Lunes, 12 de enero de 2009 | Hoy
TELEVISION › HOMBRE AL AGUA, UNA SUPERPRODUCCION DE ENDEMOL
En el nuevo ciclo de entretenimientos de Canal 13 los participantes compiten en una serie de juegos físicos y, básicamente, acuáticos. Abundan los golpes y las caídas, con el único fin de ganar los 10 mil pesos del pozo. Una suerte de Telematch, pero en la era post reality.
Por Emanuel Respighi
Quien el lunes de la semana pasada, a eso de las 22.30, haya sintonizado Canal 13, habrá creído por un momento estar transitando por un deja vu catódico. ¿Es posible que el histórico Telematch haya sido repuesto una vez más y programado en el horario central por uno de los canales líderes? ¿Hasta qué punto hizo mella la crisis económica que los programadores metieron mano en sus latas más antiguas y gastadas? Esas son algunas de las preguntas que al televidente desinformado se le pudieron haber cruzado por la cabeza al ver lo que la TV reflejaba. Es que Hombre al agua, el nuevo ciclo de entretenimientos del canal, se centra en la remanida competencia entre los participantes en una serie de juegos físicos y, básicamente, acuáticos. Sin embargo, superado el trance inicial, el televidente habrá notado también que el programa producido por Endemol dista mucho de conservar el espíritu de aquel legendario programa de la TV alemana. Hombre al agua puede utilizarse, entonces, como un caso testigo del modo en que la TV argentina fue mutando sus intereses, objetivos y valores. Al igual que la sociedad, claro.
La temporada estival siempre es tierra fértil para ciclos de entretenimiento que transmitan alegría y, sobre todo, sensación de frescura a los que están del otro lado de la pantalla chica. Los juegos acuáticos, o realizados sobre el agua, se convirtieron inevitablemente en un género propio. No sólo porque poseen esas dos características, sino porque además cumplen con el requisito veraniego de ser productos de bajo costo. El flamante programa conducido por Eugenio y Sebastián Weinbaum, la pareja de hermanos hacedora del atípico MDQ, satisface estas “exigencias” y le agrega, como elemento extra, una producción realmente imponente, que sólo se explica porque se trata de un formato que –bajo el nombre de Wipeout– se exporta desde la Argentina para más de una docena de países alrededor del mundo.
La cercanía de Hombre al agua con el recordado Telematch se limita al rol del agua como hilo conductor de pruebas más o menos grandilocuentes. No más que eso. Desde la misma presentación, Hombre al agua dista de aquel ciclo y muestra la evolución que el medio tuvo para este rubro televisivo. Es que como ocurre con el resto de los géneros catódicos, el de las competencias acuáticas también parece estar siendo influido por la lógica del reality show, los paparazzi y los ciclos de chimentos. La bienvenida dada por Sebastián –Culini para todo el mundo– marca las diferencias con su antecesor de entrada: “Bienvenidos al programa con más golpes de la TV mundial, en el que se puede ganar mucha plata pero, cuidado, también podés terminar en el hospital”. “Dieciocho participantes van a competir, pero sólo uno va a ganar: el resto va a terminar destrozado”, agregó su hermano. A confesión de parte, relevo de pruebas...
Si en propuestas anteriores de similares características las caídas, los golpes, los chapuzones y los porrazos eran sólo una parte del atractivo, Hombre al agua está planificado íntegramente para que los participantes la pasen mal, muy mal. Puentes movedizos, paredones con puños hidráulicos, puentes enjabonados, superficies barrosas: no hay límite a la hora de lograr la carcajada del televidente a costa de los golpes que reciben los participantes para ganar los 10 mil pesos de pozo. Por eso desde la producción se insiste tanto con el recurso del replay, relatado, de las numerosas caídas. En efecto, en la primera emisión una participante se desmayó y tuvo que ser atendida por los médicos: todo, claro, registrado por las atentas cámaras del programa. Los juegos acuáticos en la era post reality ya no ocultan, ni siquiera, descuidos que pueden tener consecuencias graves. Tampoco se intentan disimular.
En ese juego de caídas y porrazos, los hermanos Weinbaum, sin embargo, logran salir airosos de su primera conducción a pedido. Oriundos de Mar del Plata, desde donde llegaron a las grandes ligas televisivas a fuerza de su artesanal MDQ, los Weinbaum no desentonan con la propuesta. Su estilo despojado de cualquier vicio formal y ese espíritu amateur vuelven, incluso, más digerible un formato sustentado a puro golpe. Más allá de las obvias relaciones que tiene Hombre... con MDQ (el agua, los deportes extremos), a través de sus comentarios y entrevistas los hermanos logran atenuar el dolor de los golpes y, por momentos, hacer creer a los televidentes que los participantes disfrutan de sus propias caídas. De todas maneras, por suerte regresan a partir de abril con MDQ, el programa de cultura y deportes extremos que les sienta con más naturalidad.
Pero la incesante búsqueda del porrazo como única finalidad no es la única diferencia que el programa tiene con el legendario Telematch. Tampoco la más importante. Mientras que en el precursor de los programas desarrollados en un parque acuático la competencia se realizaba entre equipos conformados por varios integrantes de una misma comunidad o municipio, en Hombre al agua los competidores compiten única y exclusivamente por... el dinero. No hay, tampoco se pretende, una identificación de algún tipo de los televidentes con los participantes. Además, mientras en Telematch los equipos competían todos contra todos y ganaban los mejores o los más rápidos de cada juego, en el programa de Endemol el sistema de competencia es el de eliminación, hasta llegar a los cuatro finalistas.
Acorde con el visionado televisivo propio de los meses de calor, el primer envío del ciclo se convirtió, sin embargo, en el programa más visto del lunes, con un promedio de 19,1 puntos y un pico de 21,4, según Ibope. Ultimo exponente de la competencia televisada, y un posible ejemplo de la evolución del medio y de la sociedad, Hombre al agua aparece como una atractiva superproducción, sólo que en su espíritu resulta finalmente más parecida a 1,2,3 out o a El muro infernal, de Marley, que al entrañable Telematch.
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