Martes, 8 de septiembre de 2009 | Hoy
PLASTICA › LOS DIBUJOS DE MóNICA MILLáN EN EL CICLO “LA LíNEA PIENSA”
Pasado mañana se inaugura en el Centro Cultural Borges una extraña muestra de dibujos en los que la artista misionera recrea profusas y obsesivas selvas de la memoria. Documento y ficción en la trama de una obra hipnótica.
Por Fabián Lebenglik
La exuberancia desbordante y obsesiva de los montes y jardines selváticos dibujados por Mónica Millán exhiben un detallismo tan hipnótico como apabullante. Sus dibujos (trazados pacientemente con lápices afilados permanentemente hasta lograr el grosor de un pelo), todos, pero especialmente los de grandes dimensiones, resultan inagotables para la mirada. La profusión de vegetales (e inscriptos en ellos, como para ser descubiertos y a veces descifrados por la mirada del espectador), insectos y animales, a veces también figuras humanas.
Las obras de Millán en general combinan zonas de profusión de líneas con otras blancas. Contrastes notorios por la diferencia entre lo saturado y lo vacío. Y como centro a veces visible, a veces intuido, a veces casi audible, el río y los saltos de agua. El río bordeado es el nombre de la muestra de dibujos (realizados durante los tres últimos años) que pasado mañana inaugura la artista en el Centro Borges, dentro del ciclo “La línea piensa”, dirigido por Luis Felipe Noé y Eduardo Stupía.
“Una de las características más salientes de su obra –escribe Stupía sobre los trabajos que ahora presenta Mónica Millán– es su carácter escénico, a partir de una trama o retícula celular, que no engaña al ojo, sino que define estrictamente cada molécula de esa detallista plasmación sensible punto por punto y segmento por segmento. Todo lo visible, todo lo que ella hace visible aun en medio de una ecuación tonal evanescente, elaborada con un rigor y una densidad lineal casi milagrosos, es completamente complejo, completo y también evidente, aunque de una evidencia singular; aquí el misterio no está en lo que el propio dibujo disfraza o simula, sino precisamente en la precisión de su completud, como si se pudiera dibujar las cosas y a la vez las más minúsculas partículas que las componen, desde la primera hasta la última.”
En diálogo con Página/12, la artista cuenta cómo surgieron estos paisajes vegetales.
–Nací en un pueblo muy pequeño en San Ignacio, Misiones. Y en mis dibujos hablo de eso. Allí estaba rodeada de monte, que es mi primera información. Cuando empecé a dejar el lugar, se me hizo más fuerte y entonces se transformó en una memoria. Todo se me aparecía por oposición a la ciudad. Sin darme cuenta me había acostumbrado a una naturaleza ruidosa, inquietante, que se te presenta ante los sentidos por superposición. En el monte todos son estratos. Pisás y te tenés que cuidar. Y de cualquier lado puede venir cualquier cosa. Un animal. Un gusano, una araña, un insecto, una víbora que puede estar debajo o que puede caer desde un árbol. En un monte hay algo muy misterioso que hace que uno se cuide. Aquella superposición del monte se vuelve en la memoria una superficie y trasladada el papel es también un efecto de superficie. Luego construyo el espacio de abajo hacia arriba y ese espacio está dado por las proporciones. Es como un telón. No construyo perspectiva o grandes diagonales.
–Algo notable de sus trabajos es el medio tono del trazo, el valor casi constante de ese gris continuo, la deliberada ausencia de contrastes, más allá de las superficies tramadas con dibujos y las zonas de vacío.
–Me gusta pensar en mis dibujos como una piel del papel, como una gran trama que pudiera despegarse. No me interesa hacer la diferencia fondo-figura. Creo que cuando trabajo entro en el dibujo, en el papel: entro a la obra. Para poder dibujar tengo que estar muy tranquila, “bajar”, relajarme, disminuir el ritmo de la respiración, conseguir una serenidad como la de un sonido bajo y continuo. Tiene que ver con algo de orden físico. En un tiempo en el que dejé de pintar recorrí y permanecí en monasterios budistas. Y allí comencé a bordar los ropajes, los kesas, con un punto pequeñito, y ese punto tenía que ir acompañado por una respiración muy lenta y profunda. Esto lo relaciono con un recuerdo de cuando era chica y me sentaba en la galería de la casa de mi abuela y leía a un escritor que recuerdo era ruso, pero olvidé su nombre. En un relato había un hombre en peligro, perseguido que, sintiéndose acorralado, se apoya muy fuertemente contra la pared... y los caballos pasan de largo, nadie lo ve: logró hacerse invisible. Ese relato me impresionó y me gusta pensar en que necesito un estado casi de invisibilidad personal para poder dibujar.
–¿Cuándo empezó a dibujar?
–Empecé a hacerlo en el Paraguay y ahora solamente dibujo. Fotografiaba a los tejedores de encajes, con la intención de retratarlos. Proyectaba esas fotos y, al dibujar esas proyecciones, el dibujo se transformaba también en una especie de encaje. Yo venía de una obra muy tecnológica y de la pintura. Entonces comencé con las diapositivas y entrevistas proyectadas y eso lo dibujaba, y transcribía sus palabras en un texto incluido en el dibujo. Era como una documentación.
–De una matriz documental a otra ficcional.
–La ficción fue apareciendo sola, fui agregando elementos de la naturaleza de los archivos y libros que consulto. También me fascinan los viajeros: sus diarios, relatos y dibujos. A veces incluyo imágenes de la vegetación marina que coloco dentro de una selva. Y a esto se suma que mi vista no es precisa de cerca y entonces hay un desajuste entre lo que proyecto y lo que hago. Pero pienso que lo que veo es verdad.
Sobre esta certeza de lo que se ve en los dibujos de Mónica Millán, el crítico y teórico paraguayo Ticio Escobar, actual ministro de Cultura de su país, escribió: “Todo lo que se ve es cierto, pero lo que no se ve también lo es. Ese es el juego del arte. Por eso, sólo al encender las luces y mirar el dibujo revelado, Mónica sabe que su trabajo está concluido. Y sabe que éste nunca está del todo descubierto ni nunca está terminado. Por una parte, el blanco del papel avanza como una mancha de nada sobre las zonas delineadas, devorando sus contornos, imponiendo los límites desde afuera. Por otra, las líneas del dibujo lucen desteñidas, grises, espectrales; como a medio camino entre su entera eclosión y su reserva porfiada. Como si esas líneas fueran mostradas en parte y en parte guardadas en el fondo del papel o la retina encandilada”.
* En el Centro Cultural Borges, Viamonte y San Martín, desde el 10 de septiembre hasta el 4 de octubre.
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