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Sábado, 2 de mayo de 2009

VIDEO › SANGRE FRíA, ESCRITA Y DIRIGIDA POR CHRIS SIVERTSON

Crónica de un asesino posmo

En la pequeña localidad de Spartan da la sensación de que no hay chica que no muera por él. Y si no mueren, las mata. Esa es la diferencia que este nuevo american psycho, también a cargo de un motel, tiene con el clásico y reprimido Norman Bates.

 Por Horacio Bernades

“Bates Motel”, dice el muchacho cuando atiende el teléfono. Bates era el nombre del motel de Psicosis, seguramente el más célebre de la historia del cine. La broma tiene su gracia, teniendo en cuenta que también este chico trabaja, como Norman Bates, en el hotel que regentea la mamá. Claro, hay una diferencia: la mamá de Ray está viva. Al menos hasta el momento en que el muchacho atiende el teléfono. Otra diferencia es que Norman era timidísimo con las chicas, virgen con seguridad, mientras que Ray es todo lo contrario. Todo un winner, es el padrillo en jefe de la pequeña localidad de Spartan, donde daría la sensación de que no hay chica que no muera por él. Y si no mueren, las mata. En eso sí Ray Pye se parece muchísimo a aquel otro muchacho de las inmediaciones de Phoenix, Arizona, que administraba el hotel de la mamá y, a veces, resolvía las cosas por ella.

The Lost (“El perdido”, o tal vez “Los perdidos”) se llama la película estrenada tres años atrás en Estados Unidos, que AVH acaba de editar en DVD, con el título Sangre fría. Título indiscutible: cuando mata, Ray Pie celebra cada balazo embocado como si acabara de anotar un doble de básquet o un try. Matar por deporte es lo que hace Ray con dos campamentistas, en la escena inicial. Y si no, mata por un “rebote” erótico, como el que motiva la larga y metódica masacre final, que ocupa, entero, el último cuarto de película. Como los chicos, Ray no puede soportar un no. Norman Bates era otra clase de chico. Asesino freudiano, su culpa era tan grande que necesitaba lavarla a puro lampazo. Ray, en cambio, es el asesino posmo: mata lúdicamente, sin piedad ni razón. Asesino metrosexual, además: después de matar se mira al espejo, prueba su sonrisa, se acomoda el pelito. ¡Hasta se pinta un lunar junto a la boca, como una cortesana del siglo XVII!

Sangre fría fue escrita y dirigida por Chris Sivertson, que poco después le dio a Lindsay Lohan peor fama que un test de alcoholemia, al embrollarla un malentendido que llevaba por nombre Sé quién me mató (aquí salió en DVD). La novela original la escribió Jack Ketchum, especialista en terror extremo, en otras de cuyas novelas se basan no una, sino dos próximas películas con caníbales por protagonistas. Pero Ray Pye no necesita comerse a nadie para causar horror. Machista de los que ya no se consiguen, el pibe es de esos a los que las novias les perdonan todas. Y que siempre tienen un amigo que les habla bajito, como para no molestar. Acá se llama Tim. Es de rigor que Ray se moleste igual, amenazando con castigar duramente a su novia y a Tim. Es también de rigor que el psicópata los convierta en cómplices pasivos de sus crímenes, obligándolos a verlos o a participar en ellos. Pero lo de esta clase de tipos suele ser pura actuación, y la espectacular sobreactuación de Marc Senter es, sin duda, lo mejor de la película.

Lo mejor, por lo bien que Senter y Sivertson entendieron al personaje, y por el modo en que el desfase entre rostro y máscara deja ver a Ray como monstruito de pies de barro (lo primero que se dice de él tiene que ver con los pies: se pone latas de cerveza aplastadas en las botas, para parecer más alto). Siempre vestido de negro, con el pelo engominado, chupines y botas en punta, el tipo luce como Brando en El salvaje. Pero bailotea como Christopher Walken y sonríe como Tom Cruise. Además, usa rimmel. Mucho rimmel. Tanto como una modelo de los años ’60. Todo lo que rodea a Ray evoca, de hecho, a los ’50 y ’60. Hasta los detectives que le siguen la pista, y su propio universo de referencias. “¿Se acuerdan de Sharon Tate? Era hermosa”, le comenta a su última víctima, una mujer embarazada, y al marido de ésta, antes de sacar el cuchillo. Como buen posmoderno, Ray Pye no es original: se limita a imitar a los que lo antecedieron.

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La espectacular sobreactuación de Marc Senter es lo mejor de la película.
 
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