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Sábado, 5 de marzo de 2016

CINE › LA VISITA, DEL CHILENO MAURICIO LOPEZ FERNANDEZ

No hay nada mejor que la familia unida

La familia es aquí un reflejo a escala de la sociedad, con sus prejuicios, miedos y zonas erróneas a flor de piel. A esa capa de sentido, el director y guionista chileno le inyecta la temática LGBT como un elemento esencialmente disruptivo.

 Por Diego Brodersen

“Mamá, soy yo”, le grita Elena a su madre, antes de entrar por la puerta de servicio en esa casa de varias plantas y aún más dependencias. Coya, la mujer que parece haber trabajado en ese lugar “cama adentro” desde el inicio de los tiempos, la deja pasar con una mirada no demasiado alegre, casi con desaprobación. La visita tiene una excusa ineludible: la muerte del esposo de Coya y padre de Elena. De a poco, otros personajes comienzan a poblar ese microcosmos que la ópera prima de Mauricio López Fernández define de entrada y sin ambages como una típica familia chilena burguesa, conservadora y tradicionalista a pesar de los cambios sociales recientes. Una mirada atenta al rostro de Elena hará que el espectador note cierta dureza, una androginia que aparece y desaparece dependiendo de la luz ambiente, el encuadre y la gestualidad. El film comenzará rápidamente a dar pistas de algo que la sinopsis oficial anticipa en la primera línea: Elena (interpretada por la actriz transexual Daniela Vega) dejó esa misma casa hace muchos años como Felipe. El regreso es, entonces, doloroso para algunos, molesto para otros. Para todos, en el mejor de los casos, algo incómodo.

La visita enclaustra a sus personajes en una mansión un poco a la manera del cine de Carlos Saura.

Basada en un cortometraje del mismo título y similar temática, La visita (no confundir con el reciente film de M. Night Shyamalan) enclaustra a los personajes en esa pequeña mansión chilena como Lucrecia Martel lo hizo con los suyos en La ciénaga o como, décadas antes, el español Carlos Saura lo había hecho en un par de sus films más recordados. La familia es aquí un reflejo a escala de la sociedad, con sus prejuicios, miedos y zonas erróneas a flor de piel. No es casual que el film comience con un plano del pater familias (personaje casi invisible en la trama, dominada por la arquitectura de un gineceo) enseñando a disparar un rifle a su hijo menor. En ese sentido, La visita tal vez sea un film de ese “género” indefinido al cual se le ha inyectado la temática LGBT. Elemento, por cierto, disruptivo.

Más allá de las excelentes intenciones de Mauricio López Fernández y de un reparto que hace lo suyo con altura (obligaciones de la coproducción mediante, el cast incluye a la argentina Claudia Cantero, luchando con un acento chileno que nunca termina de sonar certero), La visita es devorada en parte por su insistencia, por una necesidad de hacer evidentes los rasgos de unos y otros personajes al punto de –por momentos– terminar deslizándose sobre algo cercano al estereotipo. Coya es callada y soporta los embates con algo cercano al estoicismo; la dueña de casa transpira insatisfacción, que el film develará literalmente como sexual en uno de sus momentos más redundantes; la joven ayudante de Coya declama con su mirada desprecio y rencor; lejos de la candidez, los chicos (en particular el más pequeño) demuestran algo de miedo y, al mismo tiempo, fascinación por la monstruosidad; en el cuarto de arriba, aislada y postrada, la tía abuela loca, corona metafórica de la organización social del lugar.

Haciéndose eco de una preferencia por esas estridencias narrativas –más allá de un tono aparentemente reposado– la música de Alekos Vuskovic refuerza innecesariamente, en algunos pasajes, el carácter ominoso de las imágenes. Pero si “algo más” puede llegar a ocurrir, es un accidente posible pero improbable el que deja abiertas las puertas para un primer paso hacia la reconciliación entre madre e hija, mientras los tres días del tradicional velorio intramuros continúan desarrollándose. Afortunadamente, el personaje más complejo y misterioso es la propia Elena, quien transita esa visita obligada con una mezcla de resignación y tristeza (y, tal vez, algo de vergüenza residual). Su mundo ya no es ese, parece decirnos el film, aunque poderosos reflejos se cuelen por las rendijas de esa casa con cimientos sólidos. Un poco más de sutileza en la construcción de ese universo hubiera puesto aún más de relieve el frágil pero resistente (¿heroico?) rol de Elena.

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