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Viernes, 16 de septiembre de 2005

CINE › “LA LLAVE MAESTRA”, DIRIGIDA POR IAIN SOFTLEY

Horror en los pantanos de Louisiana

En estos días, hablar de horror y de Nueva Orleans se ha convertido en una lamentable cotidianidad. Pero La llave maestra se ocupa de terrores mucho más abstractos y, quisiéramos creer, sólo posibles dentro del plano bidimensional de la pantalla. El hoodoo (léase judú) es, según la definición del diccionario, un “sistema mágico creado por esclavos cuando las creencias africanas se cruzaron con el conocimiento botánico de los nativos americanos y las supersticiones del folklore europeo”. Con ese poder sobrenatural se topa la enfermera Caroline (Kate Hudson) en la profundidad de los pantanos de Louisiana, cuando su último empleo la lleve a una mansión sureña con pasado y presente tenebrosos.
Que Gena Rowlands abandone definitivamente las delicias actorales que supiera conseguir junto a su marido John Cassavetes es lo de menos. El guión seguramente definía a su personaje –la dueña de casa y esposa de un anciano afectado por una parálisis múltiple– como el de una mujer inquietante, pero lo cierto es que no podría serlo menos. Y los lamentos silenciosos de John Hurt, otro gran actor desaprovechado en su inmovilidad, apenas si logran sugerir la presencia de seres de ultratumba. La llave maestra se desenvuelve sin sobresaltos por los recovecos de una trama que aparenta estar lleno de sorpresas y lugares ocultos.
El realizador Iain Softley supo disfrutar en los ’90 de tres moderados éxitos por completo disímiles: el biopic pre-beatlero Backbeat (1994), el tecno-thriller Hackers (1995) y la más recordada Las alas de la paloma (1997). Aquí se acerca al género de terror con temeraria confianza en el material de base y poco afecto por la construcción de climas y sugestiones. La rutina, como el clima húmedo de la zona, embarga a los personajes y sus circunstancias más temprano que tarde, de forma que sólo resta esperar que la vuelta de tuerca final incorpore una ligera dosis de ingenio a la historia. Pero ya es demasiado tarde: el conjuro no surte efecto si no se cree en la sugestión de las imágenes.

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