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Martes, 17 de abril de 2007

PLASTICA › HORACIO ZABALA Y ROBERTO ELIA: EL BORDE, FUNDACION ALON, LA RUCHE

Dos poéticas en tres espacios

Dos artistas de larga trayectoria exhiben, juntos en una sala e individualmente en otras dos, obras que amplían el horizonte tanto del arte como de la vida cotidiana.

Horacio Zabala (1943) y Roberto Elía (1950) están presentando dos muestras simultáneas cada uno, en tres salas. Comparten espacio con obra reciente en la galería El borde, bajo el título “Conjunciones y disyunciones”, y exhiben individualmente, por una parte, Zabala, una retrospectiva de sus “anteproyectos 1972-1978”, en la Fundación Alón, y por la otra Elía expone collages y objetos de pequeño formato, en la galería de Jorge Mara (La Ruche). Con obras muy diferentes, sin embargo, hay una gran afinidad entre los dos: son artistas cuyos intereses y saberes exceden el campo del arte y al mismo tiempo lo expanden, incorporando los demás campos de la cultura de un modo casi –podría decirse– natural. En época de una fuerte fragmentación, sus obras vinculan, con poesía y lucidez, aspectos de la cultura que amplían el horizonte tanto del arte como de la vida cotidiana.

Horacio Zabala es un artista y arquitecto con obra muy precisa e inteligente. Se dedicó a la arquitectura urbana y como artista integró el “Grupo de los 13”, nucleados alrededor del Centro de Artes y Comunicación (CAYC) a comienzos de la década del setenta. Simultáneamente con su práctica artística tiene una interesante producción teórica. Realizó su primera exposición en 1967 y publicó sus primeros textos en 1972.

La última dictadura militar lo obligó a exiliarse y vivió en Europa –Italia, Austria y Suiza– durante 22 años, donde siguió produciendo su obra y realizando exposiciones individuales y colectivas. En 1994 fue arquitecto de una misión humanitaria de las Naciones Unidas en Africa.

Cuando fue convocado a Buenos Aires en 1997 para participar de un trabajo de restauración edilicia, Zabala vino temporariamente a la Argentina, pero esa temporalidad se hizo definitiva.

A mediados de 1998 presentó una exposición antológica de su obra en el Museo de Arte Moderno (Ejercicios y tránsitos, 1998) y luego le siguieron Obras 1972-2002 (Fondo de las Artes, 2002) y la actual, con sus anteproyectos de los años setenta.

Mientras el artista presenta obra reciente en El borde –en las que tiende puentes con la filosofía, la literatura y la historia del arte, con mucho humor–, en su otra muestra despliega un mecanismo que le resulta también muy afín: la mirada retrospectiva. En nueve años el artista organizó tres exhibiciones de carácter antológico-retrospectivo. Esto demuestra su interés por historizar la obra, por recontextualizar su trabajo y por buscar una mirada crítica que deja claro un proyecto artístico orgánico que lleva cuatro décadas. Su obra, sin dejar de ser concisa, se expande hacia todos los géneros: dibujos, objetos, intervenciones, pinturas, instalaciones, arte digital, páginas web, arte postal, video.

Parte de sus ideas las desarrolló en dos libros que ha editado en la Argentina: El arte o el mundo por segunda vez (1998) y El arte en cuestión, conversaciones con Luis Felipe Noé (2000).

“Desde un punto de vista estilístico –explica Zabala en el catálogo de su muestra de la Fundación Alón– sigo creyendo que con menos cosas se pueden decir más cosas, como sugerían con sus obras e ideas maestros como Kasimir Malevich o Marcel Duchamp y, posteriormente, los artistas del minimalismo y el arte povera. Me siguen atrayendo los vínculos entre la imagen, la palabra y el objeto, pero me parece que ahora presto más atención que antes a la cohabitación de materiales y formas, de tecnologías industriales y artesanales. En la década del sesenta quería evitar a toda costa cualquier asomo de hermetismo. Al contrario, hoy me atraen las obras que presentan obstáculos, restos irreducibles o dimensiones ocultas que eluden (o procuran eludir) la homogeneización generalizada y el conformismo sin atenuantes.”

