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Miércoles, 14 de septiembre de 2016

CINE › NATALIA OREIRO HABLA DE GILDA, NO ME ARREPIENTO DE ESTE AMOR

“Gilda ha inspirado a muchas personas a creer en sí mismas”

La actriz uruguaya debió hacer un profundo trabajo de cambio de imagen y hasta de adaptación de su tono vocal para encarnar a la fallecida cantante de música tropical. “Quise tener la esencia de ella, captar luz”, explica.

 Por Oscar Ranzani

El 7 de septiembre de 1996 murió Gilda (Myriam Alejandra Bianchi), la popular cantante de música tropical que había generado una innovación en el mundo de la bailanta, atravesado por el machismo imperante de la época. Tras ese accidente automovilístico que se llevó también a su madre y a su hija mayor, ese día también nació un mito. Es que sus fans la “canonizaron” depositando sus ruegos y pedidos en un santuario ubicado en el lugar donde ocurrió el accidente fatal, convirtieron al alma de esta particular cantante y compositora de cumbia en milagrosa. Esta, sin embargo, es la parte que no muestra Gilda, no me arrepiento de este amor, la primera ficción dirigida por Lorena Muñoz, realizadora del documental Los próximos pasados y codirectora de Yo no sé qué me han hecho tus ojos (documental sobre la mítica cantante Ada Falcón). Y es, en definitiva, un gran acierto de la cineasta, que prefirió hurgar en el detrás del personaje, en la mujer y su esencia que, siendo maestra jardinera y teniendo una familia con dos hijos, decidió comenzar a transitar el camino de la música después de cumplir 30 años. El film de Muñoz se mete en la vida cotidiana de su personaje, en las trabas de todo tipo que Gilda (cuyo nombre fue un tributo al personaje que encarnó Rita Hayworth en la película homónima) tuvo que sortear: desde un marido extremadamente celoso (interpretado por Lautaro Delgado) hasta muchas personas de su entorno cercano que no pudieron entender su viraje profesional. Gilda... también describe el contexto de entonces, con la bailanta gobernada por mafias, y reconstruye la posterior relación sentimental de la cantante con Juan Carlos “Toti” Giménez (Javier Drolas), compositor y tecladista, quien fue clave en su carrera.

El film muestra a Natalia Oreiro en su mejor composición para el cine, con su cara omnipresente en la pantalla, y dueña de una voz angelical y una similitud física que hacen que el verosímil no tambalee en ningún momento. Con esta película, la actriz uruguaya también cumplió un sueño, ya que antes de ser la intérprete de la biopic era fan de Gilda, desde la primera hora. “Tuve que desandar esa admiración que tenía por ella para ponerme en la piel de una mujer; era importante que tuviera contradicciones y claroscuros para lograr una película profunda”, afirma Oreiro en diálogo con Página/12. Es que la artista –que también cantó en otros largometrajes como, por ejemplo, Miss Tacuarembó, de Martín Sastre–, tuvo que mantener todo el tiempo el delicado equilibrio entre la fascinación y la distancia necesarias para encarnar a una figura pública. “Los fans siempre vemos la parte más luminosa de quienes admiramos. Yo tenía 19 años cuando empecé a seguirla y ahora tengo 39. Había escuchado ‘Pasito a pasito’ antes de que ella tuviera el accidente y la reversioné en muchos de mis personajes”, agrega.

–Para Muñeca brava fue al santuario, ¿no?

–Sí, fue un pedido mío, porque nos habían invitado al Festival de Gualeguaychú y dije: “Es la misma ruta donde está el santuario y quiero parar”. La cantaba en la bailanta que había en la novela, me ponía la minifalda. En Sos mi vida hice la cortina: logré convencerlo a Adrián Suar, que quería poner una canción de Alejandro Lerner. Y siempre que tengo posibilidades, la canto en mis giras. Era alguien que me generaba mucha empatía y me daba alegría con su música. Y también me siento identificada con sus letras.

–Tuvo otros ofrecimientos para encarnar a Gilda, pero los rechazó. ¿Qué le sedujo en este caso?

–El guión era fundamental. El punto de vista del director tenía que ser personal. También tenía que ser un hecho cinematográfico que se entendiera en cualquier lugar del mundo, aunque no conocieran a Gilda. Eso para mí era fundamental, porque ésta no es una película “hitera”. Intentamos corrernos del cliché. Es una película en la que el punto de vista es el de una mujer que tuvo que luchar contra mucho prejuicio familiar y social para poder encontrarse. Porque no sé si ella soñaba con ser cantante, lo que quería era conocerse más. Y, evidentemente, todo la llevaba a cantar. Amaba ser maestra jardinera porque, de alguna manera, también tenía su público en esos niños, porque sentía que en todo jardín hay como un escenario. Pero también sentía que quería trascender con la música y que la gente cantara sus canciones. Componía desde los 15 años y en principio no fue comprendida por su entorno. Su marido nunca lo aceptó, no supo cómo acompañarla. La amaba profundamente, pero se dio cuenta de que la música se la llevaba, que se le escapaba de las manos, que otros hombres la admiraban. A su madre, que era concertista de piano, no le gustaba el género. Ella misma sufría el prejuicio social de tener que dejar a sus hijos para salir a trabajar de noche en boliches. El mundo de la bailanta estaba acostumbrado a otro tipo de mujer, más voluptuosa. Ella era muy flaquita, le proponían operarse y no quería. No quería cambiar su esencia. Componía sus letras, o sea que le quitaba el negocio a la gente que escribía las letras en el género tropical. Y en los ‘90 ése era un lugar muy machista. Por suerte, eso fue corriéndose.

