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Martes, 26 de mayo de 2009

PLASTICA › EL LIBRO VADEMECUM PARA ARTISTAS, DE HORACIO ZABALA

Un manual en forma de epistolario

El artista y arquitecto, a través de un epistolario imaginario con pensadores, escritores y artistas de todas las épocas, escribe un ensayo fragmentario con sus puntos de vista sobre el arte contemporáneo.

 Por Horacio Zabala *

“Es cada vez menos interesante decir ‘esto ya fue hecho’. Ahora que sabemos que es imposible hacer otra cosa, hacemos algo diferente cada vez que hacemos lo mismo.” Arthur Danto.

Querido Arthur: Efectivamente, ése es el argumento del relato que Jorge Luis Borges escribió en 1939 y tituló “Pierre Menard, autor del Quijote”. El protagonista escribe una versión del Quijote de Cervantes que es, a la vez, una reproducción literal y una obra original. Cuando un artista contemporáneo presenta una idea ya plasmada por otro artista (del pasado o del presente) hace aparecer algo por segunda vez. Esto puede ser un simple plagio, o ser, en cambio, el gesto apropiatorio de un heredero que dispone de un bien como le parece. Con o sin variaciones, necesariamente hace algo diferente a la identidad específica de la obra original. El arte es el mundo por segunda vez.

“Todo está ya dicho, pero como nadie escucha, hay que recomenzar.” André Gide

“No estaremos tranquilos hasta que todo haya sido dicho de una vez por todas, entonces, finalmente, haremos silencio y no tendremos más miedo de callar.” Louis-Ferdinand Céline

Queridos André y Louis-Ferdinand: Si el artista tiene algo que decir y mostrar por primera vez, cualquier medio y material que encuentre, transforme, adquiera, copie o invente, se puede convertir en un soporte válido, aunque nadie mire ni escuche nada. Si el artista tiene algo que mostrar y decir por segunda vez, cualquier medio y material que encuentre, transforme, adquiera, copie o invente, se puede convertir en un soporte válido, aunque nadie mire ni escuche nada. Se trata de recomenzar una y otra vez.

La manera de mostrar, en algunas obras de arte, se parece a lo que se muestra. Vale decir: hay obras que parecen estúpidas o sin sentido, pero luego descubrimos que son obras inteligentes que muestran la estupidez o el absurdo de nuestro entorno. Esto podría significar que hay obras capaces de cambiar la tonalidad de lo que creemos saber y sentir.

El término “hermenéutica” deriva de Hermes, dios protector de los viajeros, mensajero y mediador, intérprete y traductor al servicio de los hombres y los dioses, los vivos y los muertos. Este dios, que los romanos asimilan a Mercurio, es también la personificación del movimiento y el pasaje, la habilidad y la astucia, el comercio y las transacciones. En el pasado la hermenéutica tenía por objeto la interpretación de los textos bíblicos. En la actualidad se ha difundido a diferentes disciplinas, como la jurisprudencia, la historia, la estética. Toda experiencia con los seres y fenómenos del mundo es un ejercicio hermenéutico, vale decir, interpretativo. A través de él, se intenta evitar el prejuicio y la desatención, la incomprensión y el malentendido. O sea, se intenta evitar lo que es causado por el cambio de significado de las palabras, las imágenes y las cosas, por las diferencias expresivas en el pensamiento y la sensibilidad. La hermenéutica intenta captar sentidos, clarificar mensajes, descifrar ecos, encontrar huellas y expresiones justas.

Cuando estudio, analizo e interpreto una obra de arte me puedo servir de la historia del arte, desde los comienzos mágicos y rituales en las cavernas del Paleolítico hasta lo que aún no está inscripto en la Historia. Cuando abandono el análisis y los instrumentos teóricos para contemplar la misma obra, no borro de un plumazo la teoría estética ni la historia del arte. Mi conciencia no puede descartar lo que está antes, detrás, más lejos y más abajo de la obra. Mientras dura la experiencia contemplativa, todo es uno en mi mirada.

“No hay arte sin obsesión.” Cesare Pavese

Querido Cesare: Quisiera que mis obras muestren lo que creo saber y desear en un momento determinado. Precisamente esto, lo que creo saber y desear, no es algo legible ni aprehensible: no lo puedo transferir a quien contempla sin un resto opaco y borroso de mi propia sensibilidad e ignorancia. Es en este resto a interpretar donde interviene lo que el espectador de la obra también cree saber y desear. No hay arte sin sospecha ni obsesión.

