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Jueves, 17 de abril de 2008

CINE › DOS PELICULAS PARA NO DEJAR PASAR, EN LA COMPETENCIA INTERNACIONAL DEL FESTIVAL

Un viaje del country a la pensión

 Por Horacio Bernades

Una película de ficción narrada como un documental y un documental contado como una de ficción dominan en estos días la competencia internacional del 10º Bafici. Como en Ana y los otros, en Una semana solos –opus 2 de la entrerriana Celina Murga– la observación, el puro registro, parecerían destinados a captar la inmanencia de las personas y las cosas frente a cámara. Claro que si Ana y los otros era un film de desplazamientos, Una semana solos lo es de encierro. Encierro de unos chicos de barrio privado, a los que la circunstancial ausencia de los padres deja solos, al cuidado de la mucama. ¿Qué les pasa sin los padres? Nada que no les pasaría estando ellos: este grupo de primos sigue haciendo su vida normalmente. Siempre y cuando se entienda que la de country es una vida normal, claro.

Posible versión desdramatizada del film japonés Nadie sabe, los protagonistas de Una semana solos (cuyas edades oscilan entre los 7 y los 14 años) van a la escuela, ven la tele, juegan con la Playstation, se meten en la pileta, en algún caso empieza a despuntar su sexualidad y eventualmente invaden, per codere, alguna casa del barrio circunstancialmente vacía. Con muy buen criterio, Murga y su marido, Juan Villegas (coproductor y coguionista), huyeron como de la peste del menor indicio de estereotipia, logrando que los protagonistas no sean unos conchetitos insoportables, sino chicos más o menos como cualquier otro, que se aburren un poco, se pelean otro poco y también se divierten y juegan juntos. Eso no quiere decir, claro, que la de Una semana solos sea una visión ingenua o descontextualizada. El frente del barrio parece la entrada a una prisión, la escuela lo mismo, en algún diálogo al paso los chicos hablan de Buenos Aires como de un país lejanísimo y cuando llega de visita el hermano de la mucama la discriminación se hará sentir, por muy tenue que sea.

Espléndidamente actuada por un elenco amateur, debe haber habido meses enteros de “ablande” actoral hasta lograr esa naturalidad documentalista, esa invisibilidad de la cámara, esa transparencia que, definitivamente, parecerían constituir la impronta de Murga. Sorprendente desde el propio título (no se trata de una cita literaria kitsch, sino de un mero cruce de calles; como quien dice Intimidades de Juan B. Justo y José Ingenieros), la mexicana Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo –ganadora de tres premios en la última edición del Ficco, equivalente del Bafici en aquel país– narra la perversona relación entre la veterana dueña de una pensión y un inquilino apuesto, misterioso y fascinante. Dosificando la información como en una de suspenso, la escandalosamente joven Yulene Olaizola (24 años) confirma que en la actualidad son los documentalistas los que tienen la más fuerte pulsión narrativa.

Intimidades... empieza como módica intriga de entrecasa, sigue como melodrama camp y termina casi como versión documental de The Lodger, primera película de crímenes de Alfred Hitchcock. Que de haber conocido esta historia la habría filmado, sin duda (así como Manuel Puig la habría escrito). Como una tal Rosaura, a la pensión de doña Rosa Elena Carvajal (abuela de la realizadora, para más datos) fue a parar, tiempo ha, un muchacho que se hacía llamar Riosse. Pero era Ríos, nomás. ¿Fue Riosse un artista sensibilísimo, un embaucador, un gay in the closet, una víctima de la perversión familiar o un victimario de chicas solas? Tal vez haya sido todo eso junto. O quizá nada. La historia de Riosse y Rosa (¡hasta los nombres parecerían condenarlos a la fusión amorosa!) podría ser narrada mediante cualquier forma de relato popular mexicano: el bolero, el culebrón, la fotonovela, la novela rosa, la comedia de costumbres o la crónica roja. En menos de hora y media, Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo se las ingenia para canibalizar todos esos discursos, sin dejar de ser jamás un documental apasionante.

Ya se sabía, por las películas de Apichatpong Weerasethakul, que el tailandés es un idioma que los nativos frasean con inimitable delicadeza. Si algo demuestra Wonderful Town es que cuando están enamorados, hablan de modo más dulce aún. Los que se enamoran en esta ópera prima de Aditya Assarat son un arquitecto venido de Bangkok y la empleada de un pequeño hotel, en una ciudad de provincia. En las películas de Apichatpong, el mar, la montaña y la tupida vegetación tropical parecerían imponer sobre los personajes una sexualidad arrebatada. En este caso, el mismo escenario predispone a una erótica más módica, casi tímida. La puesta en escena la refrenda, acariciando las imágenes con la suavidad de las olitas que en la secuencia introductoria mojan la orilla. Sobre el final el realizador (¿o realizadora?) se ve en la obligación de introducir un poco de infierno en este pequeño paraíso, echando mano de un diabolus ex macchina que parecería llovido de otra película.

Cerca de Tailandia está Malasia y de Malasia (país de escasa producción cinematográfica, aunque allí nació nada menos que Tsai Ming–liang) llegó a la competencia internacional del Bafici Flower in The Pocket. El debutante Seng Tat Liew filma a los niños con el espíritu de Truffaut. Esto es: con empatía, complicidad y transparencia. Pero se conforma con mostrarlos en episodios nimios, a veces simpáticos, siempre pasajeros: alguna infracción escolar, la adopción de un cachorrito, la falta de papel para limpiarse la caquita. Así, lo que para Truffaut era una herramienta, en su émulo malayo deviene la obra misma. Y como obra, Flower in the Pocket suena a poco.

Q Una semana solos se verá hoy a las 17 en el Hoyts 12 y mañana a las 18 en el Atlas Santa Fe 1. Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, hoy a las 19 en el Hoyts 6 y mañana a las 20.45 en el Atlas Santa Fe 2. Wonderful Town, por última vez hoy a las 18.15 en el Atlas Santa Fe 2. Flower in the Pocket, por última vez mañana a las 15.30 en el Hoyts 9.

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El film de Murga logra que los protagonistas no sean unos conchetitos insoportables, sino chicos más o menos como cualquier otro.
 
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