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Miércoles, 13 de junio de 2007

DISCOS › UN GRUPO DE ESTRELLAS RINDE TRIBUTO A JONI MITCHELL

A la maestra con cariño

Björk, Prince, Mehldau, Caetano y Costello, entre otros, recrean grandes canciones.

 Por Diego Fischerman

Todo homenaje habla más del homenajeante que del homenajeado. Es obvio: a partir de la invención de las grabaciones fonográficas, si se quiere escuchar a Joni Mitchell –o a Charlie Parker, o a Calamaro, no importa– allí están ellos para ser escuchados sin necesidad de intermediación alguna. En ese sentido, pensar el flamante A Tribute to Joni Mitchell en relación con la mayor o menor fidelidad hacia los originales resulta un ejercicio tan tedioso como improductivo. Para decirlo de otra manera, en la versión de Prince de “A Case of You” lo que interesa no es la canción –que ya está, eternamente perfecta, en el disco Blue y, luego, en una relectura de la propia Mitchell en Both Sides Now– sino qué es lo que Prince lee allí.

Todo homenaje conlleva, por otra parte, un problema. Para que las nuevas lecturas sean interesantes, quienes homenajean deben estar, necesariamente, por lo menos a la altura de quien recibe el homenaje. Pero como quien recibe el homenaje suele ser alguien más o menos único, la fórmula casi nunca resulta. Este tributo, en ese sentido, tiene un plantel de tributantes envidiable. No en cualquier disco aparecen juntos Björk, Prince, Caetano Veloso, Brad Mehldau, Cassandra Wilson y Elvis Costello, por citar sólo algunos. Y si la lista de convocados no garantiza la unidad del disco asegura, en cambio, que en él habrá más de un buen momento. La concisión de Prince, en su “A Case of You”, la riqueza del contrapunto de Mehldau en “Don’t Interrupt the Sorrow”, la voz terrosa de Cassandra Wilson en “For the Roses” y el dúo de Björk y una celesta en “The Boho Dance” están no sólo entre lo mejor del disco sino de mucho de lo grabado últimamente. El disco abre con “Free Man in Paris” por Sufjan Stevens, una de las figuras del neofolk y, de allí, va a la pequeña joya de Björk, que, sin alardes, reconstruye la red de alusiones musicales de Mitchell y la convierte en algo sorprendente. El “largo camino a Canadá” de Dreamland también cambia de sentido al ser mirado por Caetano, quien, aunque no llega a la altura de otras de sus relecturas –Lennon y McCartney, Dames y Sanguinetti, Gardel– sambifica a Mitchell con gracia. El resto lo hace su voz, siempre expresiva, y una muy buena banda.

Los tres siguientes, Mehldau, Wilson y Prince, forman el núcleo duro del tributo. Sarah McLachlan –que es quien se conserva más cercana al espíritu original en “Blue”– y Annie Lennox, que deslumbra con su voz pero no alcanza a construir una nueva versión de “Ladies of the Canyon” con peso propio, son seguidas por Emmylou Harris, que, presumiblemente, lleva su versión al terreno del folk. Lo no presumible es, en cambio, su elección. El tema que canta es el único del disco que corresponde a la última época de Mitchell: “The Magdalene Laundries”, publicado originalmente en Turbulent Indigo. Elvis Costello aporta, además de su voz, un arreglo extraordinario, a la manera de los viejos trabajos de Gordon Jenkins y Nelson Riddle, para “Edith and the Kingpin”. K. D. Lang pone su magnífico timbre al servicio de “Help Me” y James Taylor –alguien de la casa, podría decirse– canta “River” como si fuera suyo.

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Joni Mitchell es objeto de un notable homenaje.
 
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