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Martes, 28 de abril de 2015

CINE › FERNANDO MOLNAR Y DIEGO PERETTI HABLAN DE SHOWROOM

“El personaje cae en la alienación”

El director y el protagonista sostienen que la película que se estrenará este jueves “focaliza sobre miedos culturalmente muy asentados en la psicología de la clase media”. Entre estos miedos, coinciden, está el de “dejar de pertenecer”.

 Por Oscar Ranzani

Se lo conoce por haber codirigido varios documentales junto a Sebastián Schindel como, por ejemplo, Rerum Novarum y Mundo alas (en este último caso también junto a León Gieco). Si bien tiene una gran formación en ese género, Fernando Molnar decidió probarse como director de ficción. Y eligió a Diego Peretti como protagonista de su ópera prima, Showroom, que se estrenará este jueves. “En mi adolescencia tuve ciertas experiencias personales, entre ellas una especie de exilio económico con mi familia. Y la obsesión que tiene el personaje principal de mi película está relacionada con la obsesión que tenía mi familia por volver a vivir a la Capital, costara lo que costara. Era el fin de la década del 90”, detalla Molnar sobre la inspiración para elaborar Showroom. Allí, Diego –que tiene el mismo nombre que el actor– es un hombre de clase media que se queda sin empleo. Hasta que su tío le consigue trabajo en un showroom para vender departamentos no construidos y una casa en el Tigre donde pueda vivir momentáneamente junto a su mujer y as u hija, que ven cómo cambia la situación familiar. Diego se obsesiona patológicamente con su rol laboral, tanto que prácticamente se olvida de que tiene una familia. “Mi gimnasia como documentalista me llevó a pensar en este tipo de personas que empiezan a deshumanizarse en pos de una mejora económica o material”, cuenta Molnar en la entrevista con Página/12, en la que también participa Peretti.

–¿Tanto la ficción como el documental permiten contar una realidad o ubica a un género por encima del otro en ese aspecto?

Fernando Molnar: –No, me gustan ambos y creo que cada historia merece una forma de ser contada. No hay algo preestablecido en ese sentido. Seguramente podría haber hecho un documental de vendedores de departamentos que trabajan en showrooms de edificios, pero nunca hubiera llegado al personaje que, en este caso, conformó Diego y que conformamos juntos.

–¿Y cómo experimentó el trabajo de dirección de actores?

F. M.: –La verdad es que fue con mucha naturaleza y fluyó mucho. No tengo una gran formación desde la dirección de actores, pero sí tengo la gimnasia documental que agradezco y que, en algún punto, me ayudó a entender el comportamiento del ser humano. Es algo que me obsesiona y todo el tiempo estoy detrás de eso. No podría haber hecho esta película ni antes ni después: creo que me llegó en el momento justo de mi vida, con 37 años, dos hijos y una mujer que amo. El género documental es fantástico como la ficción y nunca voy a dejar de hacer documentales. En ese sentido, me considero un director integral. Me divierto dirigiendo documentales, películas, series de televisión, un videoclip o filmando a un artista plástico.

–¿Showroom es antes que nada una reflexión sobre la conducta de la clase media empobrecida?

Diego Peretti: –No sé si empobrecida. La película focaliza sobre miedos culturalmente muy asentados en la psicología de la clase media. La construcción de este drama está basada fundamentalmente en esa hipótesis y en la alienación en que cae el protagonista por sus temores.

F. M.: –Este temor de la clase media de dejar de pertenecer y de que a uno no lo reconozcan como tal en la sociedad está plasmado en la historia.

–El trabajo es el gran sostén del equilibrio familiar, pero en determinados casos y frente a ciertas conductas también puede desmoronarlo, ¿no?

D. P.: –Estoy completamente de acuerdo. Es así, tal cual, sobre todo si el trabajo no está apoyado sobre lo vocacional sino en el ascenso económico. Entonces, ahí toda la estrategema que pueda diagramar un jefe de familia está apoyada sobre lo material, nada más. Y ése es el sustento de la alienación en que este personaje cae.

F. M.: –En muchas familias cercanas y lejanas, de clase media y no sólo de clase media, el tema del trabajo es un elemento de ruptura. Y, en algún punto, es como un vehículo hacia la alienación y la deshumanización de las personas. No solamente se ve en esta película, que es un caso que está condensado en 80 minutos, sino que, alrededor mío, yo lo veo todo el tiempo. Por ejemplo, hay amigos y familiares que, de repente, pierden el eje y se olvidan de abrazar, de besar, de sonreír. Se olvidan enseguida de las cosas más simples y lindas, como el amor. Esta necesidad del trabajo por el trabajo y el avance material y de estructura familiar económica te lleva a eso.

