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Martes, 2 de octubre de 2012

PLASTICA › CENTENARIO DEL SALóN NACIONAL DE ARTES VISUALES

Arte nacional e identidad diversa

El más importante y antiguo certamen dedicado a las artes visuales, el Salón Nacional, cumplió un siglo. Para celebrarlo publicó un exhaustivo catálogo y presenta la edición 2012 en su sede habitual: el Palais de Glace.

 Por Diana Wechsler *

Dos grandes cuestiones organizan el recorrido de este ensayo: la de la consolidación de un arte nacional y una imagen de identidad diversa, aunque con ciertos elementos de continuidad, y el problema de la irrupción de lo nuevo y, con él, el de lo que en este trabajo se ha delimitado como el “debate moderno”.

Más allá de las variaciones en el tiempo, ambos asuntos resultan convergentes para el trazado de un itinerario –aunque fragmentario– de la política de las imágenes desplegada desde esta institución oficial. Una política signada por la necesidad de convocar y aglutinar a artistas y obras que puedan conformar un repertorio de imágenes que contribuyan a delinear una cultura visual peculiar, en la que se advierten –por su persistencia en el tiempo– ciertos rasgos y tópicos comunes. En este sentido, la pinacoteca imaginaria que cobra forma al recorrer los catálogos ilustrados de los salones nacionales revela una de las preocupaciones centrales presentes en la selección de los jurados y en la letra de los reglamentos: el “tema”.

El acento puesto en los temas –y las técnicas promovidas por cada sección de los salones– señala a esta institución no sólo como constructora, sino también como sostenedora de una tradición visual. A la vez, se la identifica como un espacio de escasa autonomía respecto de otros factores presentes en la realidad contemporánea de cada coyuntura. La figuración gobierna de manera dominante esta pinacoteca virtual. Por ella transitan las modalidades más diversas: desde los resabios de los impresionismos hasta las figuraciones monumentales de entreguerras; desde las síntesis abstractizantes y ciertas resonancias dalinianas en unos casos, metafísicas en otros, hasta los realismos e hiperrealismos contemporáneos.

Tensiones entre lo residual y lo emergente en materia de arte que conviven cada año en el espacio del salón. Con ellas, las maneras en las que el arte y la política se fueron encontrando o distanciando son también una marca de lectura para estos cien años de trayectoria institucional: desde la política que se fue dando la misma institución hasta la política de los artistas, entendida tanto en relación con sus estrategias de presentación en este espacio como en vinculación con las decisiones de participar o no de él. La política es, además, una figura omnipresente –dado que se trata de una institución oficial y del sitio de productor y reproductor cultural asignado a este espacio–: la lectura de los reglamentos, las elecciones de los jurados, los rechazos y las exclusiones, así como las cláusulas que apuntan a orientar a artistas y jurados sobre qué es lo “deseable” en materia de artes visuales, lo ponen de manifiesto. Esta omnipresencia de la política, lógicamente, aparece con mayor evidencia en momentos de particular crisis de la autonomía artística, como se advirtió en los años ’30, durante el primer peronismo, en el onganiato o durante la última dictadura militar.

Pero volvamos a empezar. Estanislao Florido, un joven artista nacido en 1977, obtuvo en la sección de Nuevos Medios de 2011 el gran premio adquisición con La ciudad perdida, una instalación en la que, entre varios cuadros, a primera vista más o menos convencionales, se distingue uno, el que está animado. Se trata de una imagen en negro sobre gris muy claro que incesantemente se arma y se desarma. Son estructuras que remedan el perfil de alguna ciudad, una ciudad utópica de torres de hierro y cables de tensión, en la que ha sido construida la mítica Torre de Tatlin, emblema de vanguardia y revolución, que cae y se levanta una y otra vez.

Como en la obra de Florido, el salón se construye y deconstruye en cada edición: se revisan las convocatorias, se ajusta el reglamento de cada sección, se hace la autocrítica respecto de la edición anterior, vuelven a convocarse los jurados y, finalmente, y con el peso de los ríos de tinta, críticas y debates que cada año han suscitado esta exhibición anual, una vez más se presenta ante el público. Una vez más reedita su capacidad de integrar a artistas y obras procedentes de regiones diversas del país; una vez más da la chance de que un grupo de especialistas observe y analice centenares de trabajos, los seleccione y sean expuestas en uno de los sitios más subrayados del mapa de las artes en la Argentina.

Porque se trata de una institución consolidada, por su condición de productora y reproductora de valores dentro del espacio artístico, el salón se presenta –aun a cien años de su fundación y en convivencia productiva con otros premios y salones públicos y privados contemporáneos– como un espacio necesario, uno más que ha podido, en los últimos años, integrar, a través de las secciones de Nuevos Soportes e Instalaciones, el actual panorama expandido de las artes visuales, prosiguiendo a la vez con su legado de ser una instancia pública de promoción de artistas y obras.

* Historiadora del arte, investigadora y directora de la Maestría en Curaduría en Artes Visuales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Fragmento del ensayo central del libro Salón Nacional 100 años - Palais de Glace. La muestra de la edición 2012 sigue en el Palais de Glace (Posadas 1725) hasta el 18 de octubre.

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La ciudad perdida (detalle), 2010, de Estanislao Florido. Gran Premio 2011.
 
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