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Domingo, 31 de octubre de 2010

PLASTICA › CARLOS TERRIBILI, RETRATISTA DE LOS HECHOS POPULARES

“La pintura es mi forma de militancia ideológica”

El artista, que trabaja desde 1982 con la Madres de Plaza de Mayo, se queja de que no se haya instalado en Plaza Irlanda el retrato de Felipe Vallese que le fue encargado por la Legislatura porteña al calor de las asambleas populares.

 Por Cristian Vitale

Es la casa donde nació y al fondo, entre plantas colgantes, cajas norteñas, esculturas y vestigios indianos, emergen retratos varios: Atahualpa Yupanqui, Armando Tejada Gómez, Homero Expósito, Aníbal Troilo –son muchos los de “Pichuco”–, Homero Manzi o el gran Discépolo, por contar algunos. “Llevo hechas como 100 tapas de libros, acá sólo se ven algunas”, informa Carlos Terribili, cómodamente arrojado sobre un sillón de mimbre. Y emprende el flash-back: se recuerda egresando de la Escuela Superior de Bellas Artes Manuel Belgrano, recorriendo durante años –como un Prelorán del dibujo– muchas de las comunidades indígenas de América del Sur, enseñando figura humana (“Hace 40 años que lo hago”, puntualiza), participando, como un giro estético en su vida, de la experiencia del Teatro Abierto o negándose a presentar sus obras en salones competitivos. “Nada del arte por el arte. Hace mucho que no expongo en galerías, porque estoy harto de trabajar para intermediarios... El artista se lleva la peor parte, siempre”, sostiene. De ahí su rasgo central: más que todo lo dicho, Terribili es un retratista de 74 años que ha convertido los hechos populares “que conmueven a la sociedad” en el eje de su hacer. Es, ante todo, un colaborador permanente de la Asociación Madres de Plaza de Mayo –dibujó en el diario durante diez años–, de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y de la Correpi.

Es, también, un muralista con el ojo puesto en los derechos humanos, cuyos resultados pueden verse en la estación Haedo del Ferrocarril Sarmiento, en la de Flores, en el Museo del Che, el Centro Cultural Enrique Santos Discépolo, el Hotel Bauen o en Primera Junta. “Me falta que pongan el de Felipe Vallese, y listo”, se ríe, con cierta preocupación. Sucede que, hace cuatro años, la Legislatura porteña aprobó por unanimidad la instalación de un retrato en Plaza Irlanda del obrero de la Unión Obrera Metalúrgica y militante de la Juventud Peronista secuestrado y desaparecido en 1962, pero todavía, pese a que la resolución figura en el Boletín Oficial, el proyecto no se llevó a cabo. Se trata de un inmenso cuadro de 3,60 por 1,80 metros inserto sobre un bastidor de madera impermeabilizado –por ahora archivado en el comité central del Partido Socialista– que sólo requiere de una pared para amurarse. “Hace cuatro años que me vienen franeleando, boicoteando, bicicleteando... Que hoy no se puede, que mañana no sé qué... La verdad, no sé qué pensar. Si les hiciera juicio, algo que no está en mi naturaleza, seguro que se los gano. Es lo que corresponde por ley, ¿no?”, reclama el pintor.

La historia se cuenta así: cuando surgieron las asambleas populares a la luz de la crisis del 2001, Terribili recibió la visita de la junta de su zona para que colaborara con algún mural-símbolo que acompañara la lucha y le dieron a elegir el tema. “Opté por Vallese, claro”, explica él. “Fue el personaje que marcó mi vida, y alguien que aún sigue siendo importante para nuestra historia de lucha y resistencia.” La asamblea aceptó en primera instancia, se acordaron las primeras pautas de trabajo y una reunión con el secretario de Derechos Humanos, Luis Eduardo Duhalde, determinó los pasos a seguir. Se llevó el tema a la Legislatura, se votó por unanimidad la instalación del mural y salió en el Boletín Oficial. Pero después los asambleístas recularon y dejaron a Terribili solo con la idea. “No sé, empezaron a tomar conciencia de que el personaje era un prototipo del peronismo, y se echaron a atrás. ¡Felipe Vallese! Un militante que se jugó la vida, un personaje emblemático. Tengo simpatía intelectual por la izquierda, pero no la tengo en la práctica, porque siempre se ubican en la vereda de enfrente. En este caso, cuando sintieron que iba a ser como una apología de la resistencia peronista, no me dieron más bola. Patético”, se queja.

–Lo embarcaron y lo dejaron solo. ¿Qué pasó después?

–Bueno, hace dos años, un grupo de concejales del Partido Socialista me propuso para declararme Ciudadano Ilustre –lo nombraron, de hecho– y aproveché para motorizar la instalación del mural. Nunca he tenido ningún tipo de relación con el PS, pero bueno, no les importaba. Tuvimos mil reuniones con todo tipo de gente y nunca pasó nada. Hicieron lo posible, pero llegó un punto en que no se calentaron más. Hablaron con todo el mundo, todo el mundo les dijo sí, y no pasó nada. Me lo pasé recorriendo oficinas personalmente y fue imposible.

