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Viernes, 9 de marzo de 2007

La conexión en París

“Meterse hoy con ‘El choclo’, ‘La bordona’, ‘Inspiración’, abrazarse con ellos en París es un convite a sumergirse en el dulce, peligroso, escándalo de la nostalgia”, se lee en un fragmento del prólogo del disco La bordona. Quien firma esa bella y precisa definición es Osvaldo Soriano, con lugar y fecha: París, enero de 1983. Un lugar y una fecha propicios para cruces fructíferos entre la comunidad de artistas e intelectuales argentinos en París. Así surgió una amistad entre Mosalini y Soriano. El bandoneonista llegó a tener un papel en la versión fílmica alemana de Cuarteles de invierno. Allí, los protagonistas son un boxeador y un bandoneonista, en lugar del cantor de tangos original. Julio Cortázar fue otro de los que se cruzaba con frecuencia con este grupo de músicos, por entonces treintañeros. Por eso el primer disco del grupo Tango Argentino, Tango rojo, tiene un prefacio del autor de Rayuela. Y en Don Bandoneón, el disco de Mosalini como solista, hay un poema de Cortázar recitado por él mismo. “Nosotros no éramos nadie, y el tipo fue y escribió para nosotros. Fue el hombre más generoso que conocí”, lo recuerda ahora Mosalini. “Tuvimos la suerte de vivir en gran interrelación con todos los personajes de la cultura, escritores, cantantes, pintores... Nos consultábamos, hablábamos de lo que estábamos haciendo, de esas reuniones también salían ideas. Fue un gran crecimiento.”

–Esa interrelación con la literatura también debe haber influido en su música, en el resultado final.

–Por supuesto. Hoy parece extraño decirlo, porque hay una especie de disociación: para ser músico, lo único que importa saber es la técnica. Pero si no crecés un poquito paralelamente, si no te nutrís de un contexto, un universo, contás una historia de contramano con tu música. La podés contar, pero seguramente le va a faltar el pie a terre, como dicen los franceses. Eso también debe tenerlo en cuenta un buen docente: los músicos no somos bichos adentro de formol, hay que provocar en los alumnos inquietudes lo más amplias posible. Al músico tienen que interesarle otras disciplinas artísticas; si no, no toca igual. Es más: toca mal. Puede tocar bien, pero mal. ¿Cuánto leía Troilo, por ejemplo? ¿Cuántas discusiones intestinas tuvo en los bares con Expósito o con Cátulo Castillo? Se han llegado a armar quilombos nacionales alrededor de lo que quería decir una frase o una metáfora de un tango. Hoy esas cosas importan menos a la hora de tocar. A los músicos nos falta un poco de literatura.

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