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Miércoles, 29 de noviembre de 2006

DISCOS › “EL PALACIO DE LAS FLORES”

Un disco a dúo con firma de solista

Sin denunciarlo, Andrés Calamaro y Litto Nebbia hicieron una fecunda colaboración.

 Por Eduardo Fabregat

En la Argentina, los discos en colaboración se parecen a una rareza: sobran los ejemplos de músicos invitados en canciones puntuales, pero la memoria registra apenas un puñadito de obras a dúo, como el Tango de García-Aznar, Colores santos de Cerati-Melero, Peso argento de Flavio-Iorio o Spinetta-Páez, quienes en La La La, más que trabajar de a dos, tomaban turnos para mostrar sus canciones. ¿Por qué arrancar hablando de dúos si el tema central es El palacio de las flores, el nuevo disco de Andrés Calamaro? Es que el álbum engalanado con el colorido bouquet de Robert Freeman, diga lo que diga la firma principal, es el resultado de una fértil colaboración con Litto Nebbia. No sólo por la proporción de siete canciones de Calamaro, cuatro en dupla y cinco de Nebbia (más “Contigo aprendí”, de Armando Manzanero), no sólo porque Nebbia asumió el rol de productor: sin mirar siquiera los créditos, atendiendo a lo que suena, las flores del palacio se reparten entre Litto y Andrés.

A fines del siglo pasado, AC confesó a este cronista su admiración por el crecimiento musical de los Cadillacs a lo largo de su historia: “Yo, básicamente, sigo haciendo las mismas armonías de antes”, dijo. Pero la presencia de Nebbia, lejos de intimidarlo, lo animó a experimentar, probar y abrirle nuevos caminos a su idea de la canción, de un modo que hasta podrá sonarle extraño al fan de Calamaro que espera un protagonismo de la melodía rápidamente tarareable. Esta vez, el lienzo sobre el que Andrés entona su lírica tiene otra complejidad. Conocedores del paño de la industria, Calamaro y Nebbia abren juego con la radiable “Corazón en venta”, pero aún en ese tema y en el posterior combo de “Mi bandera” y el nostálgico retrato de “El palacio de las flores” empieza a quedar claro que en el universo del Abuelo y el Gato hay otras tonalidades, otras búsquedas, otra clase de riesgo.

Es por eso que El palacio de las flores exige más al oyente: no es que las anteriores obras de Calamaro sean “fáciles” sino que este paquete de canciones pide más que una primera audición para abrirse camino. Es entonces que empiezan a brillar las perlas, y “Patas de rana” se convierte en la primera canción favorita (“Cuidado con el yacaré, cuando te acerques al río...”), y el groove de “Punto argentino” y “La apuesta” se hace dueño de los huesos, y “El tilín del corazón” gana puntos a pesar de sus semejanzas con “El salmón”, y “Cuando una voz sea de todos” alcanza su punto justo de ebullición, con Calamaro y Nebbia uniendo sus voces a la de Vicentico para el noble pedido de “cantar y cantar, para poder encontrar una voz que sea de todos”. Así, bien apoyados por La Luz (Ariel Minimal en guitarra y coros, Federico Boaglio en bajo y el “Negro” Daniel Colombres en batería), Nebbia y Calamaro le dan forma a la curiosa paradoja de que uno de los discos argentinos donde la colaboración es más notoria se anuncie como solista. Y entonces se disculpa que Calamaro sucumba a la tentación del artista embelesado e incluya algo como “Miami”, una melosa obviedad a años luz de tantas buenas canciones que ha escrito sobre el amor. Aun así, las flores del palacio no pierden su perfume.

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Calamaro, Nebbia y La Luz, responsables de un disco que enamora de a poco al oyente.
 
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