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Martes, 1 de marzo de 2016

CINE › BENJAMíN NAISHTAT Y LAS IDEAS DETRáS DE EL MOVIMIENTO, SU SEGUNDA PELíCULA

“Es inevitable que haya resonancias”

Realizada a partir de una propuesta del Jeonju Cinema Project, la película retrata la anárquica Argentina del siglo XIX, con un mesiánico agitador que recorre la pampa. “El concepto de ‘movimiento’ hace que confluyan las contradicciones más vivas”, dice.

 Por Oscar Ranzani

Hace dos años, el cineasta Benjamín Naishtat debutó con su ópera prima, Historia del miedo, en la Competencia Oficial del Festival de Berlín 2014. El primer film de este cineasta de 30 años también obtuvo el primer premio en el Festival coreano de Jeonju. Tanto les gustó a los organizadores de este certamen ese potente thriller, con elementos de terror y anclado en la realidad social, que lo invitaron a participar del Jeonju Cinema Project 2015: la propuesta consistía en filmar un proyecto propio siempre que pudiera terminarlo en abril de 2015 y que no durase más de 60 minutos. A partir de ahí, con un presupuesto de 90 mil dólares, el realizador egresado de la Universidad del Cine (FUC), comenzó a investigar, escribir un guión, reunir a los actores, filmar y terminar su opus dos en sólo cuatro meses. El resultado es El movimiento, que se estrena este jueves. “Yo apenas tenía unos bocetos de la época de las guerras civiles anteriores a la sanción de la Constitución Nacional, más precisamente el período que va desde mayo hasta que se firma la Constitución y se organiza un poco más el Estado”, cuenta Naishtat en diálogo con . Y reconoce que la elección de la época viene por un interés y una curiosidad “de entender un poco hacia atrás, de dónde viene esta organización territorial que tenemos, los conflictos de federales y unitarios, esta forma de entender la política. Tenía una curiosidad por entender lo fundacional, los orígenes. Me parece que es una época que tiene muchas respuestas”, agrega el cineasta.

El movimiento es una película en blanco y negro ambientada en la mitad del siglo XIX, en una tierra de anarquía y llena de pestes. Hay distintos grupos armados que recorren el territorio pampeano que exigen recursos y sumisión de los campesinos que allí viven. En medio de eso, un hombre ilustrado (Pablo Cedrón) busca que los pobladores se unan a su “movimiento”, que pretende lograr un nuevo orden para la región. Se trata de un psicópata que seduce con la palabra, pero al que no le gusta nada que le digan que no. Es más: el que se niegue será degollado.

–¿Cómo fue el trabajo de investigación histórica?

–Trabajé con una investigadora que me ayudó para tener un marco bibliográfico. Y hubo dos ejes. Por un lado, entender la historia a un nivel más macro, o sea, el contexto político. Y ahí es muy llamativo cómo depende de las corrientes de historiadores que uno lea, la historia está contada de distintas maneras: toda la primera camada de historiadores liberales, el propio Mitre o Sarmiento; mucho más adelante, los historiadores revisionistas como José María Rosa. Incluso ahora hay una camada de revisionistas contemporáneos. La verdad es que leí un poco de todo. No elegí una corriente en particular. Sobre todo para tener una idea coral de la historia. Igual eso fue para entender el mundo en ese momento. Para encontrar las escenas, para saber cómo era la vida, lo que más leí fueron crónicas de diarios de esa época, o crónicas de cautivos o viajeros que venían en esa época de la Argentina. Fue más en primera persona.

–¿Cómo construyó la locura que tienen los personajes? ¿Eso también está inspirado en las lecturas de la historia argentina, o fue una construcción suya?