–Su hijo Fabrizio no quería que se contara la historia en el cine. ¿Cómo lo convencieron?

–Lo que pasa es que para él no es Gilda sino su mamá. El perdió también a su hermana y a su abuela, además de algunos músicos. Con Lorena Muñoz nos conocimos por Infancia clandestina, porque era la productora. Y coincidimos en el Festival de Cannes, en 2012. Yo había visto el documental Yo no sé qué me han hecho tus ojos, sobre Ada Falcón, y me había gustado mucho. Ella me dijo que admiraba mucho a Gilda y le comenté que si algún día hacía la película que contara conmigo. Lorena empezó a tratar de conseguir los derechos, iba a la casa de Fabrizio, pero él nunca le daba la posibilidad de conocerla. Le escribimos una carta, adjuntando un CD con una canción interpretada por mí, que era “No me arrepiento de este amor”. El nos brindó la primera entrevista. Allí se dio cuenta de que el proyecto era serio, que éramos muy respetuosas y no puso ningún tipo de reparo.

–Antes que abordar el mito, la película se detiene en el detrás del personaje, más en Miriam que en Gilda. ¿Usted también lo ve así?

–Sí, y eso me parece lo más interesante de la peli y también el desafío más grande, porque la gente tiene muy iconizada su imagen, su voz. Y si bien fue mucho trabajo de composición representar a Gilda, todo eso era para mí lo más difícil: sin el peinado, sin el maquillaje, sin la ropa que usaba en el escenario. Había que representar a la maestra jardinera, a la mamá, porque todo lo otro vino después. Desde el minuto en que la gente se siente a ver el film, va a ver a una Gilda desconocida. Entonces, para mí era difícil que entre en ese viaje. Eso fue posible porque Fabrizio me dio mucha información de su mamá, vi fotos de ella en su faceta casera. También vi videos caseros. Sus tres mejores amigas participaron en el trabajo de investigación contándome cómo era como amiga y qué le pasaba con su marido, con el amor, con sus hijos. Me dieron ropas, accesorios de ella. Empecé a comprender más de mujer a mujer lo que le pasaba. Y como no soy imitadora sino intérprete, más allá de parecerme físicamente quise tener la esencia de ella, captar luz.

–¿Y se sintió identificada con la manera en que Gilda buscó y logró conquistar su sueño?

–Ella inspira mucho y no sólo a mí sino a muchas personas a creer en sí mismas. No me siento identificada en relación a lo profesional porque empecé muy de chica. Si bien debí sortear mucho prejuicio y tuve que dejar mi país, siempre fue natural, porque era chica y tenía muchas ganas. Siempre fue más aceptado que un adolescente quiera entrar en este medio, hacer algo o cumplir un sueño. Es terrible porque a un hombre no se le pregunta la edad: a los 30 años, un tipo está súper joven. Ahora, una mujer a los 30, con dos hijos y maestra jardinera se quiere dedicar a la música y enseguida le dicen: “¿No te parece que estás un poco grande?”. Es el prejuicio social. En ese sentido, fue más admirable ella que, teniendo una familia establecida y un trabajo tan tradicional, haya querido dedicarse a la música dentro del mundo de la bailanta. Fue muy valiente en ese punto. De hecho, le trajo muchos conflictos.

–La película justamente muestra las adversidades que tuvo en su búsqueda que, como usted dice, no fueron pocas. En base a lo que le contaron familiares y amigos para componer el personaje, ¿cómo cree que podía mantener viva una ilusión con todos esos embates del destino?

–Para mí, su verdadero amor romántico (no filial, porque ella tenía una relación muy especial con sus hijos) no fueron ninguna de sus dos parejas sino el público. Creo que realmente ella estaba entregada ciento por ciento a su público y que lo otro era circunstancial. Eso hizo que Gilda siguiera adelante, porque cuando bajaba del escenario era igual ¡Era una persona que le daba el número de teléfono a sus fans! ¡Increíble! Tenía una relación de amistad y se acordaba de ellos.

–Y el público terminó devolviéndole ese cariño...

–Absolutamente.

–¿El mundo de la música es en la actualidad menos prejuicioso y menos machista que en aquella época?

–Claramente, la Argentina es un país más rockero y masculinamente rockero. Hay grandes artistas rockeras argentinas de todos los tiempos. Sin embargo, los lugares más importantes los ocupan los hombres, con lo cual imagínese dónde queda la música tropical. Es un país muy prejuicioso en relación a los géneros.

