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Sábado, 5 de agosto de 2006

CINE › OPINION

Para que sobreviva la esperanza

 Por LUCIA CEDRON *

A fines del 2001, impactada por los hechos políticos y sociales que estaban ocurriendo en la Argentina, decidí radicarme nuevamente aquí, después de 26 años de exilio en Francia. Yo había crecido allá, siendo hija de un muerto político sudamericano más y, aunque intuía el peso de su nombre y sobre todo la función que habían ocupado sus películas en un período bisagra de la historia argentina, nunca había terminado de indagar el trabajo de mi padre, temiendo probablemente lo que encontraría al levantar las sabanitas de los fantasmas; matar al padre es asunto complejo, pero matar a un padre muerto, ¡es una redundante contradicción! Por eso, a pesar de haber elegido el mismo oficio que él, nunca quise juzgar su trabajo como cineasta y sólo me propuse, en la medida de lo posible, cuidar y hacer circular su obra, consciente del valor político e histórico que tenía y más allá de las cualidades cinematográficas, que dejo a los críticos y al público el rol de evaluar.

Una mañana me llamó mi amigo Fernando M. Peña, para contarme que había programado una copia vieja de Operación Masacre, trunca, en un estado lamentable, como todas las que se podían encontrar hasta ese momento, pero copia al fin. Esto era un día de semana, en un cine de “arte y de ensayo” del centro y sin difusión alguna, más que la publicación habitual de su programación. “Voy –le dije–, así te cebo unos mates, porque acá no va a venir ni el loro.” Esa tarde, para nuestro desconcierto, mucha gente se terminó quedando en la vereda porque se agotaron las entradas. Entonces la idea cayó por su propio peso: “Si la gente las quiere ver, ¿por qué no las programamos y con el envión de Operación Masacre y el mismo dinero de la recaudación pagamos las copias nuevas de todas?...” Este episodio es una metáfora en sí de lo que fue la historia de las películas de Jorge Cedrón, que siempre se han visto, cuando se pudieron ver, en condiciones difíciles y marginales (aunque a veces masivas: se calcula que Operación Masacre fue vista por un millón y medio de espectadores en un circuito clandestino y sólo en unos meses, previos a la vuelta del general Perón) y fue el último disparador de un proyecto arrastrado desde hacía años, de rehabilitación de su obra. Había que recuperar copias o negativos desparramados por el mundo, traerlos a la Argentina, restaurarlos, sacar copias nuevas y armar por fin una retrospectiva, para que se pudieran ver en dignas condiciones. Todo, desde luego, a pulmón. Ni más. Ni menos.

El proyecto culminó en 2003 con la publicación de un libro –El cine quema, Jorge Cedrón, de F.M.P.–, que acompañó por primera vez una exhaustiva retrospectiva en el Malba y donde nuevamente, para nuestra sorpresa, hubo que mantener en cartel por el impresionante caudal de público que se presentó, superando así todas nuestras expectativas, ya que evidentemente seguían teniendo vigencia.

Al huir de la Argentina en 1976, mi padre guardó una lata de cada copia bajo nombres falsos y sin inventario alguno en las valijas de los amigos que partían hacia Cuba, Roma, París o Berlín. Por lo tanto y paradójicamente, eso mismo que salvó las películas de las garras de la dictadura las selló al silencio por años. En 1980, la muerte trágica de Jorge Cedrón, a los 38 años y en circunstancias hasta ahora no esclarecidas, interrumpió por décadas la difusión de su trabajo, dejando su filmografía oculta y trunca a pesar suyo y cristalizando así el mito en torno de ella. Es hora de levantar el “embargo” que pesaba sobre estas películas, para que la gente las vea, si quiere, y decida si quedan en los anales de la historia o pasan al olvido. Que sea el público, para quien fueron hechas estas películas, el que lo aprecie, ahora que tiene total acceso a ellas. Hasta aquí llegó mi responsabilidad ante ellas y ante mi padre, cuyas palabras, garabateadas en una agenda del exilio, fueron esencia, estigma y motor a la vez del largo camino que me trajo con las películas de la vereda de enfrente hasta acá: “Para que sobreviva la esperanza. Esta esperanza que crece y crece, y no me deja descansar”.

* Cineasta.

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