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Martes, 1 de noviembre de 2011

PLASTICA › ANTOLOGíA RETROSPECTIVA DE SEIS DéCADAS DE TRABAJO DE CARLOS CRUZ-DIEZ

El grado cero de percepción artística

El Malba presenta una exposición retrospectiva del artista pionero venezolano que comenzó con la tendencia cinética y luego marcó un camino propio basado en la autonomía del color, la óptica y la fisiología de la percepción.

 Por Fabián Lebenglik

La rigurosa y programada experiencia teórica y práctica del artista venezolano Carlos Cruz-Diez (1923), quien por más de medio siglo ha generado un sistema artístico propio, casi una marca registrada, está basada en la fisiología de la percepción y la óptica. Su obra produce un impacto visual que la coloca en el grado cero del arte.

Cruz-Diez comenzó a destacarse en la década del ’50 y formó parte del cinetismo, pero su práctica central siempre giró en torno del color. Heredero de los gestálticos y de las teorías modernas (de fines del siglo XIX) sobre la percepción del color y su fusión en la retina, se mueve como un científico en el campo del arte: tanto por el valor que le otorga a la teoría como a la tecnología de la realización de la obra.

Como explica Mari Carmen Ramírez, curadora de la exposición, “aunque el arte cinético le proporcionó un punto de partida o una matriz sobre la cual basar su propuesta, la noción de ‘movimiento’ nunca fue el objetivo único ni la razón de ser de su proyecto inédito de abordar tanto la pintura como el color en términos muy distintos”. Su propuesta residía –aclara la curadora– “en la conceptualización del color como una presencia contingente situada más allá del plano”.

Cruz-Diez se graduó en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas, donde más tarde fue profesor; y trabajó en una agencia de publicidad. El artista vive y trabaja en París desde 1960 y dirige sus talleres en Panamá y Caracas. Entre 1972 y 1973 enseñó en la Université d’Enseignement de Recherches y fue profesor del Art Unit del Instituto IDEA (Institute of Advances Studies) de Caracas, entre 1986 y 1993. Toda su producción y teorizaciones demuestran la autonomía del color y por lo tanto su disociación de la forma.

Al proponer sus estructuras cromáticas espaciales, basadas en la física, la óptica y la fisiología de la percepción, el artista estableció una serie de conceptos para generar su “Fisicromías” (ver recuadro), en 1959.

“Mediante su ‘Fisicromía’ –explica Mari Carmen Ramírez–, sus espacios cromáticos a gran escala, sus intervenciones en lugares concretos y proyectos arquitectónicos, Cruz-Diez se acercó más que ningún otro artista de su generación, a concretar dos objetivos seminales de la pintura de posguerra. Primero, redefinió la práctica de la pintura fuera del espacio de un plano bidimensional, dándole proyección en el espacio y en el tiempo; y, segundo, contribuyó de manera renovadora a borrar la división entre el arte y la vida cotidiana.” Observar una obra de Cruz-Diez coloca al espectador en un lugar democrático, porque se trata de una experiencia que no requiere ningún saber previo. En contraposición a muchas de las tendencias y corrientes artísticas contemporáneas, que suponen una enciclopedia previa, la producción de Cruz-Diez apela a lo más elemental, lúdico y gozoso del observador.

Al apuntar a la fisiología de la percepción, el artista –con medios de realización impecables– coloca su obra en un lugar de amplísimo rango de visión, entre la óptica y la fenomenología de la visión. Sus obras limpian la retina (y la mirada) de toda contaminación previa y permiten dejarse llevar al visitante por el juego y la recorrida que supone cada una de sus piezas (tanto las objetuales, como las ambientaciones y arquitecturas). Es así como los visitantes de la exposición, al modo de un baile, se mueven, oscilan, transitan –como “pide” cada obra– de un lado a otro de cada pieza, una y otra vez para completar lo que el artista propone.

Más allá de todo discurso sobre el arte, la producción de Cruz-Diez hace foco en el propio estatuto de la obra, en sus condiciones de visibilidad, en la potencialidad de todo espectador para “completar” la obra sólo por situarse ante ella, moverse y recorrerla, más allá de cualquier sistema de ideas. Las piezas de este artista –casi un ejercicio para la percepción– parecen construidas entre el atelier y el laboratorio. La sola interacción con el observador produce el efecto previsto, fuera de cualquier a priori.

La obra de Cruz-Diez integra las colecciones del MoMA de Nueva York; la Tate Modern, de Londres; el Centre Georges Pompidou, de París; el Museum of Fine Arts, de Houston; el Wallraf-Richartz Museum, de Colonia, y el Musée d’Art Moderne de la Ville de París.

La Exposición del Malba, organizada por The Museum of Fine Arts, Houston y la Cruz-Diez Foundation, tiene carácter itinerante: comenzó en el MFAH y luego de la escala porteña seguirá hacia la Pinacoteca de San Pablo.

* En el Malba, Figueroa Alcorta 3415, hasta el 5 de marzo de 2012.

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Ambientación de Carlos Cruz-Diez en la muestra antológica retrospectiva del Malba.
 
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