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Miércoles, 5 de agosto de 2009

TELEVISION › FLORENCIA PEñA, LOS PROYECTOS PROPIOS Y AJENOS, Y LOS SIGNIFICADOS DEL éXITO

“Yo no compro ni el éxito ni el fracaso”

Desde aquel lejano debut en Festilindo, la actriz le dio forma a una carrera en la que logró zafar de preconceptos y lugares comunes, y que deja lugar también a la conducción.

 Por Emanuel Respighi

Hace años que dejó de ser “la pechocha”, ese mote que se ganó por sus abundantes pechos cuando apenas era una adolescente y daba sus primeros pasos en Son de Diez, allá por 1992. Paulatinamente, interpretando papeles tan diversos en ficciones como Disputas, La niñera o Casados con hijos, la chica de lolas voluptuosas dejó atrás la connotación permanente a su físico para convertirse en una actriz de identidad propia que supo ganarse un lugar en la mesa de buena parte de los argentinos. Es más, en la actualidad son pocos los que recuerdan aquel viejo apodo que estigmatizó a la actriz en los inicios de una carrera que hoy está atravesando uno de esos “momentos bisagra”, según sus propias palabras. Y no es que Florencia Peña piense que su carrera vaya a dar el gran salto por su rol de conductora en Flor de palabra, el ciclo de entretenimientos que esta noche, a las 22.30, estrena en Telefe. El proceso evolutivo, dice, tiene que ver más con la necesidad interior de construir una carrera a su gusto, abrir una productora y dejar de esperar sentada proyectos de terceros. En fin, empezar a darles rienda suelta a sus propios proyectos.

“Si bien llevo 27 años de carrera, creo que desde hace seis o siete años que hago lo que realmente tengo ganas, que empecé a construir mi carrera, de llevarla para donde yo quiero ir. No quiero que la carrera me guíe, sino al revés”, cuenta la actriz ante Página/12, sentada en el living del espacio en Palermo previsto para instalar su productora, y que ahora oficia de lugar para la entrevista con motivo del estreno de Flor de palabra, un ciclo de preguntas y respuestas cuyo formato pertenece a Endemol. En el programa, un grupo de participantes compite entre sí con el objetivo de adivinar la palabra oculta a partir de una serie de pistas antes de que lo haga una computadora llamada Q. Una propuesta de entretenimientos con la que Telefe intentará repetir el buen andar de Justo a tiempo, que sabe rozar los 20 puntos diarios en una época televisiva de vacas flacas en materia económica.

Para la actriz, el rol de animadora de Flor de palabra no es más que un juego. “No soy una conductora de formatos, ni me interesa serlo”, aclara Peña, de entrada. “La idea –continúa explicando– es que la gente me reconozca en la conducción. No van a ver a alguien distinto: la gente no va a encender la tele y yo me voy a hacer la Pancho Ibáñez. Nada de eso. El formato va a ser funcional a mi forma de ser y a lo que yo propongo. No dejo la actuación para convertirme en conductora. Simplemente es una faceta más de lo que soy. Es un nuevo desafío que me genera mucha adrenalina.”

–No es fácil imaginarla ajustada a un formato internacional.

–El otro día estaba ensayando y nos dimos cuenta de que íbamos media hora de joda con el Master, un personaje que ayuda a descubrir las palabras, y todavía no habíamos empezado el juego en sí. Les dije que se ahorraran la guita por el formato y que hiciéramos otro programa (risas). No sé en qué va a terminar el programa, dada la flexibilidad del formato. Interactúo con la máquina, con el Master, con los participantes y hasta me animo a hacer un poco de stand up sobre la actualidad y las cosas cotidianas.

–¿O sea que no va a ser una conductora tradicional?

–El programa requiere de mucha improvisación. La dinámica misma del juego me exige estar muy concentrada. La improvisación es constante, es un ejercicio actoral que exige mucha adrenalina. Acá el juego no es la vedette, tampoco el formato. No soy conductora de formato, no sé hacerlo. Me aburriría y no es parte de mi búsqueda profesional. Yo necesito estar en un programa que contenga un formato, pero tiene que ser un ciclo en el que me pueda reconocer. Mi conducción va a ser muy diferente a la tradicional. Es un programa que a mí me permite mostrar otra faceta. Y yo he caminado bastante el camino de la improvisación. ¡He remado muchas notas a lo largo de mi carrera!

–El hecho de que Telefe le ponga en sus manos un formato para que pueda imprimirle su sello, y que el título del ciclo lleve su nombre significa que se convirtió en alguien popular. ¿Es consciente de esa llegada al público, que trasciende lo actoral?

–No, por suerte, no. Eso me resguarda y me ayuda a estar concentrada en lo que tengo que hacer. Me siento una afortunada de poder elegir entre las cosas que me ofrecen y que yo me genero. El autobombo y el ego me dan náuseas. Que tenga una buena llegada al público es casi mágico. Es como ser gracioso: o lo tenés o no. Uno no elige ser popular. Evidentemente a gente de diferentes edades y niveles educativos les llega lo que hago o digo. La gente me ve a mí –porque me lo dicen– como alguien cercano. Se identifican. Pero como no es algo que busque, eso me da libertad para no dejar de ser yo.

