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Martes, 29 de mayo de 2007

OPINION

La libertad de narrar

 Por Leopoldo Brizuela*

Hay un saber específico del escritor de ficciones. Un saber técnico que, comprensiblemente, acaso no les interesa más que a él y a sus colegas. Pero también hay una manera específica de mirar el mundo, de considerar su experiencia en él, de reajustar, permanentemente, por medio de la escritura, las relaciones entre palabras y formas literarias dadas, por un lado, y eso que llamamos realidad, por otro. En tercer lugar, hay un saber, sí, profesional: cómo ubicarse, en tanto escritor, en un campo de fuerzas social al que no puede quedar ajeno. Quien empieza a escribir comprende de inmediato que todos estos conocimientos no se adquieren únicamente a solas. Son, también, conquista de sus colegas, capital imprescindible de una cultura, legado de una tradición “gremial” que, creo yo, debe conocer y asumir adecuándolas a sus propias circunstancias. De ahí la avidez por los textos que acompañan la escritura de ficción: diarios, cuadernos de notas, cartas, entrevistas, etc. De ahí, creo yo, el surgimiento de los talleres literarios, que en su inmensa mayoría están coordinados por narradores, no por profesores o críticos.

Casa de Letras, aunque tan distante de la forma habitual del taller literario como de la propia carrera de letras, es básicamente un centro de transmisión y exploración de estos conocimientos, no en forma de imposición, por supuesto, sino de sugerencia y propuesta de lo inhabitual para cada uno. Mi trabajo específico allí –el que me adjudicaron, supongo, teniendo en cuenta lo que yo mismo escribo– es incitar a los alumnos a ciertas experiencias prácticas que permiten entender mejor el papel de la acción en los relatos. Dado que, al llegar a mi “práctico”, ya han cursado dos módulos intensivos de introducción e incitación a la creación literaria, mi propuesta personal es también volver al “grado cero” de la narración, permitirse la libertad de narrar como nunca se lo ha hecho, sin tener siquiera ambición literaria, de modo de volver más claras ciertas herramientas que cada uno dejó de lado al elaborar una poética personal acabada. En lo personal, Casa de Letras implica la felicidad de encontrarme entre miembros que admiro y quiero en este gremio dispersado a la fuerza, y de enriquecerme indirectamente por el acto de enseñar.

Nada más inspirador, por ejemplo, que explorar el sentido que imprime una u otra elección narrativa, y lo que cada una calla, ante alumnos que llegan de leer El narrador de Walter Benjamín en el teórico de Martín Kohan o que acaban de explorar las dificultades de Conrad para acercarse al “corazón de las tinieblas” de la propia narración, guiados por Aníbal Jarkowski. Gracias a estas mediaciones, cada encuentro se vuelve iluminador para mí mismo, a la hora de volver a escribir.

* Escritor.

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