–¿Cree que ella llegó a producir una innovación en el género de la música tropical?

–Gilda es una artista transcultural y transgeneracional, porque la han reversionado músicos de rock, sus canciones las cantan en las canchas de acá y de todo el mundo. ¿Quién no cantó o bailó un tema de Gilda en alguna fiesta en algún momento? A mí me sucede todo el tiempo que personas de distintas edades y de distintos lugares esperan mucho la película y me hablan de ella con mucho amor. Eso lo consiguió porque fue distinta y fiel a sí misma. Eso marcó la diferencia.

–¿Cómo trabajó el cambio físico para estar lo más parecida posible?

–Eso ya es normal para mí. Me dicen: “¡Ay, pero cómo bajaste de peso!”. Bueno, para Infancia clandestina tuve que engordar como seis kilos y nadie me dijo: “¡Ay, tuviste que engordar!”. Es parte de la composición. Lo primero que impacta de un personaje es lo visual. Acá también tenía el desafío de lo sonoro, porque tengo mi propia manera de cantar, que no tiene nada que ver con la de ella. Entonces, era un trabajo grande. Lo primero que noté es que Gilda tenía los pómulos muy marcados, con lo cual necesitaba afinar cierta parte de la cara. Y lo que me sucedió fue que, como ella era muy flaquita de piernas, cada vez que me ponía una minifalda para hacer una coreografía y bailar, me quedaba de bufanda (risas). Yo tengo más cola, más cadera, más piernas. Y fueron meses de entrenamiento, pero no fue un sacrificio porque la transformación es lo más divertido. Si cierro los ojos y me acuerdo cuando tenía 8 años, eso era lo que hacía. Soñaba con ser actriz e interpretar personajes.

–En cuanto a lo coreográfico, ¿cómo fue el trabajo? Porque usted tiene una manera diferente de manejarse en el escenario.

–Tuve que desandar mi propio estilo. Y tuve una coreógrafa muy grosa. Gilda no hacía coreografía, pero sí tenía ciertos pasitos. Algunos los inventó ella. Justamente, lo que hicimos fue observarla mucho y ver qué cosas no quería hacer porque no le gustaban. Algo muy notorio en Gilda era que tenía sensualidad pero no era algo buscado. Siempre daba la sensación de que su público seguía siendo su jardín de infantes. Era muy femenina y muy delicada. Hasta cuando se ponía unas minifaldas infernales, uno estaba viendo a alguien súper delicado. Hasta diría que era angelical. Tuvimos mucho cuidado con eso. Yo soy de moverme más, quizá por el estilo de música que hago, pero ella era muy recatada.

–Ricardo Mollo aparece en una toma como músico con pelo largo. ¿Un rockero al que le gusta la cumbia?

–No sé si le gusta la cumbia (risas). En realidad, le gusta Gilda porque desde hace muchos años que estamos juntos y él sabe de mi admiración hacia ella. Ricardo venía siempre al rodaje y un día, de manera natural, Lorena le dijo si no quería aparecer como músico en una escena. El es muy divertido y tiene mucho humor. Y, además, estaba con su manager, que es muy parecido a Alcides. Así que los ves juntos y parece que el que está al lado es Alcides. Ricardo también tocó la guitarra en un tema que aparece en los títulos, que es una versión de los Beach Boys. Y me ayudó muchísimo en todo el proceso del disco de la película. De hecho, el tema con Rubén Rada lo produjimos juntos. Ricardo me enseñó los acordes y eso se ve en las escenas donde ella compone los temas. O sea que él fue parte de la película. Su mirada de músico es interesante, sobre todo en la parte de los vivos.

–Entre varias cosas en común que usted tenía con Gilda, se destaca el gusto por los colores blanco y rojo. Es difícil imaginar otra cosa que no sea Natalia Oreiro como hincha de River...

–¡Yo no! (risas). Soy de Rampla Juniors, que es un cuadro uruguayo cuya camiseta tiene los colores rojo y verde. Pero ella era de Boca. En realidad, ella fue de Boca de más grande, porque me parece que el padre era de otro cuadro. Ahora no lo recuerdo. Gilda había dicho que iba a sentir que había llegado cuando la hinchada de Boca cantara sus temas. De hecho, a dos años de su muerte, la cantaron.

–¿Tener que cantar obliga a hacer otro tipo de actuación?

–Sí. No creí que me iba a costar tanto interpretarla porque siempre la cantaba, pero desde mi óptica, desde mi propia interpretación. Todos sabemos cómo cantaba ella porque la tenemos muy presente, con lo cual en la película no podía sonar otra voz melodiosa que no fuera la de ella. Y yo canto todos los temas. Fue un trabajo en el que hubo que ver cómo respiraba, cómo fraseaba, cómo alargaba las palabras. Gilda cantaba de una forma muy particular. Y fue un proceso de muchos meses de trabajo de producción.

La voz y la similitud física de la actriz con Gilda hacen que el verosímil no tambalee en el film.

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A los 19 años, Natalia Oreiro escuchó por primera vez “Pasito a pasito” y desde entonces se consideró fan de Gilda.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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