–¿Por qué cree que logra esa cercanía con el público?

–Tal vez porque no me pongo en el lugar de diva, ni en un púlpito alejado como hacen otras “estrellas”. Me río mucho de mí: hablo de mi panza, de mi celulitis, de mi neurosis, de mis problemas con mis hijos... Yo trato de no estar alejada de lo que le pasa a la gente, de lo que ocurre en mi país. No vivo ahogada en las mieles de la fama.

–¿Y ésa es una tarea compleja para alguien como usted, expuesta permanentemente en los medios?

–No. A mí no me define la Florencia Peña mediática, no me determina la que sale en TV o se sube a un escenario. Me define la Florencia Peña que está en mi casa criando a mis hijos junto a mi marido. Mi identidad me la da mi rol de madre y de esposa, no el de famosa. La fama no es nada y te hace perder un montón de otras cosas. Tengo claro quién soy y hacia dónde quiero ir.

El medio y la felicidad

Independientemente de Flor de palabra, la actriz siente que está en una etapa especial de su vida. Un momento en el que quiere hacer realidad sus proyectos e intereses, aun cuando esa decisión la corra del centro de la escena en el que se encuentra desde hace 27 años, cuando debutó en la tele en Festilindo. “No tengo ganas de convertirme en una actriz de moda”, dispara Peña, que regresa a la TV luego de un frustrante paso por Una de dos, el amor en tiempos del triángulo, que apenas duró un par de meses por Telefe. “Soy una actriz que tiene mucho para construir. Te puedo gustar más o menos, pero no quiero que nadie me ponga en ningún lugar, ni cuando me va bien ni cuando me va mal. No me quiero hacer cargo de lugares que no me pertenecen, ni que me pongan en una valija que no traje. No compro ni el éxito ni el fracaso. Como decían que era la clave del éxito para Telefe, después de que nos fue mal con Una de dos comenzaron a decirme que yo era un fracaso y que no entendían qué me pasaba. Nada, ¡¿qué me va a pasar?! Nos fue mal y listo”, se queja, apelando al sentido común.

–Algunos quieren hacer creer que ése es el precio que las estrellas deben pagar cuando los proyectos que encaran no le funcionan.

–Es que por cómo se dio mi carrera no me había puesto a pensar. Creo que recién con Poné a Francella el medio y el público me descubrieron por mi actuación, cuando las lolas dejaron de tapar a la actriz y me convertí en proyecto de... En esos años, como era promesa, no era protagonista y era una remadora, todos me amaban y no dejaban de elogiarme. Después vino Disputas y coseché lo que venía sembrando. Y con La niñera terminé de consolidar mi carrera y paralelamente comencé a ser cuestionada. ¿Por qué? Porque ya no era promesa y todos los que alguna vez te tendieron una mano te la quitan al momento de ver que estás creciendo. El otro día estaba haciendo zapping y en E! había un programa sobre los peores momentos de las estrellas y en un momento el locutor decía “¡qué humano es ver caer a las estrellas, a aquellas personas que tienen la vida soñada!”. Y creo que el medio, en líneas generales, se maneja así, lamentablemente.

–¿No será que usted se convirtió en una figura y ya no se permite que la critiquen?

–No. Acepto las críticas bien fundamentadas. Me doy cuenta cuando sólo quieren congraciarse conmigo y no me gusta. Sé que esa mirada cruel del medio no es personal: el sistema es así. Pero no por eso no voy a dejar de cuestionar al sistema que hizo del escándalo y de la dualidad amigos y enemigos una manera de “analizar” el teatro, la tele, el cine. También es cierto que ser popular y ser talentoso hace ruido. En general, lo popular y lo prestigioso no pueden ir de la mano. No sé quién determinó que lo prestigioso es para unos pocos y lo popular es chabacano. No sé qué haríamos con Les Luthiers, por ejemplo. En la música ese esquema se traslada al jazz y al rock. En Argentina sucede también que si hacés un éxito te ensalzan exageradamente. Si uno se compra el éxito que le indican algunos, su carrera artística se le terminó definitivamente. Cuando uno compra lo que vende, vive en un mundo de fantasía que se desestabiliza en cualquier momento. Si vendés el éxito, cuando no está, la sensación es de vacío y fracaso.

–¿De cuánto le sirvieron los éxitos y los fracasos para saber hacia dónde quiere dirigir su carrera profesional?

–Tiene que ver con la madurez. Yo soy quien soy por los fracasos, no por los éxitos. Los éxitos me dieron una popularidad preciosa, pero los fracasos me han dado la posibilidad de pensar qué era lo que quería. En los éxitos uno no se plantea nada y quisiera que nada se modifique para que ese estado no cambie. Y no se puede. Para que la ola esté arriba, en algún momento tiene que bajar para tomar fuerza. Desconfío de la gente que todo el tiempo está haciendo éxitos porque entonces creo que está especulando permanentemente con el resultado. No quiero ser rehén del resultado. El resultado no me define como actriz. Lo único que quiero es tener una carrera que artísticamente me haga feliz.

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Imagen: Martín Acosta
 
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