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Viernes, 8 de diciembre de 2006

CINE › “INFECTION” PROPONE TERROR JAPONES CERCA DEL ABSURDO

La salud pública en crisis

 Por Horacio Bernades

5

INFECTION
Kansen.
Japón, 2004.

Dirección y guión: Masayuki Ochiai.
Intérpretes: Yoko Mari, Kaho Minami, Moro Morooka, Shirô Sano y Koichi Sato.

Es como si una versión japonesa de Dr. Kildare a partir de determinado momento degenerara y se convirtiera en El vengador tóxico, deliberada berretada de terror, pergeñada por los muchachos del sello Troma a mediados de los ’80. Reclamos por bajos salarios, decadencia del hospital público, escasez de insumos y pésima capacitación del personal son las cuestiones que ocupan una buena media hora de Infection, hasta el punto de hacerla más parecida a un reporte noticioso de la situación en el Hospital de Clínicas que a la película de terror que se supone debería ser. De repente unos paramédicos traen en camilla a un paciente infectado de algo y de debajo de las sábanas empieza a chorrearle un líquido verde. Allí se pudre todo, literalmente, y a partir de ese momento ya nadie se acuerda de sueldos, medidas gremiales o anaqueles vacíos. Lo único que importa es no volverse verde, como el tipo de la camilla.

Producida por Taka Ichise, Infection es la primera entrega de una serie llamada J-Horror Theater, en la que se aguardan aportes de gente como Hideo Nakata (director de The Ring y Dark Water), Takashi Shimizu (Ju-On) y Kiyoshi Kurosawa (Cure, Charisma, Bright Future). Ni más ni menos que los reyes del género. No es raro que todos ellos estén involucrados, ya que Ichise, nombre clave para la expansión internacional del terror japonés desde mediados de la década pasada, fue productor de sus películas. Lo raro es que el hombre haya decidido inaugurar la serie con una película tan berreta como Infection. Berreta, porque es la clase de películas que cuanto más malas, mejor. Esas películas ante las que el espectador se ríe, sin saber del todo si se ríe de ellas o con ellas.

De ambas cosas hay en Infection, al menos después de superado el desconcierto inicial. Al comienzo, el espectador se pregunta a qué vienen todos esos médicos que parecen haber tomado cursos de sutura en una colchonería, pacientes con avanzados procesos de estupidización senil. Basta que aparezca el infectado para que el contagio se les suba a los guionistas a la cabeza. Ahí empieza la diversión. Jamás se sabrá qué es lo que infectó al tipo, qué clase de enfermedad es ésa que hace que la sangre de los pacientes se vuelva verde, y aun así se las arreglan para sonreírles malignamente a los sanos. Sanos que eventualmente se vuelven locos. Como la enfermera que no sabe aplicar inyecciones y no encuentra mejor solución que convertirse a sí misma en conejillo de Indias, saliendo a corretear por los pasillos con un par de jeringas colgando de cada brazo. Un consuelo, saber que la salud pública en Japón está en este estado.

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