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Martes, 16 de octubre de 2012

PLASTICA › EXPOSICIóN DE PAUL GAUGUIN EN EL MUSEO THYSSEN DE MADRID

Pintura, exotismo y anticapitalismo

A modo de respiro de la crisis española y de las marchas cotidianas contra el ajuste, el museo madrileño celebra sus veinte años con una muestra de Gauguin y de su legado en artistas como Matisse, Kandinsky, Klee, Nolde, Marc y otros.

 Por Fabián Lebenglik

Desde Madrid

Los museos también funcionan como refugios no sólo simbólicos, sino también reales, por ejemplo en medio de la complicada realidad española, donde los enormes recortes aplicados por el gobierno aprietan de manera impiadosa al país, atravesando prácticamente a toda la sociedad. Cada persona aquí tiene alguna experiencia propia o en su círculo íntimo, en relación con la crisis económica y política. Todos los días hay marchas y protestas, sectoriales y generales, cada vez más concurridas, contra la profundización del ajuste.

En medio de este panorama, el Museo Thyssen festeja los veinte años de su fundación (podría decirse que nació durante los años dorados) en el marco de los cuales acaba de inaugurar una gran muestra de Paul Gauguin y su influencia en las vanguardias inmediatamente posteriores, con curaduría de Paloma Alarcó, que se extenderá hasta el 13 de enero de 2013.

La muestra reúne 111 obras que provienen de la Fondation Beyeler de Basilea, el Museo Albertina de Viena, el Museo de Bellas Artes de Budapest, la National Gallery of Art de Washington, el Museo Pushkin de Moscú, el Metropolitan de Nueva York, el Centro Pompidou, de París, etc. Y hay piezas clave, no sólo de Gauguin, sino también de Henri Matisse, Vassily Kandinsky, Franz Marc, Emil Nolde, August Macke, Paul Klee y Ernst Ludwig Kirchner, entre muchos otros.

Cuando a partir del siglo XVIII y especialmente en el XIX la ciudad moderna comenzó a ser vista como una máquina y la vida urbana se transformó, junto con la cultura, en un territorio de masas, los artistas tomaron diferentes posiciones. En el caso de Gauguin, con aquel telón multitudinario de fondo, “huyó” del avance del capitalismo hacia un rincón paradisíaco, fuera del mundanal ruido. Varios artistas siguieron el mismo esquema. En sentido contrario a los viajes coloniales, que seguían las rutas del comercio, se produjo en parte de la comunidad de artistas de fines del diecinueve, hacia la “inocencia”, lo natural y lo “primigenio” de ciertas zonas vírgenes del planeta. Por su parte, los pintores del Río de la Plata hacían el camino inverso hacia Europa, en varios casos apoyados por el Estado. En una suerte de viaje iniciático y de aprendizaje, su itinerario conducía a la metrópoli. El destino de Gauguin fue Tahití, que se toma como hilo conductor de la exposición, alrededor del exotismo como fuente de experimentación formal: otra luz, otros colores, otras culturas, que entraron en la pintura moderna para modificarla notoriamente. En este sentido, la exhibición lleva por título Gauguin y el viaje a lo exótico.

El interés por los viajes hacia países lejanos y sociedades supuestamente “primitivas” y “auténticas” es un género derivado en parte del romanticismo, de la cultura y el arte como “vuelta” al pasado, para contrarrestrar la “contaminación” del presente populoso y la veloz industrialización capitalista. El viaje hacia paraísos habitados por “buenos salvajes” (en la concepción derivada de Rousseau) puede verse a lo largo de la muestra con el broche de oro de la proyección de una larga secuencia de la película Tabú (de 1931), realizada por cineasta del expresionismo alemán, Friederich Murnau. En la misma sala se despliegan enormes obras “decorativas” de Matisse, pintor que, más allá de haber enriquecido su obra durante su estadía en el territorio adoptado por Gauguin, coincidió con Murnau en su visita a la Polinesia.

El exotismo pasó a ser una contraseña en cierto círculo artístico, porque era una fuente posible de imaginación y aventuras, tanto como una inmersión de tono salvífico, en contraste con el crecimiento de las ciudades. Gauguin le puso el cuerpo y el arte a esta experiencia y su resultado ayudó a la transformación del arte europeo.

La muestra reparte en tres ejes, desde la obra “exótica” a su continuación en la trama de las vanguardias; pasando por el viaje hacia lo lejano como clave de una vuelta a lo “primitivo”, hasta llegar a una posible puerta de entrada a lo etnográfico.

Según escribe el especialista Richard Bettell, en la decisión de Gauguin de ir a la Polinesia también influyeron sus ideas políticas anticapitalistas y su deseo de vivir sin dinero. Sobre este punto, Bettell escribe que “hay dos maneras fundamentalmente distintas de leer el viaje de Gauguin para ‘recuperar’ el paraíso. Una es positiva: el paraíso se ha perdido sólo para los cristianos europeos, que, con el colonialismo y la conversión forzosa, está siendo rápidamente borrado del resto del mundo. Desde ese punto de vista, lo que se busca es algo que todavía no se ha ‘perdido’. De acuerdo con la segunda lectura, Gauguin es perfectamente consciente de la ‘caída’ permanente del mundo y trata de encontrar un sitio en el que los efectos corrosivos del capitalismo sean menos acusados y donde las estructuras morales de una sociedad cristiana capitalista tengan menos peso que en Europa o en América. De hecho, el antiamericanismo de Gauguin es bien conocido, es un tema recurrente en sus escritos, en gran parte debido a la devoción de los Estados Unidos por el capitalismo y el dinero”.

La muestra también recorre el legado de Gauguin entre los artistas que conformaron el grupo Der Blaue Raiter –El jinete azul– (Kandinsky, Marc, Klee, Macke, entre otros), que en varios casos tensan las formas hasta desarrollar el abstraccionismo. El aporte de Gauguin también fue crucial entre los integrantes del grupo Die Brücke –El puente–, como Nolde, Kirchner y Max Pechstein, que tomaron de Gauguin la tensión de las formas y la carga simbólica de sus pinturas. En Die Brücke, la postura no era de huida de las ciudades por vía del exotismo, sino por el camino de la ensoñación y de la libertad del color y la forma.

Dentro de los tres ejes que estructuran la exhibición, son ocho los capítulos en que se subdivide: 1. Invitación al viaje (con Mujeres de Argel en un interior, el cuadro de Delacroix que de algún modo resulta canónico respecto del viaje a lo “exótico”), 2. Idas y venidas, Martinica (sobre la experiencia inicial en aquella isla junto con el pintor Charles Laval en 1887), 3. Paraíso tahitiano (la evocación de Gauguin alrededor de la naturaleza y de la cultura maorí), 4. Bajo las palmeras (sobre el tema de la jungla y de los salvaje –real o imaginado– como género pictórico, 5. El artista como etnógrafo (Gauguin como un adelantado de la etnografía), 6. Gauguin, el canon exótico (el artista como salvaje en la búsqueda de un lenguaje pictórico), 7. La luna del Sur (los artistas que tomaron el legado de Gauguin y viajaron a Africa para pintar), 8. Tabú. Matisse y Murnau en Tahití. Las obras de ambos artistas en Polinesia.

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Parahi te marae (“Ahí está el templo”), 1892, de Gauguin. Oleo sobre tela, 66 x 88,9 cm.

Noche de luna (1914), óleo de Emil Nolde.

El sueño (1912), óleo de Franz Marc.
 
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