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Domingo, 27 de septiembre de 2009

TELEVISION › OPINION

Para qué mirar televisión

 Por Carlos Ulanovsky *

¿Por qué o para qué miramos esta televisión nuestra? He aquí algunas hipótesis.

Para ponerle un orden posible a nuestro caos cotidiano. Para comprobar que el mundo y sus alrededores siguen más o menos parecidos a como lo dejamos anoche cuando nos fuimos a dormir. Para ver algo y olvidarnos al instante. Para indignarnos sin destinatario fijo. Para alegrarnos cada tanto, sintiendo que no todo está perdido. Para concluir que, entre nosotros, ya nada tiene remedio y que ni Dios arregla esto. Para comprobar que vivimos en el peor país del mundo. Para afirmar con optimismo que lo malo que nos pasa les pasa a todos en el resto del planeta. Para proclamar satisfechos que lo nuestro es un paraíso inigualable. Para entretenernos. Para aburrirnos. Para darnos manija. Para bajonearnos. Para tener algo de qué hablar en la mesa o en la oficina. Para hacer zapping. Para poder decir: “Tantos canales y no hay nada para ver”. Para mentir diciendo: “Yo nunca miro televisión”. Para espiar, para legitimar nuestra natural condición de chismosos y de cholulos. Para cotejar la vergüenza ajena desde nuestro propio pudor. Para verificar que hay gente a la que le va mucho peor que a nosotros. Para celebrar una tarde con cuatro partidos al hilo. Para mirar con fastidio y preguntar: “Uf, ¿más fútbol?”. Para que podamos decir que los programas más ruines y ramplones (que a juzgar por sus ratings son los que vemos) no son los que quisiéramos ver. Para alegar en contra del levantamiento o desplazamiento de programas culturales que jamás vimos ni veremos y que sólo provocarán nuestro interés cuando desaparecen. Para enterarnos de lo nuevo o de lo que está fuera de uso. Para adquirir productos inútiles. Para dormirnos como santos sin acudir a la ingesta de hipnóticos con venta bajo receta o para despertarnos sin apelar a sustancias psicotrópicas más o menos prohibidas. Para verificar que la verdad televisiva y el show de la realidad son, a esta altura, casi una misma cosa. Para sentirnos partícipes de los 31 puntos de Valientes, de los 27 de ShowMatch, de los 16 del fútbol o de los 4,7 de Capusotto. Para festejar con Seven Up desde casa el premio que en el Martín Fierro se festeja con champagne. Para decir: “A mí nunca me llamaron para responder qué programa estaba viendo”. Para suponer que absolutamente todo queda al alcance del selector de canales. Para reírse o burlarse del prójimo. Para despotricar en contra del Gobierno o de Cobos, de la Mesa de Enlace o de Moreno, de la izquierda, el centro o la derecha. Para negar u otorgar la razón a quien la tenga o no. Para conformarse con que sería imposible tener una televisión más rica en un país empobrecido. Para, a veces, ser feliz viendo Gourmet y Sony, Travel and Livings y Canal á, Encuentro y HBO, TN Ecología y todos los deportes, empezando por el fútbol, Visión 7 Internacional y Tratame bien, Telenoche y Fútbol de Primera, Los siete locos, El refugio de la cultura y Colectivo Imaginario, TVR, Justo a tiempo y MDQ, Bruno Sierra y el canal de cine clásico o viajando en un zapping reparador de 25 minutos ida y vuelta. Que no es todo. Que no es poco.

* Periodista y escritor. En noviembre aparece por Emecé el libro Qué desastre la TV, pero cómo la queremos. Argentina desde la pantalla, 1999–2009, escrito junto con Pablo Sirvén y colaboradores especiales.

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