Jean-Marie Le Clézio es un escritor francés atípico: ha vivido muy poco en Francia; su visión es la de un habitante del mundo, especialmente del mundo colonial y, además, a diferencia de tantos otros escritores franceses, no proviene del ambiente académico ni del periodístico. Tampoco, aparenta, de la biblioteca. Hay en él algo de “crudo”, que se ocupa en destacar cuando oculta sus orígenes literarios, la traza que le dejaron Proust y Faulkner, Marguerite Yourcenar, los poetas como Henri Michaux, los maestros del nouveau roman (en particular, Claude Simon), y sus amigos y compañeros Patrick Modiano (1945) y Georges Pérec (1936-1982). Nacido en Niza, y habiendo vivido allí la ocupación alemana con su madre y sus abuelos, eligió como tierras de origen las posesiones inglesas en Africa, donde le tocó vivir años de infancia por la profesión de médico del padre, y también la Isla Mauricio, país de sus mayores. “Una isla del tamaño de Buenos Aires, donde viven casi un millón de personas y hablan el francés, el inglés, el mauriciano, varias lenguas nativas y hasta el chino”, explicó cuando conversamos en la Feria del Libro de 2007, en esta ciudad “que quise conocer después de haber leído a Borges”. Esa formación mestiza, pluricultural, se refleja en la elección de la palabra y la literatura como medio de expresión de sus sentimientos e ideas, y en la asunción de una lengua diferente, que combina múltiples corrientes. “Escribir en francés era para mí, más que una elección estética; significaba elegir el lado de los antiguos colonizadores de Mauricio contra la administración inglesa y, en cierta medida, el ‘criollo’ contra el inglés oficial impuesto.” El producto es una obra vasta, compleja, muy contemporánea, calificada y finamente construida.

* Escritor y docente universitario.