Domingo, 27 de julio de 2014 | Hoy
TELEVISION › OPINION
Por Luis Paz
Hace algunos días, y como ocurre casi a diario, otro record Guinness fue superado. Un neozelandés de 27 años se hizo tatuar 41 tipos distintos de Homero Simpson, del Hulk al Krusty, del zombie al bebé, del Ganesha al Mr Chispa. Se supo que Lee Weir dejó de tomar alcohol durante un año y salvó ese dinero para atiborrar su contundente brazo izquierdo como vindicación porque de niño tuvo prohibido por sus padres ver episodios de Los Simpson.
Tal vez Weir vaya a ser alguno de los que, como ocurre casi a diario, se acomode este domingo frente al televisor para ver una maratón simpsoniano. En este caso, no el típico borboteo inconexo de las tardes en la tevé local, sino un especial temático en manos de FOX: los capítulos centenarios (100, 200...) de la vida de la familia más longeva de la tevé. Para los Weir de este lado del Ecuador y de Greenwich, va desde las 17.30, hora argentina.
Nada inusual, un domingo de capítulos en continuado de la serie creada por Matt Groening. Nada personal, tampoco. Es que ya está, Los Simpson se han vuelto el ruido amarillo de la televisión universal. Si el fan nerd se desembarazó de ellos tras “El episodio espectacular 138”, considerado en buena ley el canto del cisne de su época dorada (¡o amarilla metalizada!), y el fan duro acepta lo irritante de las nuevas entregas, para el público general su permanente estancia al aire y en catarata los acercó demasiado al lugar del significante vacío. En la tele, Los Simpson son la publicidad de Coca-Cola en la vía pública: hay tanto a la vista que ya nada se ve.
Es cierta su vigencia, por supuesto. Tanto como la de The Beatles. Así como hay bandas tributo y cientos de covers y “Hey Jude” (o “Yesterday” o “Imagine”, da más o menos lo mismo) es la canción más pasada en radios en todo el mundo y etcéteras varios, resuenan canciones como la de la vieja mula que ya no es lo que era y circulan memes indiscriminadamente y hay quichicientos niños llamados Bart en Costa Rica. Y otros cien etcéteras.
Hay en Los Simpson una realidad ejemplar y perviviente: todavía es una serie que oficia de picaporte infantil a la crítica social. Antes que en la escuela, en los noticiarios y en las charlas de familia, el piberío a menudo obtiene su primera mirada consciente sobre las malfunciones de una sociedad a partir de algún episodio de Los Simpson. Claro que sí. Y apenas eso: el carácter revulsivo puede estar más en American Dad o en Padre de familia, la cultura pop puede ser diseccionada mejor en Mad TV, la lisergia está claramente en Hora de aventura o en Un show más. A esta altura, y al menos en la tevé local, los Simpson son los Argento dibujados. Cualquier pretensión superadora, con la lógica, la artística y la temática propias del devenir actual de esta familia, está escindida de la realidad. El asunto es que es en honor a aquella realidad ejemplar y perviviente de este show como zaguán al entendimiento de la sociedad como organismo corrupto que no se debe ser acrítico para con el programa. De unos años a esta parte, Los Simpson son un gran timeline lleno de tuits que procuran ser graciosos. Los Simpson son el germen de Twitter, en ese sentido. El caso es que ahí no hay historia, no hay canción, sólo un ruido. Amarillo.
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