Entre sus trabajos de los años setenta se destacan las premonitorias prisiones de 1972. “Se trata de una larga serie de prisiones individuales –dice Zabala– que comencé a proyectar en ese año. Los anteproyectos incluyen varios tipos de cárceles: subterráneas, elevadas sobre columnas, flotantes, etc. Utilicé estrictamente el lenguaje arquitectónico para darles verosimilitud a los proyectos. Todo el mundo puede reconocer fácilmente una planta arquitectónica y eso facilitó la comunicación. Fue un proyecto obsesivo y que lo seguí por bastante tiempo. Porque mis cárceles no son metafóricas, sino que se trata de proyectos arquitectónicos. Mis cárceles intentaban solucionarle de antemano al poder el problema de la construcción de cárceles para aquellos que se le opusieran. Y llevé al papel las más atroces que se me ocurrieron. De algún modo el poder hizo un uso extensivo de las cárceles y luego ni siquiera las usó. Después hice otras cárceles, esta vez sí de tipo metafórico. Por ejemplo, la idea de que el papel es una cárcel –con la que hice una obra exhibida en la muestra–, o el lenguaje es una cárcel. La forma como una cárcel y al mismo tiempo la capacidad del artista para moverse, con plena conciencia y paradójicamente con plena libertad, entre esos límites.”

El itinerario de su obra es el de un artista conceptual, obsesionado por investigar el lenguaje. La lectura, las letras, los diarios, las palabras, los libros, mapas, planos y también los materiales de trabajo son recurrentes en su producción y marcan el estatuto de legibilidad que el artista pretende para las artes visuales. No se trata de una exigencia de lectura unívoca, pero sí de aportar elementos cotidianos y reconocibles para luego transformarlos, cambiarles la función a través de la operación artística y poética.

La obra de Elía funciona mejor cuando se puede ver en conjunto, de modo que viene bien este doble conjunto, en dos galerías. En ese diálogo múltiple de obras y exposiciones se percibe una poética, una estética que se revela en el conjunto, a través de una mirada que está en relación problemática con el mundo, al mismo tiempo que luce anacrónica y extemporánea. Sus recorridos plantean otros problemas que los de la agenda de la actualidad: se detienen en una ética del arte y anticipan o recuerdan cuestiones permanentes. Hay una condición cualitativa de integridad en su trabajo: su producción exhibe un poético y reflexivo desajuste con el mundo, que se traduce en una notable intensidad.

En Elía todo gesto está impregnado de una impronta estética, sin forzamientos. El artista propone una obra múltiple en técnicas y materiales: dibujos, pinturas, gestos, instalaciones, objetos, collages textos, señalamientos...

Trabaja con un alcance de sentidos muy amplio y abierto, pero con un repertorio de objetos e imágenes relativamente reducido –en el que, por otra parte, difícilmente se encuentre algún objeto de la era tecnológica–, algo así como una colección de elementos y situaciones que se repiten como series a lo largo de estos años, de estos casi cuarenta años de producción artística.

El broche de madera para colgar la ropa, que el artista ya hizo suyo como parte de un lenguaje propio, toma funciones y sentidos siempre poéticos y también, a esta altura, irónicos, casi como autocitas.

En la muestra de cámara de la galería Jorge Mara, el broche de ropa entra en diferentes contextos y en distintos tamaños, como parte del alfabeto del artista. Allí también se repite otro elemento del alfabeto Elía: una pequeña cuña romboidal de madera que los marqueros utilizan para tensar las telas al bastidor. Esa pieza de madera, multiplicada por decenas, pasa a ser un elemento compositivo que entra de lleno en la obra, como límite, señalador, pieza de rompecabezas, como cita del trabajo del artista y así siguiendo.

Hay en su obra una constante referencia a la escritura: en la muestra de El borde los cuadros que evocan “La playa” –y que incluye la escobilla que el artista utilizó como pincel– construyen a su modo una escritura. El gesto ambiguo de la pincelada, que transcribe una combinación de paisajes abstractos con rastros escriturarios, también genera, a su manera, un diálogo con la obra de otro colega y amigo, Eduardo Stupía.

Elía es uno de los más consecuentes y tempranos objetistas argentinos. No sólo viene realizando objetos desde fines de los años sesenta –como se vio en la retrospectiva que presentó hace casi cuatro años en el Centro Cultural Recoleta–, sino que en esa especie de museo del objeto que es su obra, todo elemento compositivo que tuviera una función previa adquiere una función y un sentido nuevos, completamente extraño del que hasta entonces le asignaba la costumbre.

(Zabala y Elía en Galería El borde, Uriarte 1356, hasta el 26 de mayo // Elía en Jorge Mara-La Ruche, Arenales 1321, hasta el 15 de mayo // Zabala en Fundación Alón, Viamonte 1465, piso 10, hasta junio.)

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Cuadros y escobilla/pincel que evocan “La playa”, de Elía; 2006.
 
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