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Martes, 22 de septiembre de 2015

PLASTICA › HASTA EL DOMINGO EL ICONO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES LUCIRá DISTINTO

Las imágenes y los símbolos

Esta semana al Obelisco parece faltarle su punta piramidal, como resultado de un proyecto del reconocido artista argentino Leandro Erlich. La pirámide faltante (en realidad, su réplica) está en el Malba.

 Por Andrés Duprat *

El Obelisco según Erlich, tal como luce en estos días (izq.), y la réplica de su punta (der). Foto: Javier Rojas, Gentileza MALBA.

En su imaginaria campaña a presidente de la república en la década del 20, Macedonio Fernández propuso la invención de dispositivos que produjeran una ruptura en la convención material de nuestra vida cotidiana. Cucharas solubles, escaleras con escalones irregulares, lapiceras pesadísimas, peines navajas de doble filo instigarían a una reflexión sobre nuestro habitar mundano, vuelto imperceptible por fuerza de la costumbre. A ese despertar suscitado por un asombro elemental lo llamó “política”. Las obras de Leandro Erlich constituyen experiencias sensibles de similar tenor, que hacen trastabillar nuestro concepto convencional de realidad. Sus escenas están acechadas por lo fantástico: una piscina, un ascensor, una peluquería, un jardín de invierno, la fachada de un edificio nos remiten a situaciones familiares, insospechadas en principio de acoger toda irrealidad. Reconocemos esas formas al instante y las asociamos a su función habitual. Pero hay en ellas algo perturbador. Aunque algo nos prevenga –el hecho de estar sucediendo en un espacio museístico, por ejemplo–, no estamos acostumbrados a que la percepción visual nos traicione. La combinatoria que produce Erlich entre el mundo de las apariencias y la materialidad instrumental nos pone ante un umbral crítico que interpela nuestras comodidades. Los objetos que crea nos parecen conocidos, domésticos o reconocibles, pero en realidad no lo son, pues pertenecen al mundo del arte y como tales se asientan en su propia poética y en su inherente inutilidad práctica. La piscina no sirve para bañarse, los espejos de la peluquería no nos reflejan y el ascensor no nos lleva a ninguna parte.

La potencia de interpelación de sus obras no termina cuando acabamos de ver, analizar y desentrañar sus trucos y mecanismos; allí apenas comienza. Puesto que producen una doble temporalidad: al transformarse ante nuestros ojos en obras de arte, en tanto nos dicen en presente lo que no son mostrándose precisamente como lo que aparentan ser, despliegan sus múltiples sentidos y sus infinitas derivas potenciales en un futuro que ha de surgir de las interrogaciones que susciten. Claramente no buscan dar respuestas, sino más bien formular preguntas.

Ante el encriptamiento de gran parte de las poéticas de las artes visuales contemporáneas –que suscitaron entre otras cosas la aparición de mediadores diversos y aproximaciones preeminentemente intelectuales y eruditas– , las obras de Leandro Erlich nos proponen un retorno a la experiencia, a acercarnos a las obras de un modo directo, despreocupado y sensual, sin prólogos ni advertencias. Tal como cuando escuchamos una obra musical o miramos una película. Dejándonos llevar por lo que la obra propone: vivir la experiencia. Pues su lenguaje plástico inmediatamente inteligible, sus ideas transparentes y sus enunciados netos logran eficacia comunicativa con prescindencia de todo hermetismo. Esa práctica reduce la distancia entre el público –siempre un supuesto abstracto, pero real y contundente–, y las producciones de arte contemporáneo, generando una conexión tan genuina como profunda. Mientras miramos una película no estamos pensando todo el tiempo que eso no es real, que son actores que están interpretando papeles escritos por alguien. Por el contrario, intentamos sumergirnos en ese mundo y vivirlo con intensidad. Una vez culminada la experiencia se irá activando y procesando en nuestra mente el análisis de lo vivido: referencias, sentidos, conexiones, explicaciones, metáforas, pasando así a otra instancia de apreciación. Erlich propicia entonces un regreso a la “experiencia sensible”. Proponiendo, en una primera instancia, dejarse llevar por la sensibilidad de la apariencia, que es el modo en el que aprehendemos el mundo, para luego poner en entredicho nuestro propio sistema de decodificación de la realidad. Pero no es un mago que esconde sus trucos, sino que nos invita a desentrañarlos para pasar de una instancia de juego y espectacularidad a otra de silencio y reflexión. El desentrañamiento del truco nos lleva a reflexionar sobre la construcción de sentido y la idea de realidad.

La democracia del símbolo. En esta nueva obra, Leandro Erlich deconstruye uno de los símbolos más notorios de Buenos Aires, el Obelisco de Alberto Prebisch. Su propuesta es la fragmentación virtual y la réplica real, que posibilite, en dos locaciones, distintas percepciones de la obra emblema de la ciudad. Para llevar a cabo esta acción o desdoblamiento, desmaterializa el ápice del Obelisco de su lugar original en el cruce de las avenidas 9 de Julio y Corrientes, y lo reconstruye con sus cuatro miradores en el playón del Malba.

En diversas ocasiones el Obelisco ha sido objeto de intervenciones artísticas o reinterpretaciones. El propio Erlich propuso en 1994 la construcción de otro Obelisco, de las mismas dimensiones que el de Prebisch –67,5 m– en una plazoleta de La Boca, aunque su material, obedeciendo a la estética del lugar que resumía la historia portuaria, sería de hierro oxidado. Pese a haber sido aprobado y consensuado con los habitantes del barrio, la obra no llegó a concretarse.

Símbolo fálico de ascendencia hierática (los Obeliscos fueron símbolos sagrados que comunicaban el mundo humano con los dioses en el antiguo Egipto, y conmemoran, como en Washington o en París, situaciones de carácter político militar) nuestro Obelisco es el gran panóptico, el ojo que todo lo ve, pero con una singularidad: nadie está allí. Es un ojo virtual, vacío, un dios ausente el que mira, y que apenas puede ser mirado o atisbado. Contrariamente a la estatua de la Libertad o a la Torre Eiffel, su acceso no es público. De allí su potencia simbólica: es un ojo vaciado, que cualquiera podría querer detentar.

Erlich propone con este proyecto un movimiento a dos bandas. Por un lado, posibilitar al público la experiencia democrática –y artística– de ocupar el lugar de ese ojo por un momento, y ver, mediante un dispositivo tecnológico, la ciudad desde ese punto de vista privilegiado. Y por otro, seccionar ese ojo omnisciente, cegarlo, decapitarlo: gesto no menos convulsionante, de carácter político, que ha de mover a reflexión sobre nuestro vínculo con el poder.

El Obelisco sin punta sigue hasta el domingo inclusive; la muestra del Malba, hasta marzo. (La democracia del símbolo es una iniciativa artística y social, resultado de la articulación entre Leandro Erlich, el Malba, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la empresa de neumáticos Fate).

* Director de Artes Visuales del Ministerio de Cultura de la Nación. Acaba de ganar el concurso para director ejecutivo del Museo Nacional de Bellas Artes.

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