–¿Cree que es un problema político?

–Bueno, siempre pasa. Ni siquiera se puede destrabar la situación para concretar la ley de medios audiovisuales, ¿no?

–Esa es una situación claramente política, sí, pero, ¿lo del mural también?

–Para mí es un problema burocrático, porque son burócratas de nacimiento. Se oponen a todo por oponerse nomás, y no les interesa poner energía en lo que consideran una boludez que no les va a redituar nada. Es como un segundo desplante, ¿no? Cuando lo inaugure, voy a hablar de eso, y también de lo que pasó con las asambleas. Sufrí una secuencia insólita en un asado en el que hablamos de la participación que había tenido el peronismo durante la represión, de sus víctimas, y se pusieron muy mal. Era como cuando yo, de chico, recordaba la férrea y odiosa oposición a Evita y a Perón. No podían ni pueden soportar la familiaridad que tenía y tiene el pueblo con ellos, esto de compartir una alegría de vivir, como fue durante la fiesta del Bicentenario.

Terribili hace un corte y vuelve a mirar alrededor. Señala un afiche sobre las Madres que fue uno de los primeros en recorrer muestras en Europa cuando aquí la dictadura atravesaba por la fase más dura de la represión, después comenta una foto en la que aparece con el grupo de antropólogos cubanos que descubrió el cadáver del Che Guevara en Bolivia, y sigue: “Nunca fui militante adscrito a ningún partido. Incluso, tengo un enfoque un poco extraño: mi corazón es peronista y mi mente es marxista. Por eso la pintura, para mí, siempre ha sido una forma de militancia no partidaria sino ideológica. Mi necesidad de expresar mi apoyo a ciertos sectores y mi discrepancia con otros la apliqué con el arte”, define. El comienzo, luego de una breve experiencia como pintor no figurativo, fue durante la dictadura de Lanusse. “Fue cuando empecé a militar en la Juventud Peronista, porque hasta ese momento basaba mi no figuración en una serie de esquemas tomados de las culturas precolombinas. Trabajaba con criterios latinoamericanos, populares, basados en los pueblos originarios. Después entendí que había que empezar con la figuración, explicar lo mismo que hacía, pero con figuras ‘entendibles’”.

–¿Lo determinó la ebullición política de la época?

–Sí. Y también el hecho de haber recorrido mucho América del Sur, haciendo documentales basados en fotos, algo parecido a lo que hacía Jorge Prelorán. Eran los mismos temas, los mismos pueblos, las mismas cosas. La diferencia es que él filmaba para la Universidad de Tucumán, y yo para mí solo. Así descubrí que había pueblos vivos y culturas vivas, dinámicas, rostros, caras, cantos, coplas y costumbres. Aprendí a dibujar con el sentido de los rostros.

–¿Quiénes son sus referentes?

–Mi primer maestro, digamos virtual, fue Spilimbergo. Después vinieron Castagnino y Alonso. Me volqué a una temática que reflejaba a sectores de la sociedad o hechos de la historia que han sido motivadores para mí.

Terribili pintó para la tendencia hasta 1974, cuando nacieron sus mellizas, y el terror de la Triple A lo hizo recular. “Lo que hacía era pintar cuadros... Jamás estuve en la lucha armada. Aunque me parecía la forma de combatir a la dictadura, no tenía vocación para eso. Entonces, nacieron mis hijas y dejé un poco la acción militante para asegurar la supervivencia... Eso me sacó de circulación, hasta que empecé a participar con las Madres en el ’82 y a colaborar con casi todas las agrupaciones de derechos humanos. Salvo con Abuelas, que no tienen el mismo pragmatismo que las Madres y prácticamente no hacen afiches, colaboré con todos. Y es lo que trato de transmitir a mis alumnos, porque estoy jubilado pero sigo dando clases. Me interesa seguir vinculado a la gente joven, que se está involucrando cada vez más.

–¿Se refiere a la pintura y esa especie de pozo en el que había caído como efecto de la inercia de las nuevas tecnologías, o lo sostiene desde un enfoque más general?

–Lo que cayó en un pozo son los efectos de la ideología social que heredamos del menemismo. La pintura no está fuera de las generales de la ley. Los chicos no estudian y en dos o tres generaciones van a ser contados con los dedos los pibes que agarren un pincel. Ahora utilizan medios mecánicos, adelantos tecnológicos que nadie puede negar, pero esto está creando que la educación del arte pase por otros parámetros no relacionados con el artesanado. Aprender a dibujar o a pintar casi no tiene sentido porque los pibes recurren al Photoshop... El Photoshop te pinta, te convierte una foto en cuadro, atenta contra las posibilidades de creación artesanal. Igual, sostengo que hay otra corriente, y tiene que ver con los cambios que se produjeron en los últimos tiempos... Son otros aires, y eso me da esperanzas.

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Carlos Terribili tiene montado su taller repleto de retratos en la misma casa donde nació hace 74 años.
Imagen: Pablo Piovano
 
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