–Es que un exceso de responsabilidad como el que vive el protagonista con su trabajo puede generar la inmersión en un mundo propio y llevar al alejamiento de los seres queridos, ¿no?

D. P.: –Yo agregaría que es una responsabilidad que, en un principio, tuvo un sustento cultural genuino, pero tantos años de ser un eslabón productivo con un solo objetivo le produjeron una ceguera de elevación espiritual y quedó simplemente persiguiendo un objetivo material. Cuando hablamos verdaderamente de una vida espiritual cero es ahí donde está la locura de este personaje.

F. M.: –El personaje nunca se mira a sí mismo porque el día que se mire va a explotar. Y esta necesidad de buscar lo material, como dice Diego, está directamente relacionada con la pérdida del afecto y de la sensibilidad. Y sucede en Argentina, pero también en todo el mundo. No estamos hablando de un fenómeno cultural argentino. Por ahí, aquí, con esto que cargamos todos respecto a la inestabilidad socioeconómica, no sé si es aun peor esta alienación.

D. P.: –Yo diría Latinoamérica, no solamente la Argentina. Pero no sé: por ejemplo de Estados Unidos son Wall Street, Un día de furia, incluso Taxi driver. Cuando los estadounidenses no pueden hacer mea culpa sacan hacia afuera. Y aparece el asesino serial. Nosotros somos más reflexivos. En el caso de Showroom, el personaje no tiene la idea de matar, pero diría que si ese mismo personaje ve un asesinato y eso lo lleva a mejorar su vida social, se calla la boca. Es fuerte, pero es ese nivel de descentralización que tiene.

–Esa robotización lo va convirtiendo en una especie de autómata...

D. P.: –Tal cual. Este hombre está construido como un autómata productivo. Y al autómata productivo le sacaron un chip. Entonces, no sabe para dónde agarrar. Encuentra un objetivo y se dirige hacia allí. En realidad, es un hombre peligroso porque está perdido afectivamente.

F. M.: –Como se va transformando en un robot forma parte de un sistema que no puede parar. Es una rueda de ventas que no puede parar. De hecho, hay una escena muy clara cuando él vuelve al Delta: de repente, creció el agua y él no puede bajarse de la lancha sin mojarse el traje. Y tarda dos segundos al decir: “Vamos, Vamos”. Nunca se plantea sacarse el pantalón.

–¿La película también propone una reflexión sobre qué significa la calidad de vida?

F. M.: –Es uno de los conceptos que se trabajó desde la escritura del guión: qué significa la calidad de vida para cada uno. Y es algo que vuelvo a decir: es un concepto universal porque hoy la calidad de vida pasa básicamente por lo material, por la obtención de las cosas nuevas, modernas, confortables. Eso es lo que le venden a uno: la calidad de vida no pasa por el abrazo, el amor, disfrutar el sol, el deporte.

–Y las mudanzas, como se ve en la historia, funcionan como una nueva posibilidad pero también como un motivo de crisis. ¿Ustedes lo ven así también?

D. P.: –En este caso, las mudanzas son el peligro de caer en una clase social más pobre. Porque en una mente menos alienada o más espiritual podría entenderse como un paso a favor de vivir en la naturaleza, no estar en el barullo urbano. Sin embargo, este personaje lo toma de manera diferente, con una gran fobia, así como toma con fobia el roce con los obreros. Es como codearse con una vida que él en su automatismo reconoce como: “¡Danger, Danger, Peligro de Muerte!”. Entonces, huye y prefiere vivir en un sueño, digamos. Es muy parecido a cuando al ser humano, en general, lo seducen con algo que no es verdad. Sin embargo, necesita creerlo para seguir viviendo. Lo que pasa es que una persona que no está tan unívocamente metida en eso puede establecer la distancia y decir: “A mí me conviene ilusionarme porque, si no me ilusiono, ¿cómo hago para ir a la oficina?”. Pero tiene ese espacio. Este personaje no lo tiene. Confunde. Por eso se quiere quedar a dormir en el showroom.

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Peretti protagoniza la primera ficción de Molnar, a quien se conoce por sus documentales.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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