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Viernes, 16 de febrero de 2007

CINE › ANALIA COUCEYRO REVELA LA TRASTIENDA DE “EL PASADO”

“Sabía que el personaje de Sofía estaba hecho para mí”

La actriz cuenta cómo fue la filmación de la película de Héctor Babenco, basada en la novela de Alan Pauls. Couceyro, ahora más enfocada hacia el cine que hacia el teatro, ilumina uno de los rodajes más intrigantes que hayan tenido lugar en Buenos Aires, con Gael García Bernal como coprotagonista.

 Por Julián Gorodischer

Predestinada a ser Sofía: así se sintió Analía Couceyro durante la hora del casting para ganarse el protagónico de la película El pasado, que dirigió Héctor Babenco. Lo deseaba, tanto como se lo dictaba su propio pasado de lectora voraz de la novela de Alan Pauls, imaginándose como esa mujer espectro o mujer araña, en definitiva, la psicópata de esta historia. Si la prueba con Gael García Bernal salía bien, si Babenco la aceptaba, si vencía a la larga fila de postulantes, sería Sofía. Y fue Sofía, el amor que no se resigna a terminar, la presencia que resurge en cada nuevo hito de la vida de Rímini (Gael), decretando el final de cada una de sus relaciones con mujeres post separación, virando de la civilizada adolescente con la que convivió desde la secundaria a la temible amazona que llega a fundar una guerrilla de mujeres que aman demasiado.

El rodaje fue una cápsula; hermético, imposible para mirones y paparazzi, como una burbuja para preservar al acosado Gael de tanto comentario y flashes sobre el triángulo que le atribuyeron con Dolores Fonzi y Natalie Portman. El galán acusó que lo asediaron como en ningún otro país y que no reconocía situaciones previas de tanta intriga sobre su vida amorosa. Analía estuvo allí adentro, donde pocos ingresaron, ese espacio del que todavía no hubo testimonio directo, y ahora acepta iluminar esa zona de adaptación: el territorio en el que el libro ganador del Premio Herralde de Novela, esa prosa que podría interpretarse como la versión narrada de los Fragmentos de un discurso amoroso (de Roland Barthes), se fue convirtiendo en imágenes.

Convulsionada ante la posibilidad de ganarse el protagónico en su primera producción internacional, compartiendo cartel con la megaestrella a la que agradece haberse sentido como una igual. Sofía era para ella porque algo de sí misma se jugaba en “esa heroína romántica totalmente deschavetada, que construye una ficción sobre su idea de universo cerrado, uno del que no se puede escapar”. La mujer que le entregó la ficción de El pasado no hace otra cosa que amar, así como Vera –su sucesora en la vida de Rímini, Moro Anghileri– se limita a celar: son mujeres/ funciones que no deberían interpretarse como victimarios del hombre derrotado. ¿Hay, tal vez, más violencia en el dejarse destruir/ ceder al avance de Sofía de Rímini que en los embates que le propinan? “Sofía es heroica –sigue Couceyro– en su forma de moverse y accionar. No se le ve familia alrededor; su vida está condenada a vivir en eso que tuvo. El personaje hace un rulo para volver al mismo lugar, y algo del recorrido es responsabilidad de los dos (la pareja): la diferencia es que él tiene intentos de cordura pero por momentos es capturado por esa realidad paralela en la que el amor permanece a pesar de la ausencia del amor.”

Cautivada

“Sofía es un personaje muy querible, que genera una gran empatía, más allá de que enloquezca y empiece a hacer cosas terribles. Quedé muy cautivada por la novela; se lee con mucha avidez”, cuenta Analía Couceyro. Al tomar contacto con el personaje detectó los atributos del amor romántico: sobre todo en la propensión a escribir cartas literarias que activan varios de los nudos de esta historia desde la consolidación del amor a la venganza. “Al principio –dice– me imaginaba algo muy romántico, sobre todo por lo epistolar, y cuando empieza esa cosa más psicopática de alejarse de la realidad o de construir una realidad propia, entendí que ese vínculo no tiene ninguna lógica y parece que puede pasar cualquier cosa.”

–¿Por qué leyó las intervenciones de Sofía en clave fantástica?

–Hay algo fantástico en el relato, como si ella fuera una hechicera. Es muy importante el valor de las fotos que ella guarda, con las que está obsesionada: es el contrato, la imagen de lo que sucedió que le da a la relación un carácter de verdad, con algo casi hipnótico de transportación.

–¿Leyendo El pasado alguna vez pensó en una versión narrada de los Fragmentos de un discurso amoroso?

–No, y eso que lo leí, y tengo fragmentos seleccionados del libro de Barthes.

