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Jueves, 24 de mayo de 2007

CINE › “EL TIEMPO”, DE KIM KI-DUK

El amor también se nutre de violencia

El coreano retoma obsesiones románticas, con una tormentosa historia de pareja.

 Por Diego Brodersen

El tipo es un romántico empedernido. No hay muchos realizadores contemporáneos que se animen a retratar las pulsiones amorosas con el grado de locura y apasionamiento con los que Kim Ki-duk abrasa las pantallas de su país año tras año –literalmente, se trata de un artista muy prolífico–, aunque no sea precisamente popular en su propio terruño y sus films sean mejor apreciados en el circuito de festivales internacionales. El tiempo es el vigésimo tercer largometraje del coreano, pero el cuarto en estrenarse en nuestro país –luego de Primavera, verano, otoño, invierno... y otra vez primavera, Hierro 3 y El Arco–, y su particular historia de amores desencontrados es una nueva variación de la que, a esta altura, podría definirse como su obsesión predilecta: las convergencias, choques y desatinos de una pareja protagónica que nunca es capaz de demostrar sus sentimientos si no es a través de las más extremas formas del amor, incluidos el odio y la violencia física.

Kim es un “autor” en el sentido más clásico del término, y su ópera prima Crocodile (Ag-o, 1996) ya incorporaba una relación de estas características entre un vagabundo y una joven con impulsos suicidas, y a lo largo de títulos como Bad Guy (Nabbeun namja, 2001), Samaritan Girl (Samarian, 2004) y El arco situaciones similares vuelven a desplegarse en diversos contextos y planteos narrativos. Pero es en la todavía inédita en Argentina The Isle (Seom, 2000) –quizá su mejor película a la fecha– donde la imposibilidad del amor incondicional es llevada a su máxima expresión en un film de una belleza y un lirismo infrecuentes, elaborados precisamente a partir del dolor espiritual y físico de sus protagonistas.

El cambio más notable que puede apreciarse a simple vista en El tiempo, su anteúltimo opus –por estos días se presenta en Cannes su reluciente Breath–, está relacionado con los personajes y su entorno: Kim abandona aquí los márgenes de la sociedad y a sus desclasados y parias de todo tipo, para centrarse en una joven pareja de clase media urbana. Una descripción somera del argumento aparentaría encorsetar a El tiempo en un relato que pivota alrededor de la actual obsesión por la apariencia física y su corolario más radical: el paso por el quirófano del cirujano plástico. Pero si bien es cierto que Kim se acerca tangencialmente al comentario social y a la crítica de ciertos valores contemporáneos, el cambio de apariencia fisonómica es apenas un punto de partida, una excusa médico-tecnológica que el film utiliza para sus propios designios.

La relación de pareja entre Ji-woo (el chico) y See-hee (la chica) conoció tiempos mejores, y los arranques de celos de la muchacha, disparados en parte por una serie de inseguridades respecto de su físico, no hacen más que empeorar la situación. See-hee toma entonces una decisión drástica inspirada en el amor que siente por el hombre que adora: desaparecer de su vida, sin aviso, durante unos seis meses, el tiempo necesario para que las cicatrices de una operación de cambio de rostro –total y absoluta– sanen por completo, de manera de poder iniciar una nueva relación amorosa... ¿con una desconocida? ¿O no tanto? Si la esencia humana es invisible a los ojos, entonces Ji-woo volverá a enamorarse de la nueva See-hee, aunque le sea difícil olvidar la imagen de la original.

Con melancolía y un humor típicamente oscuro, Kim va desarrollando esta historia de amor y obsesión carnal. Porque es la carne, puntualmente, la que recubre los huesos del rostro, la que termina tomando el control absoluto de la vida de los enamorados. Poseídos por una determinación que se revelará autodestructiva, los sujetos amorosos devienen en objetos de adoración ciega, y la fascinación por la imagen del otro en enfermedad de difícil erradicación. Como en la ya citada The Isle, la violencia corporal autoinfligida está a la orden del día. En los últimos pasajes las mutaciones fisonómicas comienzan a multiplicarse, acercando El tiempo a territorios casi cronenbergianos, aunque las tonalidades de El tiempo, lejos de los gélidos y clínicos aportes fílmicos del director canadiense, son desembozadamente emocionales, incluso cursis. Como declara gráficamente See-hee en un momento del film: “Mi corazón está a punto de estallar en pedazos”. La tragedia acecha a la vuelta de la esquina y es difícil no advertir cierta estructura de parábola en el cierre perfectamente circular del film, que de alguna manera invierte los términos de la famosa expresión que afirma que el tiempo todo lo cura. El tipo es un romántico empedernido, y el romanticismo siempre supo cultivar la violencia, el dolor y la tristeza como elementos inherentes a toda gran historia de amor.

8-EL TIEMPO

Shi gan, Corea del Sur/Japón, 2006

Dirección y guión: Kim Ki-duk

Fotografía: Sung Jong-moo

Montaje: Kim Ki-duk

Música: Noh Hyung-woo

Intérpretes: Seong Hyeon-a, Ha Jung-woo, Park Ji-yeon, Kim Ji-heon, Kim Sung-min, Seo Yeong-hwa.

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Kim Ki-duk es el cineasta más prolífico de Corea del Sur: este es su largometraje número 23.
 
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