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Sábado, 25 de marzo de 2006

DISCOS › PAGINA/12 PRESENTA, DESDE MAÑANA, DOS DISCOS DE PIAZZOLLA

El primer signo de vanguardia

Los álbumes Piazzolla en el ’46 marcan su personal búsqueda creativa después de haber tocado con Troilo y con Fiorentino. Aparecen tres temas propios: El desbande, Se armó y Villeguita.

 Por Cristian Vitale

A los 25 años, Astor Piazzolla estaba harto de las burlas ciegas de ciertos compañeros en la orquesta de Aníbal Troilo. Había tocado en ella hasta 1944 y provocado todo lo que la santa paciencia de Pichuco le permitió. Pero primaba un límite: no podía tolerar más los ataques de la bohemia tanguera –celosa de su sabiduría y de su voz en alza defendiendo a Béla Bartók, su maestro Alberto Ginastera y Stravinsky– ni que su gordo triste le impidiera “irse al carajo” con más arreglos intrincados y antipopulares. Bastante lejos había llegado con las reformas de Azabache, Chiqué o Inspiración como para saciar su sed revolucionaria en ese contexto conformista, poco ambicioso. Para él, Julio De Caro y Pedro Maffia eran tan enormes como Bartók y las sinfonías de Bach. Fue así que un día le comunicó la decisión a Troilo con un seco “Pichuco, me voy” y cumplió. No le importaron las puteadas del Gordo ni la desazón de aquellos pocos que lo querían dentro de la orquesta. Astor aspiraba, contra todo y contra todos, a mostrar al mundo su verdad: sus retorcidas fugas, sus misteriosos contrapuntos.

Hubo un paso previo a la fundación de su orquesta. En 1944, el cantante estrella Francisco Fiorentino se largó con proyecto propio y le ofreció al joven talento dirigirla. Astor aceptó de inmediato el convite. Tenía que ajustar ciertas cosas antes de tirarse a su pileta y no podía desentenderse del trabajo diario. Llevaba tres años casado con Dedé Wolff –su musa surrealista– y tenía dos hijos chiquitos que mantener: Diana y Daniel. Bastante a su pesar, permaneció dos años con Fiore. Grabó 12 discos de 78 revoluciones por minuto hasta que un arreglo inaceptable para el mandamás de la agrupación –la interminable intro de Copas, amigos y besos de Mariano Mores– originó su despido. Fue la excusa que faltaba para que Astor fundara su propia orquesta. De ese momento nexo entre su despedida de Pichuco –su amigo de siempre– y su plan iniciático, Página/12 rescata la censurada Corrientes y Esmeralda, de Pracánico y Flores, y En carne propia –un verdadero hallazgo– de Sucher y Bahr. Ambos, con la voz de Fiorentino. Ambos, lógico, vituperados por los cráneos tangueros de entonces.

La orquesta del ’46, producto del deseo diabólico y genial de Astor, estuvo conformada por Atilio Stampone en piano, Roberto Di Filippo en bandoneón, Hugo Baralis –uno de los pocos que “lo entendía” en épocas de Troilo– en violín y Aldo Campoamor en voz. Caracterizada como moderna y rara para la época, era infrecuente que la contrataran para clubes y peñas, donde las demandas pasaban por la diversión y la simpleza del estilo. Lo de Piazzolla y sus tenaces músicos era “para escuchar” y la hinchada era lo más snob y freak de Buenos Aires: estaba más cerca de las sutilezas del Mono Villegas y el “frío” jazz neoyorquino que de las “calientes” cadencias tangueras. Tipos extravagantes que fueron transformándose en el brazo armado del sonido Piazzolla, defendiéndolo hasta en las trifulcas multitudinarias y violentas del Tibidabo o el Tango Bar.

Despreciada por los ortodoxos, pero alabada por notables figuras como Aarón Copland e Igor Markevith –que la vieron en vivo en Buenos Aires– la orquesta del ’46 desplegó los primeros ímpetus rupturistas del genio. Fue el alba de la innovación. El primer signo del vanguardismo que definiría al Piazzolla de los cincuenta y los sesenta. Era una música excéntrica, compuesta de espaldas al gusto general. Música de formas armónicas que rompían con el status quo. En este clima sonoro –y hasta ideológico– ancla el grueso del material que presenta Página/12. Un mix de 26 temas –15 instrumentales y 11 cantados por Aldo Campoamor– que eterniza las inquietudes del primer Piazzolla. Entre ellas, una arriesgada versión de Inspiración (Rubinstein y Paulos) en la que Astor se sacó el gusto, después de haberla grabado “a medias” en épocas de Troilo. Cinco composiciones que demuestran su temprana y profunda admiración por Julio De Caro (Orgullo criollo, La rayuela, Chiclana, Tierra querida y Todo corazón) y las tres primeras composiciones propias de su historia. El desbande –dotada de variaciones complejísimas para la época–, Se armó y Villeguita, dedicada precisamente a Enrique “Mono” Villegas. La orquesta duró tres años, grabó 16 discos de 78 rpm y se evaporó como gas en canasta.

En 1949, otra vez harto de rebotar contra las paredes, Astor colgó el bandoneón entre las polillas de su ropero y se sumergió entero en el mundo del jazz. Se internó en discos de Art Tatum y Oscar Peterson. Intentó sobrevivir arreglando temas para las orquestas de Osvaldo Fresedo, José Basso y el mismo Pichuco, pero tuvo que ponerse a componer música para películas, antes de sumergir a su familia en la pobreza. Por un jugoso contrato, se puso al frente de sesenta músicos y compuso sinfonías para musicalizar ¡goles de Mario Boyé! (Con los mismos colores) hasta que en 1951 entendió que su destino era la revolución. Punto de partida –Nadia Boulanger y viaje a París mediante– de sus grandes obras de los ’50: Lo que vendrá, Prepárense, Triunfal, Vanguardista y Marrón y Azul, dos bonus, estos últimos, que grabó con su Octeto de tango progresivo en 1956. Y que esta edición recupera para comprender mejor el devenir de su espíritu endemoniado, tenaz e incomparable.

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