desesperados por la toccata & fuga de su líder, los dirigentes de segunda línea del partido dan con la solución providencial. Enrico tenía un hermano de cuya existencia no había hablado a nadie, avergonzado tal vez de su inestable psiquis. Hermano mellizo, para más datos. Bastaría un par de retoques para que Giovanni pase limpiamente por Enrico. Dueño de todo el entusiasmo que al abrumado mellizo le falta o perdió, a Giovanni (¿rivalidad fraterna?) le encanta la loca idea del reemplazo. Tal como el Chance de Desde el jardín, Giovanni es como un chico. Apelando al sentido común subvertirá la política de su país, renovará la fe de los votantes, dará nuevos bríos a la alicaída sinistra. Hay que recuperar los ideales, debe volverse a las fuentes, las utopías derrumbadas con el Muro de Berlín pueden ponerse otra vez en pie... Al mismo tiempo y de incógnito en París, Enrico se reconstruirá –como podría suceder con Italia toda– desde los cimientos. A ello tal vez lo ayude su viejo amor de juventud, una Valeria Bruni Tedeschi ya no tan fresca como diez o veinte años atrás.

No sólo en Habemus Papa sino también en Palombella rosa –en los papeles una fábula igualmente evidente, en la que el ex militante comunista perdía literalmente la memoria–, Moretti dejaba en claro que atrás no se puede volver. La inocencia que se perdió, se perdió. Para el waterpolista rosso de Palombella, para el cardenal borrón de Habemus Papa, sólo queda la incerteza. Lo de Andò es más simple, más elemental, más fiel a los lugares comunes. Sobre todo el que imagina –sin complicarse demasiado la vida con incómodos matices– que niños y locos siempre tienen razón. Los borrachos, acá, al menos, no: demasiado incómodos para un film de ánimo tan consensual.

Cómo no simpatizar con Giovanni –que camina de manera tan rara como John Cleese en los Monty Python y saca a bailar el tango a una gran dama de la política– si reúne todos los ideales del adulto pueril. Giovanni es el niño prefreudiano, el “loco lindo”, el filósofo ítalo-zen. Desde el propio título, Viva la libertà está más cerca del simplismo hippón de Rey por inconveniencia que del a veces algo más oscuro Frank Capra.

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Estar levemente “ido” parecería ser la marca de fábrica del actor Toni Servillo.
 
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