Todo movimiento efectuado a intervalos regulares es repetitivo, toda costumbre que se mantiene sin razón o pasión es repetitiva, todo objeto realizado en serie entraña una pérdida de identidad. La repetición es una operación cuyo resultado es previsible: la misma cosa una y otra vez. No varían las cosas sino las cifras que cuentan las cosas iguales: cien veces, mil veces, un millón de veces. La repetición no varía jamás, es independiente de las diferentes intensidades de nuestra experiencia ante la realidad cambiante del mundo. La repetición nos turba. Nos da compasión y miedo lo que hay de homogéneo, monótono y pobre en la conducta humana repetitiva. Nos desilusiona la ausencia de novedad, desviación, misterio, indisciplina y accidente. Nos inquietan las causas que originan la repetición, la desenvoltura con que ésta se manifiesta y se acepta sin condiciones. Nos inquieta la compulsión a repetir la repetición sin variación alguna. El pensamiento conformista, a partir de conceptos de homogeneidad y economía, norma y permanencia, producción y reproducción, da forma y estructura a la repetición. Considera que todas las cosas del mundo tienen su razón de ser y que, por consecuencia, todas deben ser repetidas tal cual son.

No hay tornillo sin destornillador, ya ambas invenciones ya tuvieron lugar. Cuanto más conozco de tornillos y detornilladores, menos posibilidades tenemos de perder nuestro tiempo en rediseñarlos y reinventarlos. Si el único medio de que disponemos es un destornillador, tendremos la tendencia a considerar todos los problemas prácticos en términos de tornillos. Si los únicos medios de que disponemos son una tela, un pincel y tubos de colores, tendremos la tendencia a considerar todos los problemas artísticos en términos de cuadros.

Los hechos históricos no admiten la repetición. Aun así, el arquitecto ecléctico del siglo XIX imita una catedral gótica del siglo XII. Su obra está construida en un presente que es más una prolongación del pasado que un resultado del presente mismo. El arquitecto ecléctico no puede olvidar la herencia cultural, y por lo tanto sus obras son citas de las virtudes o defectos de las obras de la historia. Para el eclecticismo, la fuerza icónica y formal de un palacio barroco de 1650 puede ser defendida o atacada con igual ardor que un rascacielos moderno de 1950. La potencia estética del revival reside en la capacidad de engendrar una insatisfacción permanente y jamás una convicción absoluta.

Así como para los politeístas ningún dios merece ser preferido a otro, para los eclécticos (del griego, “que elige”) ningún estilo ni forma, ninguna idea ni época, merecen ser preferidos en particular. El eclecticismo niega la existencia de una verdad universal. Este relativismo radical da por resultado una estética nihilista que afirma: en el reino de la equivalencia, toda preferencia es efímera. La gran erudición favorece el eclecticismo.

En la civilización tecnológica, las cosas están saturadas de repetición y reiteración. Son conceptos entrelazados e inherentes a todo lo que miramos, deseamos, logramos, dominamos, transformamos y rechazamos cotidianamente. Desde un punto de vista estético y artístico, la repetición es el lenguaje estricto del tedio. Es la alienación que produce la repetición mecánica de la cadena de montaje que muestra la película Tiempos modernos (1936) de Charles Chaplin. A diferencia de esta repetición de lo mismo, la electrónicaposindustrial da lugar a una repetición heterogénea que produce resultados estéticos donde la uniformidad está ausente. La repetición se ha transformado en reiteración.

El deseo de reiterar la contemplación de una obra de arte es más que la intención de identificarla y reconocerla. Se trata de explorar y desbordar aquella primera vez. Todo nuevo encuentro con la misma obra de arte desvía mi encuentro precedente. Hay un nuevo encuentro porque la memoria me engaña o porque he olvidado la inquietud precedente gracias a la nueva inquietud. Cuanto más intensa sea mi excitación con la obra, más exigente serán mi mirada, mi imaginación y mi memoria. Más intensamente se reitera la experiencia estética, menos se la olvida.

La idea y la práctica de la libertad del artista son ambiguas. Piet Mondrian y Jackson Pollock, cada uno a su manera, siguieron disciplinas normativas. En sus respectivas obras, ninguno de ellos repitió lo mismo ni negó los cambios; al contrario, ambos basaron sus trabajo en la reiteración de sistemas rigurosos. Crearon las reglas de sus propios lenguajes y los límites de sus propias actuaciones.

Lo único que justifica el rechazo de las normas ajenas es descubrir y aplicar mis propias normas. Cuando yo mismo las descubro, eludo la obligación de respetar lugares e instrumentos comunes, imposiciones del ambiente y costumbres heredadas.

* Autor del libro Vademecum para artistas, observaciones sobre el arte contemporáneo, que acaba de ser publicado por Asunto Impreso.

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Horacio Zabala en el montaje de una de sus últimas exposiciones.
 
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