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Martes, 21 de abril de 2009

PLASTICA › ANTOLOGíA RETROSPECTIVA DE DIBUJOS DE SUSANA RODRíGUEZ EN EL CENTRO BORGES

Dibujos de una antología orgánica

El paso del tiempo, el erotismo y la fragilidad de la existencia son tres de los temas que evoca la artista en una selección de obras que abarcan más de treinta años de trabajo. Recorrido de una obra compleja y coherente.

 Por Fabián Lebenglik

En el espacio “La línea piensa” del Centro Borges se exhibe una antología retrospectiva de dibujos de Susana Rodríguez, que abarcan un período de más de treinta años de trabajo.

“Cocteau decía que hasta una naturaleza muerta es un autorretrato –cita Susana Rodríguez y después agrega–. Mis obsesiones son el paso del tiempo con su fragmentación y desaparición, el misterio del erotismo y la fragilidad de la existencia.” Y aquí lo apropiado de la cita y la posterior especificación temática de la artista resultan pertinentes no sólo como metáfora sino también en su acepción literal y más evidente: las naturalezas evocadas en sus obras, del mismo modo que las formas más abstractas, relacionadas con una suerte de alfabeto, exhiben tanto una carga de vitalidad y sensualidad, una huella corporal y erótica, como un recorrido por matrices orgánicas, vegetales, zoomórficas y anatómicas, que a pesar de las distintas etapas a través de los años marcan un clima que se extiende a lo largo de buena parte de su obra.

Las secuencias de matriz biológica que al modo de una extraña e inquietante vegetación ofrecen una imagen simultáneamente sensual y amenazante se cruzaron, desde hace algunos años, con otras imágenes, en las que se condensan la memoria familiar y la niñez. Familia y niñez propia y ajena. Una suerte de trama biográfica o autobiografía coral –aquí sigue funcionando la cita de Cocteau–, en donde se propone el papel del arte como mediación, evocación y transformación de la memoria, el placer y el sufrimiento individual. Aquí se habla de satisfacciones y dolores que, más allá de ser propios o extraños, nunca resultan exclusivamente personales ni completamente ajenos.

Tanto en la serie inicial “Escritura”, como en sus “transformaciones” y “mutaciones” de los años setenta y ochenta, las formas se reproducen al estilo de la multiplicación celular. Formas embrionarias crecen y se relacionan en secuencias que avanzan no sólo como metáfora del discurso escrito sino también al modo de un desarrollo biológico y como evocación abstracta del mundo de las relaciones. Luego algunas piezas de la serie se ordenan como en un muestrario: allí la disposición en el espacio virtual del papel resulta clave. Y de esa serie pasa a los extraños frutos a mitad de camino entre lo vegetal y animal; entre el sueño y la pesadilla.

Pero así como en sus cadenas orgánicas despuntan lo erótico y lo siniestro, también en las zonas biográficas y sobre la niñez se cruzan ambiguamente climas que van de la ternura a la angustia, de allí a la nostalgia, el vacío y el misterio. Ese clima común, visible y al mismo tiempo misterioso, es el que nos deja percibir el carácter obsesivo y minucioso tanto de la realización como de los temas.

Eduardo Stupía –quien junto con Luis Felipe Noé programa el espacio que el Centro Borges dedica especialmente al dibujo– escribe en el catálogo: “El virtual hemiciclo del espacio físico donde habitualmente tienen lugar las muestras parece más que nunca apropiado para poder apreciar, casi de un solo golpe de vista, la fenomenal diversidad de la producción de Rodríguez, y a la vez tanto desde ese punto de vista lejano como en una aproximación más íntima a cada pieza, la sorprendente homogeneidad esencial, orgánica de un sistema que, no obstante, hace del cambio, de la transformación, de la metamorfosis, su razón de ser”. La intimidad y la transformación están en la genética de estas obras, casi como matriz productiva, como impulso y también como manual de instrucciones para el espectador.

“La artista maneja sabiamente una suerte de materialidad rústica –sigue Stupía–, que parece tallar en el papel los objetos prodigiosos de una arqueología que se ordena y resignifica gáficamente en simulacros de escritura, como en los ensayos mixtos, donde el collage hace ingresar a un tiempo el conflicto residual de la autorreferencia y la personificación anónima, incrustados en rugosos recorridos de pinceladas, grafismos y balbuceos lineales. Todo en este puzzle expresivo apunta a desmentir la eventual presunción de estar frente a un despliegue simplemente formalista, revelando que se trata, en rigor, de un verdadero ciclo evolutivo.”

En la obra de Susana Rodríguez el recuerdo y la distancia no siempre liman asperezas y pulen sensaciones, sino que, de algún modo, se destilan, purifican y transforman en una estructura inclusiva y compleja, de entradas múltiples. En las obras, de aparente composición caótica, sin embargo hay un cuidado formal y compositivo obsesivo y virtuoso, que busca el equilibrio entre la tensión de la imagen y las formas, entre el barroquismo de los espacios llenos que de pronto dan lugar a zonas de vacío; entre la sobrecarga erótica y simbólica y el dolor punzante.

En las obras más recientes se acentúa el giro de la artista hacia la indagación biográfica. Se trata de una búsqueda proustiana del tiempo perdido, que se desencadena a partir de escenas primarias provenientes de fotografías antiguas.

La secuencia podría pensarse como un intento de reproducción de los procesos de la memoria y el olvido; con sus mismos mecanismos, selectivos, minuciosos, arbitrarios, obsesivos, por momentos también borrosos o vacíos.

Cuando Noé y Stupía concibieron este espacio para el dibujo, dijeron que “el nombre ‘La línea piensa’ destaca lo que para nosotros es la esencia del dibujo: la línea (o el trazo). Si bien se suele asociar casi con exclusividad la palabra ‘dibujo’ a la de representación, nosotros queremos destacar el acto de dibujar como el del desarrollo de un pensamiento lineal: una línea lleva a otra línea como un silogismo gráfico”. Ampliando un poco más el campo metafórico de la línea, Susana Rodríguez eligió para su muestra el título La vida en líneas. De modo que luego de ver la exposición es posible deducir que la línea no sólo piensa, sino también siente.

(En el Centro Borges, Viamonte y San Martín, hasta el 26 de abril.)

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“El misterio dentro del misterio”, de Susana Rodríguez. Lápiz sobre papel, 56 x 76 cm, 1993.
 
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