–En particular el personaje protagónico, que es como un líder, es ficcional, creado también en gran medida por el trabajo de Pablo Cedrón. Pero es inevitable que haya mucha resonancia con universos políticos de esa época o de épocas del siglo XX. El dice discursos y todo un poco condensado. Cuando pronuncia discursos, este personaje es muy contradictorio. Usa proclamas liberales e ilumnistas mezcladas al mismo tiempo con cosas nacionalistas y populistas. Y todo está marcado por una fuerte voluntad mesiánica. El cree que es como un mesías que viene a salvarnos a todos. Y eso también es algo que se ve mucho en la política contemporánea. Vienen con “amor” o “cambio”, proclamas muchas veces vacías que vienen casi como una cosa mesiánica.

–¿Ubicaría al movimiento en algún sector político más reciente en el tiempo?

–La Argentina se ha visto atravesada a lo largo de su historia por esta idea de “movimiento”. Frente a la posibilidad de partido como algo que define claramente una identidad ideológica neta, el movimiento es donde pueden confluir una cosa y su contrario. Pueden confluir las contradicciones más vivas. Y eso es algo que atraviesa mucho la historia política argentina. Si uno se fija en la época de unitarios y federales, dentro de los federales había dos bandos: los dogmáticos y los “lomos negros”, que se enfrentaban; unos querían a Rosas y otros querían un rosismo sin Rosas. Dentro de los unitarios también había movimientos totalmente contrarios: unos más iluministas y otros super sangrientos, como Lavalle que fusiló a Dorrego. Dentro del peronismo está la guerra fratricida en el 73 del sector ortodoxo yendo a matar a los Montoneros. Y así sucesivamente al movimiento que está hoy en el poder, Cambiemos, en el que confluyen el radicalismo con sectores de derecha que defienden a la dictadura. Esas incoherencias atraviesan nuestra historia.

–¿La película establece una mirada crítica sobre los líderes personalistas?

–Más que sobre los personalistas, sobre los líderes mesiánicos, porque el personalismo no necesariamente es malo. La historia prueba que hubo cuadros que fueron importantes y que fueron la vanguardia de un proceso importante. Separo eso de la cosa mesiánica que es lo que pasa con el personaje que interpreta Pablo, quien cree encarnar en sí mismo la idea de la salvación. Eso pasa en política como en la religión o en cualquier tipo de estructura.

–¿Qué relación puede establecer entre El movimiento y Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog?

–Aguirre... es una gran película que me vuela la cabeza, y puede ser que en algún nivel haya habido alguna conexión. También se puede pensar en Fitzcarraldo, porque Herzog trabajó mucho los personajes mesiánicos. Y también hay otras películas como The Master, de Paul Thomas Anderson, o una película rusa que vi que se llama Es difícil ser un dios, que también trabaja el tema del mesías.

–¿La ambición de poder es siempre un motor de violencia?

–Sí, una violencia que puede ser más física, más explícita, como es en la película u otras formas de violencia que tienen que ver con poner a la gente en precariedad o ponerla a actuar o a votar en contra de sus propios intereses.

–¿La relación que puede establecerse entre El movimiento e Historia del miedo es que en la primera había una violencia latente y en ésta una violencia explícita?

–Sí, absolutamente. Mientras que Historia del miedo era una película de algo no dicho, de algo sugerido, de algo que está en la atmósfera, en El movimiento está todo manifestado, las cosas salen del cuerpo hacia afuera, de un político hacia afuera, del pueblo hacia afuera porque reaccionan, porque la gente se manifiesta. Es una película con mucha acción, hay asesinatos, persecuciones. Es más movida. Es menos para sentir y más para ver.

–¿Cree que el espectador argentino va a asociar la historia y los personajes con otras referencias que, tal vez, no tuvo el público extranjero donde se vio la película?

–Espero que así sea. La película viene circulando en varios países a través de los festivales con una buena respuesta, pero tengo una enorme curiosidad de ver qué resonancias va a tener acá, porque es una película de historia argentina, de política argentina que intenta hacerse preguntas sobre qué es el poder en la Argentina.

Pablo Cedrón busca que los pobladores se unan a su movimiento.

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“Historia del miedo era una película de algo no dicho, de algo sugerido; en El movimiento está todo manifestado.”
Imagen: Sandra Cartasso
 
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