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Martes, 9 de septiembre de 2008

PLASTICA › FéLIX GONZáLEZ-TORRES (1957-1996) EN EL MALBA

Paradigmas de la cohabitación

En el Malba se puede ver por primera vez una exposición individual de un artista cuya obra y vida, ambas breves, fueron marcas de una época. Y junto con ese rescate, el texto de un lúcido teórico francés sobre la obra de este artista.

 Por Nicolas Bourriaud *

Sería demasiado fácil reducir el trabajo de Félix González-Torres, como se tiende a hacer hoy en día, a una problemática neoformalista o al desarrollo de una militancia homosexual. Su fuerza reside tanto en la habilidad para encontrar los instrumentos de la forma como en su capacidad de escapar de las identificaciones comunitarias para llegar al corazón mismo de la experiencia humana. La homosexualidad representa para él más que un tema del discurso, una dimensión emocional, una forma de vida creadora de formas de arte. Félix González-Torres es sin dudas el primero en plantear de manera convincente las bases de una estética homo-sensual, en el sentido que inspiró a Michel Foucault para fundar una ética creativa de las relaciones amorosas. En los dos casos se trata de un impulso hacia lo universal, y no de una reivindicación sectorial. La homosexualidad, en González-Torres, no se agota en una afirmación comunitaria: por el contrario, aparece como un modelo de vida que puede ser compartido, con el cual todos pueden identificarse. Más aún, la homosexualidad genera en su obra un campo específico de formas, que se caracteriza principalmente por una dualidad sin oposiciones. El número “dos” es omnipresente, pero no se trata nunca de una oposición binaria. Por ejemplo, dos relojes que marcan la misma hora (Untitled - Perfect Lovers, 1991); dos almohadas sobre una cama deshecha, aún con las marcas de los cuerpos (24 affiches, 1991); sobre la pared, dos lámparas con los cables enroscados (Untitled - March 5th #2, 1991); dos espejos, uno al lado del otro (Untitled - March 5th #1, 1991): la unidad de base de la estética de González-Torres es lo doble. El sentimiento de soledad no está nunca representado por el “1” sino por la ausencia del “2”. Su obra marca un momento importante en la representación de la pareja, una figura clásica en la historia del arte: ya no se trata de la suma de dos realidades fatalmente heterogéneas, que se completan en un juego sutil de opuestos y de diferencias, movidas por lo ambivalente de los movimientos de atracción y de repulsión. La pareja de González-Torres se caracteriza, en cambio, por ser una unidad doble y calma, como una elipsis. La estructura formal de su obra reside en esta paridad armoniosa, esta inclusión del otro en uno mismo, que se declina al infinito y que constituye sin dudas su principal paradigma.

Podríamos calificar su trabajo de autobiográfico, dadas las numerosas alusiones del artista a su propia vida (el tono muy personal de los rompecabezas, la aparición de los candy pieces en el momento de la muerte de su novio Ross), pero esta idea sería incompleta: González-Torres cuenta, desde el principio y hasta el final, la historia de una pareja, de una cohabitación, y no la historia de un individuo. La obra se divide por otra parte en diversas figuras que mantienen una relación estrecha con la cohabitación amorosa. El encuentro y la unión (todos los “pares”); el conocimiento del otro (los “retratos”); la vida en común presentada como una guirnalda de momentos felices (las lámparas y las figuras del viaje); la separación, incluyendo todas las imágenes de la ausencia, omnipresentes en la obra; la enfermedad; las perlas rojas y blancas; lo deplorable finalmente de la muerte.

De manera global, el trabajo de González-Torres se articula efectivamente alrededor de un proyecto autobiográfico, pero sería una autobiografía bicéfala, compartida. Así, desde la mitad de los años ’80, época de sus primeras exposiciones, el artista cubano prefigura un espacio basado en la intersubjetividad, que es precisamente lo que van a explorar en la década siguiente los artistas más interesantes. Algunos de ellos, cuyas obras están hoy en su plenitud –Rirkrit Tiravanija, Dominique González-Foerster, Douglas Gordon, Jorge Pardo, Liam Gillick, Philippe Parreno–, si bien desarrollan sus propias problemáticas, encuentran un terreno común en la prioridad que asignan al espacio de las relaciones humanas para la concepción y la difusión de sus trabajos (articulan sus modos de producción a partir de relaciones humanas). Dominique González-Foerster y Jorge Pardo son quizá los que presentan más puntos en común con González-Torres: la primera por su exploración de la intimidad doméstica como la interfase de los movimientos del imaginario público, transformando los recuerdos más personales y complejos en formas claras y despojadas. El segundo por el aspecto mínimo, evanescente y sutil de su repertorio formal; por su capacidad para resolver problemas espacio-temporales; por la resolución geométrica de los objetos funcionales. Tanto Pardo como González-Foerster sitúan el color en el centro de sus preocupaciones; y es justamente por la suavidad cromática que se reconoce muchas veces el “estilo” de González-Torres (omnipresencia del celeste, del blanco; el rojo sólo aparece para significar la sangre, como nueva figura de la muerte).

La noción de inclusión del otro no constituye sólo un tema. Es crucial para la comprensión formal del trabajo. Se insistió mucho sobre lo “recargado” de las formas de González-Torres, que ya pertenecen a la historia, sobre su manera de volver a utilizar el repertorio estético del arte minimalista (los cubos de papel, los diagramas, que parecen dibujos de Sol Lewitt), del arte anti-form y del process art (la punta de los caramelos hacen recordar al Richard Serra del final de los ‘60) o del arte conceptual (los carteles-retratos, blancos sobre negro, evocan a Kosuth). Pero aquí también se trata de un asunto de pareja y de cohabitación. La cuestión planteada por González-Torres, punzante, podría resumirse así: “¿cómo puedo habitar en tu realidad?” o “¿cómo puede el encuentro entre dos realidades modificarlas de manera bilateral?”. La penetración del universo intimista del artista en las estructuras del arte de los años ’60 crea situaciones inéditas e influye retrospectivamente en nuestra lectura de esta arte hacia una reflexión menos formalista y más psicológica. Esta reconversión constituye por supuesto una posición estética: muestra que las estructuras artísticas nunca se limitan a un único juego de significaciones; por otra parte, la simplicidad de las formas utilizadas por el artista contrastan fuertemente con el contenido trágico o militante. Pero lo que busca González-Torres sigue siendo ese horizonte fusional, esa exigencia de armonía y de cohabitación que abarca incluso su relación con la historia del arte.

* Teórico y curador francés. Fragmento de su libro Estética relacional. La muestra en el Malba (Figueroa Alcorta 3415) sigue hasta el 3 de noviembre.

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Una de las obras de González-Torres montada en el Malba.
 
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