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Miércoles, 22 de marzo de 2006

TELEVISION › “EL TIEMPO NO PARA”, UN HIBRIDO GENERACIONAL

Jóvenes, pero no tanto

 Por Julián Gorodischer

La tira El tiempo no para (Canal 9, de lunes a viernes a las 22) tiene una vocación omnívora: quiere abarcar –en su historia de reencuentro de ex amigos– al pibe chorro (Luciano Castro) y a la niña bien recién llegada de Nueva York (Dolores Fonzi) reunidos en el entierro de un tal Martín, al que conocen desde la infancia. El tiempo... tiene altísimas pretensiones; intenta recrear las postales del hombre gay (Walter Quiroz), la madre joven (Valentina Bassi), el gigoló (Gonzalo Valenzuela), la obsesiva con la maternidad (Julieta Ortega), la lumpen (Belén Blanco) que se apropian no sólo del anecdotario de la trama juvenil post Verdad/consecuencia y/o Doble vida, sino de la pintura de una totalidad: así se es joven (pero no tanto) en 2006 cuenta esta radiografía que ancla en escenarios típicos de un híbrido generacional, del que mantiene hábitos de adolescente pero empieza a pasarse al lado oscuro (a una madurez forzada por los hijos o la economía).

A su favor, El tiempo... está guionada por conocedores de hábitos de treintañeros: se ve la discoteca de moda, Club 69, y suenan realistas “esos diálogos” sobre el despegue (de los padres, de los “ex”). Queda servida la referencia a ficciones inspiradoras como Verdad..., Vulnerables y Doble vida. Pero “los chicos” de El tiempo... no son ni aquellos palermitanos con problemas del primer unitario de Pol-ka, ni los desbordados sexuales de Doble vida, ni tampoco los neuróticos arquetípicos de Vulnerables. Ellos, por ahora, representan más un rol que una personalidad (ser... madre, gay, chorro, suicida...) reforzando las intenciones del inicio: pintar un universo, construirse como un relato generacional, que –de por sí– es un género acaparador, totalitario, pretencioso. El tiempo... quiere pintar su tiempo más que construir unos pocos personajes centrales, y por eso diluye el protagónico en diez figuras estelares (Bassi, Blanco, Fonzi, Guevara, Birabent...), se bifurca en múltiples historias unidas solamente por una ausencia, un muerto.

El tiempo... se acopla a una tendencia de moda: como en Desperate Housewives, como también sucede en Lost, como se vio en la local Doble vida, el muerto está allí desde el primer capítulo para justificar una historia, para quitarle mundanidad a la trama de infidelidades y atracciones cruzadas, para traer el peso del pasado a una historia que –de ser puro presente– temería parecer trivial. Acierta cuando pinta su tiempo como una época en que cualquier lugar es bueno para el flirt, hasta el velorio del amigo en donde todos se conectan más con lucir a la moda o impresionar al extraño que con la pérdida. Es una puesta en extremo de “lo joven”, que también se hace presente cuando los amigos brindan por el muerto en el boliche o toman vino entre las tumbas.

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El tiempo no para, a las 22 y elenco desplegado.
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