Para actuar, debió relegar por un rato a la lectora fan de El pasado. Cómo traspasar al cine una novela/ ensayo, en la que el pensamiento avanza más rápido que la acción; donde la reflexión sobre el fin del amor de profundidad teórica logra convivir con una picaresca amorosa que podría corresponder al tono del film francés Las muñecas rusas, de Cedric Kaplisch. Una cosa, en la prosa, no podría ir separada de la otra. ¿Se mantendrá ese efecto en el paso a la pantalla? “La primera impresión era que perdió bastantes cosas –asume Couceyro–, algo muy difícil de traducir que tenía que ver con el punto de vista. En el libro está muy presente el pensamiento de Rímini: por eso es el protagonista. Acciona poco en relación con lo que piensa. Eso, al principio, era un temor; miedo a que quedara muy víctima y no se supiera mucho de él. Y creo que, finalmente, eso se resolvió bien en la película: Rímini no es solamente un objeto manipulado por estas mujeres.”

–En El pasado no hay víctimas claras...

–Lo que extrañé es toda la historia del pintor Riltse. La novela tiene muchas digresiones (historias del afamado Riltse, de la maestra de cuarto grado de Rímini, de Adela H., que interpelan a la historia central de Rímini y Sofía), pero era muy difícil incluirlas. O hubiera durado tres horas y media. Hay algo buenísimo que es el humor: cuando algo podría empezar a ser solemne, aparece algo un poco absurdo, un poco corrido en el diálogo que hace que no lo sea.

Agradecer

–No pasó..., no se concretó... –dice Analía Couceyro–. Era una escena muy fuerte la del bebé, y nosotros con Rímini en el telo. Puse en relieve algo de una efusividad forzosa.

Salvo el grand finale (ese reencuentro con menos melancolía que desesperación de ambas partes, culminación demasiado precoz), no la favoreció la abundancia sexual que Rímini sí dedica a Vera (Anghileri) o a Nancy (Mimí Ardú). El objeto de deseo latino para el mundo, elegido por la GQ entre los diez más sexies de 2006, no le entregó su gracia, pero sí le enseñó tanto de fotogenia como de actuación en cine. “Hablando con Héctor (Babenco) –sigue– nos imaginamos una separación realmente decidida de a dos, o ella habría sido la promotora al principio con una actitud más activa. Esa idea de que el comienzo es muy cool, muy tranquilo, sin demasiada carga emocional, era lo que Héctor quería: no prenuncia la locura que vendría después. El humor está en los intentos de que esté todo bien: aparentar comprensión, compañerismo.

–¿Cómo se vivió un rodaje tan hermético desde adentro?

–Gente que había trabajado con él me había hablado bien de Gael. Pero no tenía mucha más idea. Y es un actor bárbaro. El día que lo conocí fue en una situación escénica. Me llamaron para una lectura, y ese día no sentí el click; fue muy corta. Pero antes sí lo había sentido. Yo pensé desde el principio que el personaje estaba hecho para mí: era muy cercana a mí expresivamente. Parece que nunca llega a ser del todo cotidiana; sólo al principio se percibe el vínculo entre ellos. Pero el resto del tiempo tiene algo muy artificial.

Ella, que fue una intensa Clarice Lispector en el unipersonal Tanta mansedumbre, y que fue la actriz fetiche de Ricardo Bartís, y que se lució en Enrique IV e Ifigenia de Rubén Szuchmacher, acostumbrada a la escena del teatro off y el oficial, de pronto vivía una nueva realidad en la que “Gael, en un punto, funcionaba como centro de toda la atención. El estaba bastante enojado: sintió que el acoso no le pasaba en otros lugares, que le pasaba sólo acá. Yo, personalmente, perdía conciencia. Comprendo que Gael es una megaestrella, y lo sé. Pero en el vínculo fue mi compañero fundamental de trabajo, porque todas las escenas las tenía con él. La idea de bunker hizo que no sintiéramos el peso estelar”. Aprendió la importancia de fotografiar bien además del talento de actuar. Admiró esa posibilidad de relajarse en cómo da uno a cámara. Pudo ver nuevos modos de racionalizar la energía, contrariamente a lo que le ocurrió en el protagónico de El sur de una pasión, cuando se jugaba entera en cada toma. “Me sentí muy cómoda con Gael; es muy buen compañero. No me hizo sentir en un lugar inferior al de él, aunque lo estaba en cuanto a experiencia cinematográfica y cartel. Fue un salto un poco grande.”

Si El pasado es “claramente una versión masculina sobre el universo femenino”, Analía nunca consideró la misoginia como un rasgo de Rímini. Mujer espectro, mujer celosa, mujer madre, mujer sexópata: están todas las gamas, conformando el amplio espectro que abarca desde el deseo a la decepción y que inhibe la aparición de cualquier maqueta o cliché simplificador. Sofía, como la obsesionada peligrosa; Vera, la celosa compulsiva; Carmen, la mujer-mujer, que dentro del universo masculino es la madre de los hijos, segura de sí misma: como chicas de Almodóvar combinan los excesos de su tipo con mayor capacidad para sufrir. “Los hombres que conozco –avala Analía Couceyro– y los técnicos del equipo me dijeron que en algún momento habían tenido una novia como Sofía, que habían sufrido esa avidez.”

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Couceyro considera a su personaje, Sofía, “una heroína romántica totalmente deschavetada”.
 
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