espectaculos

Lunes, 20 de febrero de 2012

LITERATURA

Textual

Las tres cabezas aguardaban como un regimiento inmóvil adentro del placard. La de pelo negro le resaltaría el color grisáseo de los ojos, virándolo tal vez a la cálida hermandad de los turquesas. El maquillaje debería compensar las ojeras y la delgadez violenta de una cara que la alejaba, inexorablemente, de esa época arrogante en la que el brillo para labios era suficiente. Temblaba. Estaba muerta de miedo. Pero debía estar presentable. Ese día más que nunca. Tomó la peluca e hizo coincidir el borde de la malla con el nacimiento del cabello raleado. Se la colocó con un movimiento brusco pero exacto. El primer impacto fue, como siempre, sorprendente: un disfraz exótico. Con imaginación acomodó algunos mechones sobre los ojos de modo que se viera como si el viento la hubiera despeinado con desprolijo azar. Logró parecerse a una hermana gemela inventada. Una figura que era y no era ella misma. Una vez más se asombró de que ese único detalle, la peluca, produjera un cambio tan radical en la composición de su cara. El color de las cejas, los ojos, hasta la forma y el tamaño de la nariz parecían alterarse y adquirir un aspecto novedoso, original, aceptable.

Los actores, acostumbrados de seguro a tales transformaciones, no se asombrarían; pero ella, que carecía de la experiencia de las bambalinas, consideraba que el cambio era tan mágico como una paloma blanca saliendo de una galera. Al igual que la mayoría de las personas, alguna vez había querido ser actriz. Ahora, aunque no ganara fama ni dinero, su cuerpo enfermo lograba inventar breves destellos de glamour. En esos momentos, en esas pausas benévolas de tiempo en que la tristeza se desvanecía tenuemente, Marina ensayaba distintas personalidades. El primero que puso en palabras lo que sucedía fue Ramiro. Comenzó al mes de iniciar el tratamiento. Ella ya lo había notado, no era ciega. Pero fue él quien comentó: La raya está un poco más ancha. ¿Por qué no te peinás para el otro lado? Y eso remendó las cosas por un tiempo. Sin embargo, a los quince días no había lado ni raya que aguantara. El pelo se le caía de a mechones, sobre todo en la ducha donde, para colmo, se le adherían al cuerpo maliciosamente: lograba sacárselos de la espalda y se le pegaban a la mano. Parecían tener vida, pero ya estaban muertos.

* Fragmento de “Pelucas”, cuento inédito incluido en Melanoma, de Andrea Rabih.

Compartir: 

Twitter

 
CULTURA Y ESPECTáCULOS
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.